Marfil: bodas de marfil

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Hacía ya un mes que habías vuelto a trabajar. Entendiste que el llanto incesante de tu hijo era aún más pacífico que el traqueteo del Palacio de Justicia. Qué tanto te habías relajado durante licencia por maternidad, que no entendías qué debías hacer en tu trabajo. Ahora eras secretaria de una jueza, lo que te tranquilizaba un poco más: aunque se vistiera con la toga de juzgadora, era madre por sobre todas las cosas. Entendía que si tenías que salir corriendo en busca de Santino, lo harías. Incluso te había asignado un escritorio dentro de su despacho en el que descansaba un portarretrato de los dos hombres de tu vida: padre e hijo.

Saliste cansada y caminaste cuadras repletas de gente hasta tu objetivo: el subte de la línea be. Ése en el que conociste a Peter sin pensar cómo terminaría la historia. Sin saber que mucho tiempo después, serían padres de la misma criatura. Sin saber que compartirías una misma cama con él, un almuerzo, una cena, un desayuno, una ducha e incluso, un momento de juego junto a Santino. Menos aún, una siesta de a tres.

Ése subte de la línea be en la que tu mente se sentía feliz de poder dibujar momentos y personajes. De tildarse sobre algún hombre de traje para ver su alianza dorada y fabular si su casamiento había sido celebrado en una iglesia o una sinagoga. O si la fiesta la habían montado en un salón, en una estancia o en el medio de la playa -y en cualquier de los tres casos, cuánto les había salido la fiestula-. Y si se había ido o no de luna de miel... de ser la primera opción la pregunta clave: ¿Dónde? Ése que estabas mirando en ése preciso instante, tenía cara de haber viajado al Caribe recientemente. Esa piel tan bronceada no la da el sol de la terraza de tu edificio o el sol del balcón del departamento de tus viejos -como si hubiera varios soles, claro-. Quizás el tipo se mataba en la cama solar... uno nunca sabe.

-¡Hola! -y te sorprendiste cuando entraste al departamento y encontraste a padre e hijo mirando televisión- ¿qué hacés acá tan temprano? -te apoyaste del marco de la puerta de la cocina para quitarte los tacos, después de haber lanzado tu gran bolso a algún rincón de la sala.

-Salí antes porque me llamaron de la Universidad de Bellas Artes -y abriste los ojos como plato- me quieren como ayudante en una materia -y sonrió fascinado.

-¡Qué bueno! Te felicito -aplaudiste y Santu te imitó- hola, mi lechoncito divino de mamá -y trepaste por el sillón para llegar a él y besarle las mejillas y el cuello.

-Tenés una caripela -dijo el mayor después de un beso en la boca.

-El viaje en subte me mató -y le quitaste al nene de sus brazos. Él rió porque te recordó bufando cada mañana, cada tarde y cada noche dentro de un vagón- ¿ya comieron? -y todo lo decías con tu hijo sobre tus piernas flexionadas: lo tenías agarradito de las manos chiquitas que tenía y hacías rozar tu nariz con la suya provocando sus mini carcajadas.

-El lechón sí, yo te estaba esperando -y giraste la cara para encontrarte con la suya muy cerca de vos.

-Qué lindo sos -y no pudiste besarlo mucho porque Santu reclamaba monerías para seguir riendo- ¿sobró algo de anoche?

-Un poco de pollo ¿te va? -y asentiste sonriente. Dejó un beso corto en tu boca y salió hacia la cocina. Recordaste la noche que lo invitaste a cenar con vos y con Micaela. Ésa noche también comieron pollo que había sobrado.

-¡Ah, Pitt! -gritaste porque creíste que no te escucharía, en efecto se asomó por la puerta- mirá que a la noche tenemos festejo en casa de mis viejos...

-¿Festejo de qué? -te interrumpió- ¡Mariana! -tuvo que gritarte porque te habías tildado mirando a tu lechón.

-La hermana mayor de mi vieja llegó hoy con el marido de Europa... vinieron a festejar las bodas de marfil...

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