36: Desastre

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No llamaría. No sabría qué decir y probablemente una llamada no es la mejor manera de manejar una situación que incluye a Brian Jones. Necesitaba verlo, pero ¿Cómo? No quería tomar un bus hasta Cotchford Farm porque es un largo camino y probablemente tenga la misma fecha de ida y de retorno.

Así es como una mañana libre en el trabajo llegué a casa de mis padres con el fin de conseguir que papá me prestara su preciado Sedan.

— No.

Entorné los ojos y lo seguí por toda la casa.

— Tengo licencia — dije, sacando la billetera del bolso para mostrarle el carnet que lo acreditaba. — ¡No voy a destruirlo como piensas! Sé manejar bien...

Brian había dejado en mis manos un carro mucho más caro y preciado... para la humanidad, digo. Es el carro del príncipe de los Rolling stones, y no le hice un rasguño las veces que lo manejé.

— ¿Acaso lo necesitas para ir a una fiesta? Minerva, te conozco — me acusó.

— Si me conocieras, sabrías que he estado sobria medio año, y no pretendo arruinarlo pidiéndote el carro para ir a una... fiesta — me indigné. — Papá, por favor.

Me miró con algo que no supe descifrar si era positivo o negativo en los ojos...

* * *

El camino hasta su puerta era largo y tedioso. Apenas comí algo en casa y salí a la ruta con las ventanas abajo pues era un día primaveral caluroso. Tarareé canciones, canté otras, me gustaba ver el paisaje al entrar a Sussex, era distinto, tenía colores distintos al de una ciudad de concreto.

Mientras más me acercaba a Cotchford farm, menos cantaba, menos tarareaba, y cuando ya estuve a un par de kilómetros, el silencio conmigo misma era hasta incómodo. Estaba nerviosa.

Cuando estacioné fuera de la granja, me quedé un momento adentro considerando qué decir, ¿Habrá visto las noticias en los periódicos? Había estado en boca de todos por unos días, eso de que John se había enfrentado a George por una infidelidad y le había llamado "incestuoso"; incluso Rachel me lo comentó un día y yo solo tuve que reír y asentir.

¿Sabría? ¿Sabría que yo lo sé? ¿Que es necesario que esté aquí porque me equivoqué?

Me quedé un momento más y salí. Una vez más en el porche de Cotchford farm, toqué esperando verlo, aunque todavía no sabía cómo comenzar a decirle todas las cosas que se arremolinaban en mi cabeza y tenía que decirle. Era ahora o nunca.

Toqué otra vez. Juro que, si George se equivoca, es la última vez que le creo —ya sé, lo dice la que le creyó toda la vida—. Bufé y caminé hacia el carro hecha una furia, pero entonces...

— ¿Sí?

Me volteé y fruncí levemente el ceño.

— ¿Buscas a Tom? — siguió. Supuse que, si no me movía, si no hacía algo, podría creer que soy una loca invadiendo la propiedad de un famoso.

— Busco a Brian — dije, sacando la voz.

Ella lo pareció considerar, pero nunca dejó de ofrecerme una sonrisa hogareña y feliz. ¿Quién era?; me acerqué hacia el porche nuevamente observando su piel pálida, su altura, sus cabellos largos y rubios...

— ¿Eres de la disquera o...?

Negué varias veces con la cabeza y hablé:

— ¿Quién eres tú? — pregunté.

Abrió ligeramente la boca.

— Anna — extendió su mano, ni siquiera supe si debía extender la mía y estrechársela, pero finalmente accedí. — Anna Wohlin, ¿Me dirás quién eres tú? — añadió, intentando no dejar su espíritu siempre feliz desfallecer por la extrañeza de nuestro encuentro, supongo, porque todavía sonreía con esa maldita sonrisa de "todo está perfecto" y no, no estaba todo perfecto.

Quizás era algo de Frank, o de Tom...

— Minerva... Pound — dije. Sus manos eran suaves y pequeñas. La solté.

— Bueno, Minerva, dime ¿En qué puedo ayudarte? — siguió. — ¿Estás bien?

Asentí.

— Yo solo vine por...

Y no pude terminar porque las palabras se me quedaron atascadas en algún lugar al ver a Brian aparecer tras de Anna, probablemente, por sus gestos, a buscarla y a ver qué diablos la tenía tan ocupada y lejos de él.

Yo jamás abrí la puerta de Cotchford farm para nadie. Nunca creí que fuera digna de creerme la señora de su granja.

— ... por mis gafas de sol — terminé.

Anna miró a Brian y luego a mí.

— ¿Qué hacen tus gafas de sol aquí? — preguntó. No había malicia o celos en su voz, era una genuina curiosidad que me molestaba, quizás una mujer como ella no podría jamás sentirse celosa de una persona tan... ínfima como yo, literalmente.

— George y yo pasamos de visita hace un tiempo y... ya sabes, se me quedaron, y son mis gafas preferidas... Pattie me dijo que no estaban en Kinfauns, así que supongo que están aquí — inventé.

— ¿George?

Hice un ademán, como si no fuera gran cosa.

— Harrison, George Harrison — dije.

Brian no había abierto la boca hasta ese momento, ni siquiera para asombrarse con mis mentiras. Supongo que, en un mundo de mentirosos, él había visto mejor performances que la mía y ya nada le sorprendía.

— Sí, están acá — nos interrumpió finalmente. Desvié la mirada desde Anna hacia él, pero él me esquivó y miró hacia otro lado. — Voy a buscarlas por ti — dijo y salió de mi vista rápidamente.

Anna seguía allí.

— ¿El Beatle? — me preguntó, quizás para armar tema de conversación mientras Brian volvía con las jodidas gafas. Asentí vagamente, mirando las flores de las ventanas o cualquier cosa. Me sentía hasta mareada, con el estómago revuelto a punto de jugarme una mala pasada en frente de la rubia. — Sí, sabía que eran amigos, pero no pensaba que viniera mucho aquí — continuó.

— Hace un buen tiempo que no nos pasamos a ver a... Brian, para serte sincera — dije. Incluso decir su nombre me hacía querer vomitar hasta lo que comí en el cumpleaños de George, y eso que allí también me sentí mal, pero esto estaba a otro nivel.

— Oh, estábamos en Dinamarca, acabamos de llegar hace unos días — explicó ella. — Allí fue donde nos conocimos y... bueno, ya sabes cómo es de extraño cuando dos personas simplemente se... ven.

Asentí con una sonrisa queda y para nada sincera.

Un momento de silencio más y apareció Brian con las gafas en una mano.

— ¡Pero si son las que llevabas a todas partes en Copenhague! ¿No eran tuyas? — las reconoció Anna. Compartí una mirada de muerte con Brian y extendí mi mano.

— ¿Así que el buen Brian quería robar mis gafas? — bromeé para disimular aquello. Él me las dio cuidando de que nuestras manos ni siquiera se tocaran. Primer acto que le agradezco desde que llegué hasta aquí.

— Bueno... — dijo él, evitando el lío de las gafas sin problema.

— Nada — sonreí, aprovechando de ponerme las gafas para que me ayudaran a seguir con el circo que teníamos. — Le diré a George que estás bien, el otro día vio a Keith y charlaron un poco. Me alegro mucho que hayas encontrado a una chica tan genial, Brian.

— Minerva... — continuó, pero no le dejaría seguir.

— Nos vemos, quizás algún día los cuatro, con Pattie, Maureen, Ringo, Keith... y Anita, ya sabes... — empecé a enumerar con ironía, sintiendo que si seguía comenzaría a llorar de la rabia frente a ellos sin poder hacer nada para detenerme. — Adiós, Anna, un gusto — añadí.

Volví a mi carro a grandes zancadas y me metí en él. Me temblaban las manos y lo noté solo cuando saqué las llaves de mi bolsillo y no pude achuntarle a la primera. Cuando lo logré, retrocedí y volví a mirar hacia la puerta.

Anna ya no estaba. Brian seguía allí.

Me largué como pude sin volver a mirarlo.



Cotchford Farm || Brian JonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora