Canela bis: negrita bis

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[Continuación]

Esa madrugada te despertaste sin motivo: Santino dormía pacífico dentro de su cuna, hacía ya dos horas que lo habías amamantado por última vez. Viste que Peter no dormía en la cama que había ubicado a los pies de la tuya. Te refregaste los ojos y el reloj te anunció que eran las cuatro y media.

-¿Qué hacés? –y frotabas tus pies uno contra otro sobre la arcada del pasillo. Peter estaba echado, sobre el sillón mirando la tele, con sus piernas apoyadas sobre la mesa ratona y descalzo, claramente.

-Me desvelé –y se incorporó sólo un poco– ¿vos? –y claro que relojeó tus piernas formadas, aunque habías aumentado un poco de peso tras el embarazo. ¿Cómo te vería la gente a vos? Vos que siempre ideabas situaciones con los demás, que te divertía crear lazos (y quebrarlos también). Pero claro, no era momento de ponerte a pensar cómo veía la galaxia entera a Lali Espósito.

-Creo que también –y te sonrió– ¿qué estás tomando? –y con la vista señalaste la taza que tenía entre sus manos.

-Café con canela ¿querés? –y asentiste como una nena chiquita, exageradamente.

Al tiempo que vos te sentabas sobre el sillón, él se levantaba para ir a armarte tu café con canela. Tardó apenas diez minutos y cuando volvió al lugar de origen te encontró con las piernas flexionadas contra tu pecho, tus brazos rodeando las mismas y tu cabeza de perfil apoyada sobre las rodillas.

-¿El lechón sigue durmiendo? –se sentó y te dió la taza. El olor entremezclado de café y canela era exquisito.

-Sí, como un chanchito –y rieron porque su hijo era todo tipo de animalito– ¿qué mirabas? –y sorbiste un buen trago.

-Están dando por cable un recital de la Bersuit…

-Me encanta ése tema –y te acomodaste sobre el rincón del sillón. Él subió un poquito más el volúmen– Sos la musa minusa que me trae inspiración, yo te juro que no dejo mi tambor… porque verte morocha es tan linda sensación, sólo toco para que bailes vos… –cantaste junto al pelado Cordera– Negra murguera, subí a la comparsa y mové tus caderas, llevame con vos… –y encendiste un cigarrillo del atado que Peter había dejado sobre la mesita ratona.

-En la calle ya se dice que no era como soy ¿y qué querés? Si la ternura me brotó. Y éstos versos tan melosos que tu danza se robó, son la prueba irrebatible de un amor… –siguió él y le sonreías fascinada, entre la mezcla del humo y el olor a canela– dame una pitada –le pasaste el cigarrillo y esperaste a que te lo devolviera– ¿Qué? –inquirió después de la tercer seca.

-Dale, nene -gritaste bajito-devolviendo…

-Comprate, ésos eran míos.

-¿Vas a negarle un pucho a la madre de tu hijo? ¡Qué feo, Lanzani! –sobreactuaste. Sabías que siempre que hacías éso él reía… y te encantaba verlo reír.

-No pongas al lechón de excusa para defenderte –y exhaló el humo en forma de aureolitas.

-Nunca me salió hacer éso, enseñame –y le quitaste el cigarrillo de la mano.

-Pero mirá qué viva resultaste ser… con tal de fumarte mis puchos, cualquier cosa hacés –y como le sacaste la lengua, él te hizo cosquillas: pero el problema era que no podías largar tus carcajadas con espontaneidad, Santu aún dormía.

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