Ella era un corazón de piedra, una sonrisa olvidada, un cielo nublado.
Él era un profundo misterio, un laberinto infinito, fuego y hielo.
¿Qué pasará cuando el destino los una?
Ziel era una agente de la policía.
Liam era uno de los delincuentes más...
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Los copos de nieve caían suavemente en el frío suelo del jardín, y el viento azotaba mi cuerpo provocando que mis manos temblaran a pesar del calor que me brindaban los guantes. Mamá, papá, y mi hermana Zarah estaban en la sala viendo algún tonto dibujo animado, protegidos de la ventisca, pero yo prefería estar afuera y sola. Me senté en el pequeño banco junto al rosal que mamá había plantado el pasado verano. Las rosas estaban muertas y no quedaba siquiera rastro de ellas, lo que me entristeció, pero me consolé al pensar que volverían a crecer en cuanto el invierno acabara. Acerqué mi mano lentamente a sus raíces negras y el sonido de una puerta azotarse me hizo sobresaltar, haciendo que mi piel entrara en contacto con una espina y dejando que de mi dedo gotease sangre. Decidí ignorar aquel ruido pensando que mamá y papá estarían peleando otra vez. Me escondí detrás de un árbol para evitar escuchar los gritos. Ahí escondida no podrían alcanzarme los reproches que se hacían mutuamente. No entendía por qué no se separaban, no era un secreto que mi padre la había estado engañando, pero ella lo aceptaba. Lo aceptaba porque estaba enamorada de él y el amor la hacia débil.
La noche ya empezaba a despertar y un par de estrellas se asomaron tímidamente en el cielo, mirándome con la misma curiosidad que yo las miraba a ellas. Puse mis audífonos y subí la canción a todo volumen, perdiéndome en la música que violentaba mis oídos. Me quedé ahí un par de minutos, no sé cuantos exactamente, tal vez cinco, o veinte. Me levanté del suelo y entré a la casa por la puerta de la cocina. Me alivié al darme cuenta de que el silencio era total. "De seguro ya habrán dejado de pelear", pensé ingenua. Dí un par de pasos adentrándome en la sala y unos sollozos se hicieron audibles, pero cuando me acerqué al sofá, dejé de escucharlos. Mis ojos se habían paralizado en una escena que se grabaría por siempre en mí, como un tatuaje en mi mente.
Primero, vi el cuerpo de mi madre.
Su hermoso cabello rubio estaba teñido de color carmín por el inmenso charco de sangre que rodeaba su delicado y delgado cuerpo. Era la primera vez en muchos años que no la veía con el ceño fruncido y preocupado, los pliegues de su frente habían sido remplazados por dos cortes que abrían su rostro. Sus grandes ojos estaban abiertos, su mirada cerúlea perdida en el más allá.
A unos metros de ella, junto a la televisión, yacía el cuerpo inerte de mi padre.
Sentí como una pequeña mano se deslizaba en la mía, pero eso no desvío mi mirada. No podía moverme, todos mis huesos se habían congelado y sentía mis músculos desgarrarse. Las sirenas no se hicieron esperar y los policías entraron a la casa. No recuerdo mucho de lo que pasó después:
Recuerdo que mi tía Bianca vino corriendo hacia nosotras.
Recuerdo que Zarah no dejaba de llorar.
Recuerdo a los vecinos mirándonos con pena.
Recuerdo a una doctora.
Recuerdo el dolor punzante que crecía en mi pecho.