6: Visitante

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Cuando Maureen me presentó a George, él solo salía con Pattie. Recuerdo que para ese entonces y, con mucha ingenuidad, esperé pacientemente por el quiebre, pensando que el romance estereotípico entre una modelo y un guitarrista famoso sería tan solo una pantalla para el mundo, no una relación que involucrara sentimientos verdaderos. Eventualmente lo supe: George estaba locamente enamorado de la rubia. Ya no estaba infatuado con el ideal de belleza que ella representaba, sino que la amaba profundamente y con todo su ser. Era cosa de verlo, el mundo se le iluminaba cuando ella estaba cerca y si todos pensaban que era dulce, para mí fue devastador.

Comprendí prematuramente que allí no había espacio para mis sentimientos y, como no quise perder a George como amigo, me tragué todo lo que sentía y permanecí en silencio al lado de él, Pattie, Ringo y Maureen. Siempre solitaria, yo; ese es mi destino.

Mucha gente ni siquiera se da el tiempo de ver más allá de lo obvio en George: que es el Beatle callado, el guitarrista y nada más. Me gustaría que supieran que él es el mejor hombre que he conocido, y no lo digo solo porque sienta cosas por él, sino que porque es lo que mi experiencia como su amiga me ha enseñado. Él es dulce, un poco callado al comienzo, pero muy observador y tranquilo, además de cuidadoso con sus relaciones. Su personalidad y la mía congeniaron desde el primer momento, él siempre intentó hacerme una mejor persona y yo solo consigo seguir decepcionándolo con el tiempo.

A él le gusta pensar que aún soy una niña pequeña, demasiado pequeña para este mundo tan loco y cruel. La verdad es que estoy consciente de mi edad, veinticuatro, y sé que debería estar lista para tomar la vida entre mis manos y controlarla, cuidarme a mí misma sin que nadie tenga que preocuparse cada vez que me pierdo. El gran problema es que no lo intento, no sé cómo ni me preocupo en averiguarlo. No me esfuerzo.

— ¿Qué estás pensando allí arriba? — George apuntó hacia mi cabeza y yo le sonreí. Los días habían pasado con mucha lentitud y había hecho un esfuerzo casi inhumano por permanecer en todos mis sentidos tan solo para hacerlo feliz.

1968, qué año, y George sigue a mi lado, aguantándome. Eso es lo que hacen los amigos y jamás pensé que encontraría a un amigo así en él, el gran, gran George Harrison.

— Uh, solo pensaba cómo mierda me conseguí un amigo como tú, ¿Sabes? — le respondí, haciéndolo reír. — Sí, así que mejor comienza a sentirte halagado, Hurrisun. Eres un amigo genial, chico — continué hablando, pero fingiendo un acento sureño. Él volvió a reír y reír hasta que ambos oímos algo afuera.

Alguien, mejor dicho, estaba llamando a los gritos a George desde el jardín trasero del apartamento.

— ¿Escuchas eso? — le pregunté, arqueando una ceja.

— Sí. Uh, espera aquí...

George se levantó del sofá en donde estábamos sentados y caminó hacia la ventana, dando una mirada completa hacia afuera. Fue entonces cuando lo vi sonreír abiertamente hacia quien fuera que estaba en el otro lado.

— No puedo creer que siga haciendo lo mismo cada vez que viene — comentó por lo bajo y casi tropieza caminando rápido hacia la puerta de entrada, desapareciendo de mi vista.

Salté de mi asiento y fui hacia la ventana lo más rápido que pude para alcanzar a ver algo de lo que él había visto, pero no había nada. La persona que le llamaba ya se había movido hacia la puerta y no fui capaz de verle con anticipación.

Me devolví al sofá y me enterré en él otra vez, esperando por el visitante para que entrara junto a George al lugar. Lo que más me causaba curiosidad era que George jamás le había abierto la puerta a nadie cuando yo me encontraba con él, sabiendo que prácticamente vivo aquí.

Bueno, quizás era Ringo, pensé. Sería maravilloso volver a ver a Ringo y a Maureen más seguido; charlar con ellos, pasar el rato.



Cuando oí la puerta abrirse una segunda vez desde que George salió por allí a buscar a quien estaba afuera, salté un poco en mi asiento, nerviosa, y esperé. En menos de diez segundos tuve a mi amigo de vuelta conmigo y con...

Dios.

No, no dios,

Brian.

— Vaya — dijo el rubio al verme. Ni siquiera me moví, congelada en tiempo y espacio completamente. — Minerva, supongo... ¿Qué tal?

Estaba jodidamente nerviosa y George todavía sonreía quietamente ante nosotros.

Cotchford Farm || Brian JonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora