Ámbar: panza

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El calor de Diciembre se había hecho evidente desde hacía ya un tiempo. Metódicamente una vez por semana llovía, por lo que una vez por semana los ojos de Peter se volvían grises como el cielo mismo.

-Hola, negrita –te saludó con voz gastada tras cerrar la puerta del departamento.

-Hola, amor –y saliste de la cocina hacia su encuentro– ¿cómo te fue? –aquélla mañana de sábado Peter daba una clase especial de arte en la facultad, previa al examen final.

-Bien, aunque un poco cansado –y se enredó en tu cuerpo– hola, linda –y besó tus labios con dulzura– hola, mi noséquésos –y besó tu panza de cuatro meses y diecinueve días.

-¡No le digas así! –y golpeaste su hombro con mucha debilidad.

-¿Y cómo querés que le diga si no sabemos qué es? –al tiempo que se desabotonaba la camisa manga corta.

-No sé… pero así no –y cruzaste tus brazos sobre tu incipiente vientre– panza.

-¿Qué?

-Que le podés decir panza –entonces se arrodilló ante vos.

-Hola, panza –y la besó de nuevo– en la que no sabemos qué hay.

-¡Peter! –te escandalizaste y en efecto él rió.

-Qué linda sos cuando te me ponés así –y aunque quisiste refutarlo no pudiste porque su boca te acalló– Hola, mi lechonazo –y se agachó a la altura de quien desparramaba bloques coloridos de madera sobre el living– ¿le das un beso a papá? –entonces él con su cuerpito desnudito cubierto sólo por el pañal (porque hacía mucho calor) se pusieron de pie torpemente y caminaron hacia Pitt– ¿y ésta panzota de dónde salió? –le preguntó risueño después del beso trompita– ésta panzota es pura cerveza, eh –y le llenaba de besos la panza gordita de tu hijo, el que reía alocadamente.

-¿Qué te hace papi? –amabas la risita divertida de Santu.

-Osquis.

-¿Cosquis? ¿Te hace cosquillas papá? –y él moría de risa, vos de amor.

-¿Qué estabas haciendo vos? –preguntó el mayor.

-Lío –respondió el menor completamente desfachatado.

-¿Cómo que haciendo lío? –lo miró serio y Santino no entendió por qué lo retaba– ¡¿Cómo no me esperaste para hacer lío?! –y dos hoyuelos pícaros se marcaron en las dos caras masculinas.

-Ni se te ocurra, Juan Pedro –canturreaste desde la cocina.

-A la una, a las dos y a las… –te asomaste amenazante por la puerta.

-¡Juan Pedro y Santino Lanzani! –gritaste.

-¡Tres! –canturrearon los dos (aunque la voz del más grande opacó el mal modo de hablar del más chiquito) al tiempo que daban vuelta dos cajas repletas de maderitas con el fin de que cayeran desparramadas por el suelo.

-Lo juntan ustedes, eh –advertiste señalándolos.

-¡Lo junta mamá, lo junta mamá! –lo incitó él a canturrear a la vez que ambos gateaban agazapados hacia vos.

-¡Mamá, mamá, mamá! –y ésa era la vocecita cantarina de Santu.

-No, mamá no.

-Sí, mamá sí –te retrucaron. Peter te hizo volar por los aires con cautela y los tres (o cuatro) cayeron en el sillón con el fin de llenarte de besos.

-Despacito con la panza de mami, hijo –y las manos de Pitt evitaron unas cuantas pataditas.

-Anza –repitió– mía.

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