Púrpura: calendario

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Claramente después de aquella noche en que tu plan falló, desististe de la idea de conquistarlo. Aprendiste que Peter era un tipo simple, que no tenía vueltas para hablar. Aquella noche hicieron una comida rapidita y rieron –él más que vos–de las mil anécdotas contadas. Aquella noche no lograste conquistarlo ni llevártelo a la cama… pero sí lograste conocerlo a fondo y entender que si tenía que ser iba a ser.

La primavera había llegado y con ella tú casi ya finalizado cuarto mes de embarazo –y con ella, agrego, toda la confianza del mundo con Peter: ustedes eran unos eternos compañeros. De repente se la pasaban juntos de acá para allá todo el tiempo–. Una panza bien redonda se había convertido en la extensión de tu cuerpo, literalmente. Te encantaba mirarla en los espejo e imaginar cómo sería su carita. Anhelabas su llegada y tenerla/o entre tus brazos, besarla/o y acariciarla/o. Hacerle saber que lo querías más que a nada.

-No había ciruelas pero conseguí frutillas ¿es lo mismo? –y desde hacía ya un mes, Peter pasaba siempre por tu casa. A veces un ratito, a veces para comer algo, a veces para dormir.

-Técnicamente no es lo mismo, pero las aceptamos igual ¿no, hije? –entonces él rió y entró a la cocina para lavar la fruta y depositarla en un pote. Ya se habían hecho la ecografía tridimensional, pero habían pedido no saber el sexo del bebé. Su llegaba había sido una verdadera sorpresa, entonces que su sexo también lo fuera.

-Sabés qué estaba pensando, La… –y rió porque lo miraste con los dientes teñidos de rojo, por la frutillas.

-No dá que te rías así de una mujer embarazada, nene… soy la madre de tu hijo, che… un poco de respeto –y todo lo decías con diversión– decime qué pensaste.

-En comprar un futón… para las noches que duermo acá, mismo para cuando nazca el bebé… voy a tener que pasar varias noches y la verdad es que el sillón me arruina el cuerpo… tengo veintiséis años y creo que ya sufro de problemas en la cervical –rió y vos con él.

-Sí, tenés razón. Mis viejos tienen uno en su casa, si querés llamo y les pregunto… si no lo usan, lo traemos para acá.

-¿Te parece? Sino compro uno…

-Hasta lo que sé no lo usan, porque lo tenían en el dormitorio que era mío. Si es así le digo a mi viejo que lo traiga, sino compramos uno.

Para la fecha de tu cumpleaños, tu bebé ya llevaba cinco meses dentro de su casita. Fue una tarde de domingo en que Peter y vos dormían la siesta: ésa noche un montón de gente iba a aglomerarse en casa de tus viejos. De un momento a otro sentiste algo dentro tuyo y te despertaste asustada. No era el mismo dolor que habías sufrido meses atrás, era una pequeña molestia. Saliste de la cama y caminaste a lo largo del pasillo.

-Peter… Pitt… despertate –y lo zamarreabas desde su hombro, vos estabas sentada en la mesita ratona.

-¿Qué? ¿Qué pasó? –se incorporó de un salto y largaste una carcajada estruendosa– ¿Estás bien? ¿Qué tenés? su cara de dormido y la voz asustada hacían de él algo hermoso.

-Mirá –y llevaste su mano hacia tu gran panza. Te miró con asombro y sin entender mucho de qué iba aquéllo– te presento a tu hija o hijo –y sonreíste. Sus ojos verdes se perdieron en tu panza y la sonrisa cada vez se hacía más grande en su cara.

-Va a ser una o un crack… ¡mirá cómo mueve la pelota! –gritó feliz y fascinado con aquél acontecimiento. Vos sólo te echaste a reír y se quedaron allí esperando otro movimiento.

Mil obsequios recibiste ésa noche –tanto para vos como para tu pequeña/o pateador, como lo había apodado Peter–. Fue una velada moderna, aunque hubo que explicarle a un grupo de abuelas y tías que Pitt era el padre de tu hijo, aunque no fuera tu pareja. Los miraban con cara rara porque se llevaban demasiado bien… no entendían por qué no eran una pareja. Y vos tampoco lo entendías. Tenías la convicción que él seguía perdidamente enamorado de Lila, pero como nunca se volvió a hablar del tema, no tenías certezas sobre nada.

-Espero que te guste –y todos miraron atentos el momento en que él te entregó su regalo. Supiste qué era antes de rasgar el papel y lo miraste con ojos de enamorada.

-Gracias, Pitt… te quedó hermoso –y una tarde te había pintado a vos y al hijo que esperaban. Aquél cuadro de fondo púrpura adornaría la sala de tu casa.

-Gracias, Lali –y te estrechó entre sus brazos– gracias por todo ésto –y bajo su vista hacia tu panza. Se sonrieron y besó tu frente de manera paternal. Gracias por tanto, Pitt, esgrimía la pintura negra al pie del cuadro.

Seis meses de embarazo y otro mes más del calendario que se iba. Habían comenzado las clases de pre-parto, las que disfrutabas como nada. Ver cómo Peter inhalaba y exhalaba aire te causaba tanta gracias que la clase debía pararse como consecuencia de tu risa que alborotaba a todos los bebés dentro de las panzas de sus mamás, sobre todo al tuyo.

-Para vos es muy fácil ¿no? –y te siguió peleando dentro del auto– el día que nazca voy a olvidarme de todas éstas técinas… incluso de cómo me llamo, no sé para qué lo seguimos haciendo.

-¿Cómo para qué? –gritaste escandalizada y el semáforo había dado rojo,  por lo que pudo mirarte– ¡para que sigamos riéndonos de vos, querido! –y echaste una risa macabra que corrompió su vida, desencadenando una serie de risitas.

-Cuando seas grande, voy a contarte todas las cosas que me hacía tu mamá… sobre todo cómo me burlaba –y aunque no miraba la panza, los dos sabían que le hablaba a ella o él.

-Ponete en la fila, lindo. Primero yo voy a contarle todas las cosas que me hiciste a mí –y le sacaste la lengua.

Con casi siete meses de embarazo te levantaste de la cama e intentaste vestirte linda. Linda significaba no calzarte un jardinero de jean para embarazadas, ni unas babuchas echas a medida. Un grupo de compañeras de trabajo te habían regalado un conjunto de falda y chaqueta para embarazada color púrpura. Saliste de allí y tomaste un taxi. Bajaste en Avenida Libertador y entraste dentro del museo en el que Peter presentaría su colección de cuadros, junto a sus alumnos del taller.

-Te felicito –susurraste a su espalda y se giró lentamente. Cuando lo tuviste de frente te sonrió y los ojos le brillaron.

-¿Qué hacen acá? –y desde hacía tiempo hablaba por dos.

-Vinimos a ver la colección de cuadros de Juan Pedro Lanzani, me dijeron en la entrada que parece que está arrasando… ¿lo conocés?

-Lo tengo de vista… es ése que está por ser papá ¿no?

-El mismo –y actuaban de lujo.

-¿Y vos qué sos de él? –y qué pregunta difícil. Intentaste que no se diera cuenta que vos querías ser su mujer, su amor, su todo.

-La madre de su hijo –y sonreíste de oreja a oreja.

-Hola, tonta –y que te abrazara ya era una costumbre para él.

-¿Se te fueron un poco los nervios, ya?

-Ahora que los veo sí –y claro, ya te había dicho alguna vez que eras el único ser en el planeta capaz de transmitirle tanta paz.

Antes de entrar al noveno mes quisiste ir a mojar la punta de tus pies con el mar frío y tu gran panza. Como él no te dejaba ni a sol ni a sombra, se tomaron un fin de semana juntos. Miramar era alejado pero económico, entonces allá fueron los tres.

-¿Pensás consumir mucha fruta más, nena? –preguntó jocoso después de entrar a la cabañita que habían alquilado con dos bolsas de supermercado repletas de naranjas y cerezas.

-¡Es que tengo tanto calor! –gritaste histérica. Cargar con una panza de ése tamaño era contraproducente en pleno Enero.

-Es más fácil comprarte un cartoncito de juguito, querida –y te acercaste a él y dejaste un beso sobre su brazo porque se portaba como un rey con vos.

Y de aquélla manera tan amistosamorosa se mantuvieron durante los nueve meses de embarazo, hasta el domingo tres de Marzo que rompiste bolsa.

Quiero que estés conmigo
quiero que despiertes y vayas al río
quiero que hagas lo que tú sientes
y no lo que dictan tus supuestas leyes
con ésos ojos veo púrpura
el color de sueños e ilusiones
un ave emprende el vuelo
y un puñado de recuerdos
qué más da si mis palabras
se desvanecen como miel
y qué tu amor me desbarata
y me quema y me cega el alma.

DEGRADÉ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora