CAPÍTULO I

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 "Lo que sale del hombre, eso sí lo hace impuro. Porque de adentro, es decir, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los asesinatos, los adulterios, la codicia, las maldades, el engaño, los vicios, la envidia, los chismes, el orgullo y la falta de juicio. Todas estas cosas malas salen de adentro y hacen impuro al hombre." (Mc 7:20-23)

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           En una tarde calurosa, Keira se encontraba limpiando los pisos del convento mientras se imaginaba que tenía una vida diferente donde era libre de abrumantes quehaceres todos los días. Para cuando terminó su trabajo se dirigía al cuarto de mantenimiento para guardar los trapeadores junto con el balde, y en su camino tropezó con una ex monja, una joven que entró un poco antes que ella hace algunos años y qué hace un tiempo había dejado el convento al ser adoptada por una familia, y hoy regresaba para pedirle a la madre superiora que asistiera a su boda en la iglesia en forma de agradecimiento. Está observó con desprecio a la pobre joven que se le había caído de las manos el balde.


-Deberías de fijarte por donde caminas o es que de tanto hacer limpieza has quedado ciega-Expresó con desprecio a Keira.

-Lo siento por tropezarte... Y ten un poco de respeto qué a ti también te tocó hacer lo mismo o es qué acaso ya se te olvidaron tus días en este lugar.-Dijo indignada por los comentarios de aquella joven.

-Mí tiempo de pobreza ha acabado, ahora me casare con uno de los hombres más adinerados, y tú seguirás acá metida. Lo siento querida pero ni aunque salieras nadie querría casarse jamás con alguien tan fea y huérfana como tú.-

"Tus propias te justificaran, y son tus palabras también las que te harán condenar." (Mt 12:37)

Al pronunciar estas palabras se le clavaron en el corazón a Keira, quien con lágrimas en los ojos y muy enfurecidamente decidió actuar imprudentemente. Levantó el otro balde y se lo arrojó encima a esa chica qué hablo tan mal de ella, y como venganza le estrujo el trapeador en el rostro para que no se le olvidará jamás de dónde había salido y que sintiera lo que dolía ser humillada. Está comenzó a gritar para atraer a todo el personal para que la socorrieran, a quien por supuesto le dieron la razón y a Keira ni quisieron escuchar pues consideraban su falta bastante grave. La mandaron a dirección para que le impusieran su castigo. Ella solo se quedó sentada dentro de la oficina esperando lo peor. Pensó qué sí la expulsaban le harían un favor y encontraría algún pueblo para buscar empleo. Para cuando llegó la madre superiora para atenderla, está poseía una cara de enojo y comenzó a regañarla por su mal comportamiento y falta de modales, además de eso le ordenó autoflagelarse en el cuarto de súplica hasta que Dios la perdonara. La acompañaron hasta la habitación especial que contenía unos pequeños látigos y chapas en el piso para arrodillarse sobre eso. Le dieron quince minutos a solas para pedir perdón y cerraron la puerta tras de sí. La joven sabía que no se golpearía así misma, pues no se arrepentía porque no veía en qué había fallado; siempre que le tocaba este castigo sabía cómo fingir que se flagelaba. Gritaba de dolor falsamente haciendo sonar el látigo contra la pared y para hacerlo más real, ella junto con otras amigas, habían colocado un frasco de sangre falsa que ellas mismas prepararon con pinturas y pigmentos, dentro de una piedra suelta en la pared. Simplemente la untaban por su espalda y brazos un poco de esta sangre y con los gritos era prueba suficiente para crear una ilusión de auto castigo. Cuando pasaron los minutos, entraron dos monjas a supervisar que todo estuviera bien y la llevaron a que se aseara respectivamente y se dirigiera a comer.

Una hora después Keira ya estaba sentada terminando de cenar mientras charlaba con sus dos amigas. Las cosas parecían estar normal hasta que la madre superiora se dirigió hacía ella, le ordenó que se levantara y que la llevarán hasta el calabozo dónde debería de cumplir un castigo de encierro total por una semana, a pan y agua. Ella miraba horrorizada y empezó a preguntar porqué le aplicaban esa sentencia, recibiendo únicamente la respuesta de que su mala acción había dejado en desapruebo y vergüenza al convento. Lo que no sabía es que existía una historia de trasfondo, en el cual estaba implicado el prometido de la joven a la cual atacó, quien le envió un dinero a la madre superiora ordenandole que encerrara a aquella muchacha que humilló a su amada prometida en forma de venganza. Por supuesto está aceptó y este era el resultado de aquel trató. A la pobre la arrojaron en los calabozos del sótano; era un lugar muy frío por las noches, qué consistía en varias celdas una al lado de la otra, con una pequeña cama, una mesa y silla de madera, una diminuta ventana con barrotes donde entraba el aire. Sin lujos ni comodidades. Dos veces al día le traerían comida y una sola vez al día le permitirían salir para darse un baño que quedaba al final del pasillo. Le entregaron unos libros religiosos, una manta y varias mudas de ropa. Sin más la dejaron completamente sola. Hace años que no la utilizaban estos calabozos, por lo que los barrotes de hierro comenzaban a oxidarse y todo estaba muy sucio. Originalmente fueron creadas para ladrones o personas peligrosas.

Keira se acostó sobre la cama y comenzó a llorar amargamente por toda la situación, sintiéndose muy sola. No creía merecerse este castigo. Siempre había cumplido al pie de la letra las normas del lugar y ayudaba bastante en los quehaceres, sin embargo, sentía que la despreciaban por ser huérfana. Sí ella tan solo supiera que algún familiar la estuviese buscando afuera, ella sin duda se iría. A veces se sentía como una cobarde incapaz de asumir el riesgo y marcharse del convento. Tenía sueños y esperanzas de cambiar su vida para algo mejor. Soñaba con tener su propia familia y encontrar el amor. Ella no quería hacer un voto de celibato ni consagrarse a la iglesia. No tenía esa vocación. Estaba ahí por qué la habían abandonado no por elección propia. No conocía nada fuera de estos muros. Estaba harta de vivir lo mismo. Le pedía a Dios una nueva oportunidad y la tomaría apenas la viera para salir de ahí.

"Para los Hombres es imposible, pero no para Dios, por qué para Dios todo es posible." (Mc 10:27)

" (Mc 10:27)

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