Canela: negrita

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Una mañana de sábado te levantaste al oír música en el comedor. Saliste de la cama y frente al espejo empotrado en la pared, acomodaste tu camisón desalineado y te ataste el pelo lacio y largo en un rodete más alto y alborotado aún. Limpiaste con tus manos tu cara y reíste al ver las ojeras que tenías. Te calzaste un corpiño bandó –aún amamantabas a Santino y tus pechos se habían vuelto gigantescos–.

Caminaste a lo largo del pasillo y encontraste a Peter con el torso desnudo y descalzo –como siempre– bailando junto a su hijo. Llevaban las mejillas pegadas y se movían –el mayor, en realidad– al compás de la música. Cuando él se volteó hacia dónde vos estabas parada, Santino agitó una de sus manitos: claramente pedía por vos. Vamos negrita, bailá hasta el fin. Vamos negrita, hacelo por mí. Vamos negrita, bailá hasta el fin. Vamos negrita, hacelo por mí, te cantó sonriente el papá de tu hijo. Tu sonrisa se estiró de forma tal que ocupó gran porcentaje de tu cara. Te extendió su brazo y lo tomaste como una auténtica rockera. Te creíste una bailarina y –descalza– intentaste girar ante la vueltita que él te pedía. Santino enganchó sus deditos en tu pelo y te detuvo en seco.

-Hola, mi lechón –y dejaste caer toda tu cara sobre su pancita para besarle todo el cuellito– ¿qué estás haciendo vos? –y él sonreía con casi tres meses de vida. Le besaste una manito y un bracito, ése bracito en el que una cintita roja anudaba su muñeca: ése había sido Peter.

-Es ricotero como la mamá -y reíste- llamó tu hermana, los invitaron a merendar a la casa de tus viejos…

-¿Y vos? –lo interrumpiste. No eran una pareja, pero no podías pensar en vos y en Santino sin que Peter se cruzara por tu cabeza.

-Yo voy a lo de Nico. Hoy cumple años Euge y van a hacer un asado a la noche, me pidió que lo ayude –vos sonreíste y tomaste al nene entre tus brazos– quieren que lleve a Santino, así que estás invitada.

-Podés ir con él sin que vaya yo, eh… no me molesta, Pitt –y le sonreíste.

-Pero si quiere comer ¿cómo hago? ¿Te sacás leche y armamos una mema?

-¡Disculpame! –sobreactuaste– ¿me parece a mí o vos sólo me invitás para que le dé de comer a tu hijo?

-No, negrita –y rió ante el escándalo que habías montado– te invito porque quiero –y dejó un beso sobre tu frente– ¿y vos, lechón? ¿Venís con mamá y papá al cumple de la tía Euge? –y te morías de amor cuando lo escuchabas o veías hablar con el nene.

Bañaron juntos a Santino al tiempo que el flaco Spinetta cantaba Luna de Abril de fondo. Aquél tema que tanto los marcaba a ustedes dos, era el que hacía dormir a Santino cada noche. A ambos les encantaba sentarse sobre la mecedora con él en brazos y cantársela en un tono bajito. Después de aquello, Peter los llevó hasta la casa de tus viejos. Pasaría a buscarte luego para ir al cumple de su amiga.

-La verdad que no sé… con Santu es divino, lo tienen que ver… se le cae la baba, pero entre nosotros… no sé… me desconcierta un poco –y le pasaste un mate a tu mamá.

-¿Pero no hubo ningún acercamiento? –preguntó tu hermana con su sobrino en brazos, el que dormía tan o más pacífico que su papá.

-No… sólo el beso en la sala de partos…

-¡Pero pasaron casi tres meses! –se escandalizó Candela al tiempo que volvía de la cocina de tirar un pañal sucio de Camila.

-¿Y qué querés que haga? –y te encogiste de hombros– ¿que lo invite a dormir en mi cama o me meta dentro de la suya? –al final habían comprado una cama de una plaza para él, la que estaba dentro de tu habitación.

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