12: Algo que nunca has tenido

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Pasaron semanas antes de que apareciera en la puerta del apartamento de George sin avisar. Esperaba que estuviera allí, pero solo me encontré con un departamento vacío. Gran parte de mi pesar recaía en que él ni siquiera me había buscado, y no es que fuera fácil de buscar ya que no tengo teléfono ni casa, pero los dos días que estuve con Brian no me enteré de él y sí le dejé una carta explicando que estaría allá.

Con pesar, bajé las escaleras y crucé la calle hacia un teléfono público, le metí unas monedas y aporreé los números.

— ¿Sí?

— ¿Puedo volver? — dije, sintiéndome patética.

— Sí — contestó la voz al otro lado.

Suspiré y colgué.

* * *

Antes de llegar, la lluvia me había alcanzado y moría de sed. Toqué la puerta varias veces con urgencia antes de que abriera y me dejara pasar, dejando todas mis cosas en el suelo antes de darle un abrazo que nació de mi necesidad de ser contenida por alguien en el puto mundo cuando estaba tan sola.

— No debí decir esas cosas — me lamenté.

— Ni yo — dijo él, sin abrazarme de vuelta.

Me dejó ir y creo que murmuró algo sobre hacerme un té, tras eso desapareció por un pasillo y me dejó sola. Entendía su rencor, entendía que me odiara y entendía que estuviera haciendo esto solo porque sabe que estoy a un paso de vivir en la calle y no es tan malo como para dejar que eso suceda, así que me senté sin protestar ni seguirle y me quité la chaqueta mojada, temblando de frío sin ella.

Cuando volvió con el té, me entregó la taza y se alejó, sentándose en otro sofá.

— ¿Puedes poner algo de música? — pregunté. El ambiente era algo deprimente.

Brian pareció coincidir conmigo en eso, porque accedió de inmediato y fue a buscar algún disco que pudiera disuadir la tensión y la soledad a pesar de estar juntos en esto.

— ¿Elmore James?

Asintió.

— El cielo está llorando — dijo, dejándose caer en el sofá con amargura. — ¿Realmente crees que no estoy haciendo suficiente por esos niños?

Mi boca se transformó en una fina línea, blanca de tanto apretar los labios antes de contestar.

— Eventualmente van a necesitar un padre, y tú simplemente escapaste de ahí, cinco veces — comenté y bebí un poco de té. — ¿Cuál es tu explicación a eso?

— ¿Cómo puedo ser un padre si ni siquiera puedo cuidarme a mí mismo? — preguntó sin mirarme. Miraba hacia un punto en el suelo, más allá de donde yo estaba sentada.

— ¿Por qué no prevenir? — sugerí entonces.

— Mala suerte — respondió. Entorné los ojos.

— Si sigues haciendo lo que se te da la gana, con mujeres, con la música, con tus compañeros, algún día vas a hacer enojar a la persona equivocada — le advertí. — Y lo vas a lamentar.

— Que así sea — suspiró, pasándose una mano por los ojos. — Para una persona que no tiene muchos motivos para estar aquí, no es tan amenazador.

Eso llegó muy cerca de casa.

— Lo sé — farfullé, pero no quise seguir por esa línea así que cambié de tema. — ¿Qué hay de Anita? De lo que hiciste con...

— Nunca golpeé a ninguna mujer anteriormente — gruñó, visiblemente enojado.

— Pero lo hiciste — insistí. — Estoy intentando expiar tus pecados aquí, Brian Jones.

Nos miramos.

— ¿Qué hay de los tuyos?

— Nada más que enamorarme de una persona que se fijaría en una roca marina antes que en mí — le aseguré.

— No lo creo — me retó.

— Nada cercano a lo que has hecho, créeme — intenté incriminarlo.

— Me haces tan difícil encontrarte agradable después de todo — confesó.

— Lo mismo digo, pero aquí estamos.

Lo vi levantarse para cambiar el disco que había puesto. Al parecer, Elmore James ya no se adecuaba a su ánimo y necesitaba cambiarlo.

— ¿Qué es lo peor que podrías hacer ahora? — preguntó mientras una melodía lenta comenzaba a sonar, terminé mi té de un sorbo y dejé la taza a un costado antes de levantarme de mi asiento e ir a fisgonear cuál era ese disco a su lado.

— ¿Cómo se llama esa canción? — pregunté, cautivada por la canción desconocida.

No puedes perder algo que nunca has tenido — desvió su mirada del disco que giraba en la gramola y la posó sobre mí. No era tan alto, pero yo seguía siendo más baja que él por unos 5 centímetros, los cuales se reducían a nada cuando estábamos tan cerca.

— Esa era nuestra ventaja — me lamenté.

Sonrió.

Era — repitió, tomó mi cara con una mano y me besó.

Cotchford Farm || Brian JonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora