Coral: lo que sea

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Algunos días más tarde –no sabías cuántos, desde que Peter se había ido todo te parecía eterno– algo inesperado corrompió tu enojo, tu histeria, tus ganas de seguir ofendida con el hombre que te mintió, te ocultó, te negó, te ¿traicionó?Algunos días más tarde y necesitabas ése impetuoso encuentro para clarificar dudas, chequear palabras, revisar momentos y entender que vos –y él también– la habían pifiado.

Era tarde y preparabas la cena para dos: Santino y vos –¿qué comidita le estaría haciendo ella? Sopa seguro que no–. Tu vida se había duplicado de forma sorprendente e incluso triplicado. Y la sumatoria de números sólo habían hecho de tu vida algo más lindo, más loco, más copado. En éste caso, otra boca para alimentar, había sido un acontecimiento de los más hermosos –no tan hermoso cuando uno toma sopa todos los días, claramente–. Pero ésa boca también era la misma que te susurraba que todo iba bien cuando un conjunto de dudas te atacaban, que te sonreía ante cualquier mueca o palabra, que te mandoneaba cuando hacías las cosas con pereza, que te recorría el cuerpo y te desnudaba magistralmente.

Te tumbaste sobre el sillón y ubicaste a Santi entre medio de tus piernas: lo hacías ver televisión mientras cenaban, solos. Te reías al ver su trompita repleta de nestúm y su desesperación por tomar un poco de agua o juguito. Te reías cuando intentabas quitarle restos de comida de la boca y él la abría creyendo que otro avioncito llegaba a destino. Amabas a Santi por éso: porque te hacía reír y cualquier pequeñez se borraba de tu mapa. El era el único hombre al que dejabas que te manipulara la vida, que te pusiera el mundo patas para arriba, que te manejara como títere. Porque él te sonreía o te lanzaba un besito –como le había enseñado pacientemente su papá– y todo volvía a tener sentido.

El timbre sonó con fuerza y caminaste arrastrando los pies. Las diez de la noche eran un horario en el que claramente nadie te visitaría. Acomodaste entre los brazos a Santi –que había caído rendido hacía un rato largo: no lo acostaste porque necesitabas ése calorcito que sólo otro cuerpo podía darte– porque amenazaba con despertarse.

-Perdoná el atrevimiento ¿puedo pasar? –Lila (laenemiganúmerounodelasopa) y su vestido de bambula color coral atravesaron el marco de tu puerta. Cerraste con llave y tardaste en girar y seguirle los pasos. No entendías por qué ella estaba ahí, con vos, qué quería.

-Mirá que Peter no está –y de seguro ironizaste cada palabra.

-Ya lo sé –te escupió– no lo busco a él, sino a vos –otra vez sus ojos fijos en el lechón que apretabas a tu cuerpo– es precioso –y vos sabías que no debías aflojar, pero que halagaran a tu hijo te enorgullecía de forma tal que quedabas tarada por unas cuantas horas. Su comentario te hizo saber que ésa era la primera vez que Lila lo veía, lo estaba conociendo.

-Gracias –lo miraste dormir y respirar musicalmente y volviste a enamorarte de él.

-Se parece mucho a Pitt –y si Santi había podido ablandar el corazón de Peter, quizás también provocaba aquello en Lila. Y pensar que vos creías que ella era buena mina y estabas contenta que tu hijo fuera a vivir con ella los fines de semana: no hay que ser tan previsible en la vida, claramente. Que la vida sea sorprendente forma parte de rodar con ella y eso sí que está bueno.

-Sí, incluso en el carácter –y aunque poco había heredado de vos, el pecho se te inflaba de orgullo.

-Yo, Lali… esto… necesito hablar con vos –y la miraste confundida– por lo que pasó el otro día –agachaste la mirada y creíste que con Santi en brazos nada podría hacerte mal– te quiero pedir perdón… no tuve la intención de generarle problemas a Peter, no estoy en un buen momento y me cegué y me mandé sin avisarle…

-¿Te mandó Peter? –interceptaste todo su speech de mala forma.

-No. Es más, creo que no va a gustarle saber que estuve acá –y soltó una risita nerviosa y vergonzosa– yo… yo quisiera explicarte qué fue lo que pasó…

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