Naranja: objetivo

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-¿Querés tomar algo? –te ofreció después de indicarte que te sentaras sobre el sillón del living.

-Un vaso de agua, si tenés –y supiste que aquélla casa no era suya (o al menos la que vos conocías). Durante el trayecto que Peter se perdió en un pasillo en busca de tu vaso con agua, imaginaste mil probabilidades respecto de cómo y con quién vivía allí (y desde cuándo también). Lo más factible es que aquella casa fuera de Lila o de ambos. Creíste que de ambos era la posibilidad más acertada. La decoración del lugar tenía su toque bohemio, como lo era Peter. Como lo eran sus pantalones, sus remeras. Como lo era su postura: siempre descalzo y con un pucho entre los dedos. Un bohemio que moría por el blues. Y un viejo blues me hizo recordar, momentos de mi vida, mi primer amor. Pero aquí estoy, tan solo en la vida, que mejor me voy. Y la canción de Pappo en versión acústica resonaba entre las paredes.

-¿Te sentís bien? –te preguntó cuando notó que de un solo trago te habías bajado todo el vaso. Acto seguido bajó la música del aparato.

-Supongo –y esbozaste tu sonrisa más fingida.

-Bueno, decime… ¿de qué querías hablar? –y rascó su cabeza porque se sentía un poco incómodo. La situación no era de lo más normal, claramente. El corazón se te disparó como un loco y las manos comenzaron a sudarte, sentías un frío recorrer tu espina dorsal: en efecto, quedaste sin habla– Lila no está, hablá tranquila –y lo miraste fijamente en una fracción de segundos, pero claro, él no sabía a qué debía enfrentarse una vez que vos abrieras la boca. Que Lila estuviera o no era demasiado superficial.

-En realidad… debería haber venido antes, perdoname por haber tardado tanto… pero es que… no sé… no pude... hace algunos días que mi vida es una verdadera montaña rusa, no puedo ni conmigo misma y éso no me permitió acercarme a vos antes…

-La –te interrumpió– me estoy asustando un poco… ¿qué tenés? –y una mesita ratona de vidrio los separaba, pero pensaste en cruzarla y pedirle que te abrazara con mucha fuerza y cariño... como cuando eran algo.

-Hace algunos días atrás me enteré… me enteré de algo que va a cambiar mi vida ¿sabés? Algo que no busqué, algo impensado…

-Estás… ¿estás enferma? –y tembló al formular la pregunta. ¿Y qué debías responder? Tu embarazo no era una enfermedad, claramente. Pero tampoco era algo que a él le fuera a caer diez puntos, al contrario.

-No. No estoy enferma –y oíste como respiraba tranquilo– es otra cosa… es delicado tanto como una enfermedad, sobre todo por las condiciones en las que estamos nosotros dos –él te miraba expectante y vos deseabas que se diera cuenta sólo para ahorrarte el mal trago de escupirle su futura realidad –Estoy embarazada, Pitt.

Decir que sus ojos no se abrieron de par en par y que una fatiga no quiso colapsar sus pulmones, sería una mentira. Peter quedó perplejo. Desde el mismísimo momento en que te habías decidido por ir a contarle, imaginaste mil y un reacciones. Una de ellas hubiera podido ser que te sacara de su casa –ésa que compartía con su novia– de una patada. Otra que te llamara mentirosa y trepadora como en cualquier culebrón de las dos de la tarde. También podría preguntarte si estabas segura que el bebé fuera suyo. Y por qué no mantenerse callado y mirarte, y mirarte, y mirarte. Claramente, su reacción fue la última de tus opciones probables.

-Sé que estás pensando mil cosas en éste momento, a mí me pasó exactamente éso…

-Cuándo… –te interrumpió– ¿cuándo te enteraste?

-El día que me dijiste que volvías con Lila. Ésa mañana había comprado un test de embarazo porque tenía un atraso y me había mareado en el trabajo un par de veces. Cuando llegaste quería contartelo, pero me dijiste lo… lo que ya sabemos que me dijiste… y… y ésa tarde Mica pasó por casa… la mandé a comprar con cualquier excusa para quedarme sola y poder hacerme el test… y bueno… me dió positivo.

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