CAPÍTULO II

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MADRID

- Syro, tengo una nueva encomienda para ti.- Le comentó el jefe del muchacho, quien siempre se cubría el rostro con una máscara negra para encubrir su identidad.

- ¿Qué hay que robar?- Dijo el joven mirándolo con sus grises ojos, sin ninguna expresión en su cara.

-Esta vez no es tan complicado pero no será en la ciudad... Te toca partir a un pueblo que queda a unos cuantos kilómetros hacia el norte. Deberás encontrar un convento de monjas. No tienen mucha seguridad y lo más valioso que poseen es un jarrón sagrado que tiene detalles en oro, hecho en el siglo diecisiete y que está en una caja de cristal en la oficina de la directora. Consiguelo y tendrás una gran recompensa, porqué pagaran una alta suma de dinero por él. Tienes tres días para conseguirlo, si no ya sabes que estás muerto.- Explicó el jefe con su voz gruesa y por último entregándole las llaves de su Jeep para esta clase de misiones.

-No hace falta recordarme esa amenaza, jamás le ha fallado y pienso cumplir perfectamente.-Comentó mientras se marchaba de aquel sótano que era su guarida clandestina bajó una casa en ruinas.

Una hora después Syro se encontraba colocando los suministros y herramientas necesarias dentro del Jeep para llevar a cabo la misión con éxito. Se aseguró de recargar su arma solamente por sí algo la salía de control, algo que casi nunca le sucedía. En realidad hasta ahora no había matado a ninguna persona, su única intención era robar los objetos o tesoros sin dejar rastros de su identidad. Hace algún tiempo había aprendido a disparar por prevención y exigencia de su jefe. El grupo al que pertenecía se hacían llamar "Los Fantasmas", por la razón de que nunca dejaban huellas ni ninguna pista que los condujera hasta descubrirlos. Los pocos policías que casi los habían atrapado, estaban muertos gracias a la mano de otros integrantes del grupo o por las del propio jefe. Eran personas violentas a la hora de hacer su trabajo y que no le tienen temor a Dios en ningún aspecto, para ellos la muerte era una burla. El joven solía ver a su familia una vez a la semana, prefería mantener el menor contacto con ellos para así poder protegerlos de cualquier enemigo, sin embargo, siempre se aseguraba de que nada les faltara y los cuidaba de todo. Ansiaba que su madre volviera a recuperarse y se levantara de su cama para que sus hermanos sintieran su amor de nuevo y él pudiese descansar de la enorme carga y responsabilidad que siempre tenía.

"Vengan a mí los que van cansados, llevando cargas, y yo los aliviaré." (Mt 11:28)

Por último se subió al carro y prendió el motor para comenzar su destino. Conducía pensando en cómo haría su plan; primero llegaría para observar el movimiento del lugar por un largo rato y en la madrugada haría su jugada. Él siempre prefería trabajar solo, a veces las compañías eran un estorbo. Se detuvo para comprar comida y echar gasolina, además de que aprovechó para cambiarse de ropa colocándose una chaqueta negra a juego con pantalones del mismo color, en realidad era su color favorito, le hacía resaltar más sus ojos grises. Tres horas después encontró la entrada al sitio, adentrándose a un amplio terreno rodeado por un bosque y bastante retirado de la civilización. Escondió muy bien el Jeep entre los arbustos y sacó sus binoculares para observar la edificación en blanco con ventanas y puertas de madera. Oculto entre el monte observó con sigilo la seguridad del convento; vio que por la puerta principal algunas monjas ingresaban y salían del recinto a ciertas horas. Sabía que los pasillos interiores eran más concurridos por lo que sería más difícil de romper alguna ventana sin que se escuchara el estruendo por todo el lugar. Vio cada detalle hasta que encontró un punto ciego, en la parte del fondo, se encontraban unas pequeñas ventanas casi pegadas al suelo, una de ellas estaba rota y era la única que no tenía barrotes, por lo que pensó que quizás no era un lugar que usaran con frecuencia o si no ya hubiesen reparado la ventana. Espero a que anocheciera y se acercó con sigilo a la ventana. La aseguró que nadie lo viera e inclinándose encendió su linterna al ver que el lugar estaba a oscuras por dentro. Vio que era una habitación deshabitada con una pequeña cama y pocos muebles de madera. Por la cantidad de polvo y telarañas se dio cuenta que sería el lugar perfecto para ingresar. Nadie notaría su presencia. Su plan saldría perfectamente y esperaba a que nadie se lo arruinara.

"Los ojos de Dios están en cualquier lugar, observan a los malos y a los buenos." (Pro 15:3)

Busco todas sus herramientas y espero su hora indicada. Cuando el reloj marcó las tres de la madrugada, decidió avanzar con sigilo acercándose a la ventana. Con una herramienta rompió el vidrio, asegurándose de quitar todas las astillas de vidrio para no herirse. Se adentro con cuidado lanzando su bolso con sus instrumentos. Encendió la linterna para observar su entorno, el olor a encierro le alcanzó su nariz. La puerta prácticamente estaba casi deteriorada por las polillas así que con un pequeño empujo cedió fácilmente. Ante sus ojos la encontraba un pasillo hecho todo en piedras, dónde la luz de se noche ingresaba por las pequeñas ventanas. Alumbrando su camino entendió que esto era como un calabozo por las viejas celdas vacías. Todo estaba en rotundo silencio.

Lo que él desconocía es que en la última celda cerca de la puerta de salida, estaba una chica realmente asustada por los ruidos que escuchaba que venían del fondo, su corazón le latía fuertemente y sentía que iba a desmayarse cuando vio que una luz se aproximaba rápidamente. El pánico invadió todos sus sentidos y quiso retroceder lentamente pero se resbalo con el plato de comida que había dejado en el suelo, lo que produjo un estruendo en el sitio. Esto ocasionó que el joven ladrón se pusiera alerta y sacara su arma para defenderse de quien estuviera ahí. Camino sin miedo hasta encontrar en la última celda a una chica tirada en el suelo con un rostro de pánico, a la cual apuntó con su arma al mismo tiempo que le alumbró el rostro.

Lo que él desconocía es que en la última celda cerca de la puerta de salida, estaba una chica realmente asustada por los ruidos que escuchaba que venían del fondo, su corazón le latía fuertemente y sentía que iba a desmayarse cuando vio que una luz se aproximaba rápidamente. El pánico invadió todos sus sentidos y quiso retroceder lentamente pero se resbalo con el plato de comida que había dejado en el suelo, lo que produjo un estruendo en el sitio. Esto ocasionó que el joven ladrón se pusiera alerta y sacara su arma para defenderse de quien estuviera ahí. Camino sin miedo hasta encontrar en la última celda a una chica tirada en el suelo con un rostro de pánico, a la cual apuntó con su arma al mismo tiempo que le alumbró el rostro.

 Camino sin miedo hasta encontrar en la última celda a una chica tirada en el suelo con un rostro de pánico, a la cual apuntó con su arma al mismo tiempo que le alumbró el rostro

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