Empezaba el fin de semana y tenías ganas de hacer algo productivo con vos misma. Tenías ganas de pasar un rato de tu tiempo sola, sin que nada ni nadie te interrumpiera. Fue por eso que la noche anterior habías programado el reloj despertador para las nueve de la mañana: una locura para ser un día sábado.
Entonces saliste de la cama y te vestiste con ropa bien cómoda. Dejaste un beso sobre dos frentes –de distinto tamaño–, te calzaste el reproductor de música y saliste a caminar por el barrio. El día estaba sumamente denso y pegajoso. Saludaste a cuanta mujer caminaba con el chango de las compras y pensaste por qué las mujeres elegían los sábados a la mañana bien temprano para hacer una especie de city tour. Si te guiabas por la explicación de tu vieja, había que salir bien temprano para comparar precios. Tener que pagar casi setenta y cinco centavos más por medio kilo de cebollas era jodido. Entonces te pudieron a sobremanera las ganas de saber si el verdulero te estaba afanando, y así empezó tu city tour.
Casi cuarenta y cinco minutos de recorrida al tiempo que Fabi Cantilo te cantaba en el oído solo a vos. Entonces claro, verificaste que certeramente el carnicero de a tres cuadras de tu casa cobraba más cara la colita de cuadril que el que estaba a siete cuadras. Carlos –el
verdulero de la esquina– vendía los rabanitos más baratos que Alberto. Las ciruelas salían lo mismo en ambas verdulerías. Pero… no las guindas. Te hubiera encantado tener a mano una libretita para poder ir anotando cada detalle, cada precio, cada centavo.Antes de llegar al departamento la viste pasar a Miranda –recuérdese: la hija de la farmacéutica que andaba con un tipo medio pesado y que la embarazó–. Cual dibujito animado creíste tener visión óptica, por lo que achinaste muchos los ojos para descifrar si la panza se le notaba y a raíz de ello calcular cuántos meses llevaba de embarazo.
-¿Perdón?
-Hola –y Peter mostró sus dientes a la perfección.
-¿Qué es todo esto? –y tanto padre como hijo te sonrieron angelicalmente.
-Pintura –y era obvio que era pintura: mucho papel de diario desparramado por el living, la mesita ratona que estaba a un costado de la pared, placas repletas de innumerables colores, Peter sentado sobre el sillón sosteniendo a Santino desde debajo de los bracitos, Santino mojando sus pies en pintura y caminando por encima de los papeles de diario, dejando sus huellas de colores.
-¿Qué están haciendo? –y te sentaste sobre el brazo del sillón, descalza.
-Pies de témpera ¿no? –Santi rió divertido y le pidió a su papá que lo soltara así dejaba sus quesitos amarillos marcados en el papel.
-Mmm… mmm –espetó el más chiquito señalando sus piecitos.
-¿Querés más? –el rodillo verde pintó las plantas de sus pies y el efecto le causó cosquillas por lo que largó una risotada espontánea que los contagió a ambos– ¿Yo? –y Peter siempre estaba descalzo por lo que no tardó mucho en pintar sus pies de azul– despacito, eh –le dio el rodillo chiquito y Santu le pintó casi media pierna– a ver… –entonces dejó su huella junto a una chiquita color verde.
-Me lo incentivás de chiquito a que agarre la paleta de colores.
-Ahora mamá –y casi no te resististe: una huella roja fue a parar entre medio de la azul y la verde.
-¡Santu! –le gritaste cuando se subió a tus pies y los manchó todos. Él sólo reía.
Mientras vos lo bañabas –leáse: frotabas bien fuerte sus pies con la esponja– Peter se entretenía en el comedor. Había cortado el retazo de diario y lo había adherido a un vidrio. Más tarde iría a un bazar a comprar un marco para poder colgar la pequeña obra de arte en una de las paredes. Debajo de cada pie de témpera, rezaba en negro el nombre de cada integrante de la familia: Lali, Alu, Peter. En ése orden.
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DEGRADÉ
FanfictionDegradé intenta mostrar que no es lo mismo mirar que ver. Que un simple descuido puede hacer historia. Que entre tormentas y brisas se puede encontrar un lugar en el mundo... Y Peter y Lali sí que saben de eso. *Historia adaptada de ficsdeca con arr...