Dorado: eco

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La mañana siguiente fue horrible. Te despertaste de golpe por el llanto histérico de Santino. La cabeza se te partía en mil pedazos: la resaca misma. Caminaste torpe por el pasillo y entraste avla habitación oscura de tu hijo. Lo encontraste paradito agarrado con firmeza de los barrotes de su cuna. Tenía su carita roja de tanto llorar y suspiraba a cada momento.

-Acá estoy, mi lechón… acá está mamá –entonces lo aupaste por debajo de los brazos y lo sacaste de la prisión que no lo dejaba llegar a vos– ya está, papito… ya pasó –y sostenías un costado de su cabecita junto a tu cachete. Uno de sus brazos rodeaba parte de tu cuello: ése era su abrazo– ¿vamos a la cama grande un ratito? –y hundió su carita en tu cuello: éso quería decir que no le importaba el lugar, solo estar con vos: su mamá.

Se metieron en la cama y le cantaste su canción –o la de los tres–: todo lo mira la luna de Abril, ella sigue las olas que se tienen que ir y si un amor te espera al fin, a la luna le podrás decir: luna serena, sobre las almas llévame. Y entre cada nota musical él y vos bostezaron, y once minutos más tardes se quedaron dormidos.

Te despertaste como consecuencia de sus movimientos. De seguro estaba soñando y movía sus bracitos de un lado a otro. Quizás había soñado con su papá, como vos. Aún te parecía raro no verlo entrar al departamento con su sonrisa de payaso. Sentías el lado frío de la cama, la ausencia del mate y la pava sobre la mesa del comedor cada mañana, la anemia de besos y susurros, sus roces al pasar por al lado tuyo, sus mi negrita linda. Tu voz y el llanto de Santi hacían eco en ése departamento, huérfano de virilidad.

¿Y qué estaría haciendo él? ¿Estaría pensando en vos? Tus posibilidades eran amplias –un abanico entero– pero las probabilidades, escasas.
Quizás sentía que habían caído en la rutina y necesitaba respirar otro aire: todos los días sopa no está bueno, se excusan ellos. Pero si vos podías ofrecerle sopa, milanesas, empanadas, tarta de jamón y queso, verduritas salteadas en aceite, ensalada rusa. Mirá toda la variedad que tenías y sin embargo él se iba con ella… o no. ¡Por Dios!, casi gritaste porque tu cabeza era una calesita sin fin. Quizás realmente quería ayudarla porque la mina se había jugado todo el patrimonio en una carrera de caballos o en el casino flotante y ahora estaba en bancarrota. ¡¿Perdón?!, sí hablabas sola. ¿La mina se juega todo y nosotros tenemos que mantenerla? Claramente que no. Entonces esa posibilidad quedó en stand by. A lo mejor era cleptómana y la habían enganchado robándose ropa en un local de algún shopping y ahora no sabía como safar de la justicia y la Interpol que ya había emitido su pedido de captura. Me río porque sé que imaginaste afiches en todos los postes de luz con su cara y ofreciendo recompensa para quién la encontrara. Ay, Lali, Lali, susurraste y paraste de pensar.

Mientras le preparabas un purecito liviano a Santi, tu mamá te llamó por teléfono avisándote que no cocinaras para vos: unas berenjenas a la napolitana iban a tu encuentro junto con la especialista en el arte culinario.

Claro que cuando llegó se perdió en los ojos de su primer y único nieto. Se tumbó en el piso a jugar con él y se olvidó de vos, el almuerzo y las berenjenas. Tuviste que gritarle más de una vez para que te prestara atención: en ése momento entendiste lo que le sucedía a Peter cada vez que reclamaba a su mujer, la que sólo tenía ojos para su hijo.

-Yo creo que tendrías que rever un poco tu conducta, hija –y si se había propuesto amargarte el día, ya lo había conseguido–no creo que Peter sea como vos crees, no creo que se haya extralimitado tanto.

-¿Y vos qué sabés? –y la miraste mal.

-Intuición –y su bendita percepción te atragantó con la gaseosa que sorbías con bronca.

A las cinco de la tarde su lugar lo remplazaron Candela y su hija. La flaca sabía bien cómo mover las piezas en el tablero para hacerte entrar en razón. Te habías equivocado –feo, muy feo– y ella tenía ésa forma tan arrolladora de bajarte el copete al punto de hacerte sentir que eras una chiquita y que debías pelear contra el mundo vos solita.

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