-¿Qué hacés, hijo? –Peter se había asomado al dormitorio de Santino porque lo escuchó cuchichear.
-Juego –desfachatado como él solo. No, desfachatado como los padres.
-¿A qué jugás?
-Al colectivo –y sus manitos agarraban el volante invisible y giraban de un lado al otro. Estaba sentadito en una sillita que había pegado al final de la camita y sus piernitas se movían sin cesar– ¿querés?Entonces sacó del bolsillito de su pantaloncito cuatro monedas hechas en papel y plastificadas –se las había regalado Euge y sus años de maestra jardinera–. Le dió dos de ellas y la carcajada de Pitt fue descomunal cuando el nene imitó el sonido de la apertura y cierre de las puertas. Le preguntó hasta dónde iba y qué boleto quería sacar. Entonces Peter se sentó al fondo de la cama y agarró un librito de animales simulando que era el diario de cada mañana.
-Discúlpeme, chofer –e imitó la típica postura de agarrarse del respaldo y mirar por el espejo retrovisor (inexistente, claramente)– ¿a cuántas cuadras me deja del Museo de Bellas Artes?
-Espere, por favor –e hizo como que era un conductor que respetaba la ley de tránsito a raja tabla: hasta que el semáforo no estuviera en rojo, no podía dialogar con su pasajero– listo –y hacía rato que Pitt se mordía la lengua para no estallar en una carcajada que cobrara vida propia.
-¿Me deja cerca?
-En la esquina –y le señaló con el dedito el lugar inexistente.
-Genial. Gracias, eh –y le palmeó la espaldita– que tenga buenos días –le sonrió.
-Buenos días –entonces no pudo aguantar y cuando estaba por abandonar la habitación lo hizo volar por los aires en un abrazo interminable.
-Qué lindo hijo que tengo.
-¡Papá! –él era el chofer y no daba desestructurar la escena de esa forma–dale, ma –te invitó a jugar con ustedes cuando te vió pasar por el pasillo.
-Uno veinticinco, por favor –eras más nena que él.
-¿A dónde va? –te habías equivocado: primero la pregunta de rigor para después sacar el boleto.
-Qué le importa –entonces él rió exagerado– uno veinticinco, por favor.
-Clin, clin –el ruido de las monedas al caer en la máquina expendedora.
-A ver si alguien me da un asiento que estoy embarazada por favor –Santi amaba que te engancharas a actuar como
él.-Sí, disculpe. No la había visto –Peter era un adolescente despistado que leía una revista de chicas (aunque el librito tratara de la vida de un bebé que hacía un excursión a una granja).
-Gracias. Qué poca caballerosidad la de los hombres, por Dios –y Santino miraba todo por encima de su hombrito: los amaba.
-¿Dónde me dijo que queda el museo? –Peter otra vez colgado de la sillita.
-Allá, señor –agotado de dar explicaciones el chofer.
-Es que tengo que pasar a buscar a mi hijo por ahí y no sé dónde bajarme –y lo miró– mi hijo, Santino se llama.
-Santino –susurró él.
-Disculpe, le estoy tocando el timbre. ¿No anda? –histérica hasta para actuar.
-Sí, señora. Ya va –de repente el juego se convirtió en una odisea en la que al chofer lo invadían a preguntas que no sabía responder. Entonces se levantó de la sillita y caminó hasta la puerta.

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DEGRADÉ
FanfictionDegradé intenta mostrar que no es lo mismo mirar que ver. Que un simple descuido puede hacer historia. Que entre tormentas y brisas se puede encontrar un lugar en el mundo... Y Peter y Lali sí que saben de eso. *Historia adaptada de ficsdeca con arr...