37: Cocaína

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Algunos podrían ver esto como la definición de una vida pintoresca: llorar en casa de Eric Clapton por Brian Jones. La realidad era que apestaba. Apestaba que Eric estuviera con una resaca de quizás qué droga que lo tenía medio aturdido; apestaba que entre los dos hiciéramos un espectáculo de pena que nadie quisiera ver.

Él también estaba triste, aunque se rehusaba a decirme por qué y, por mi parte, también me rehusaba a decirle por qué lo había llamado desde un teléfono público en medio de Sussex hecha un desastre que apenas podía hablarle.

Estábamos jodidos, y yo estaba demasiado sobria.

— ¿Tienes whisky? — pregunté.

— Cariño, tengo cosas mucho mejores — me aseguró, tumbado en su sofá con una mano en la frente. Abstinencia... podía notar que estaba muerto por meterse algo al sistema, pero quizás se estaba conteniendo porque tiene visitas.

Y no es que nos conozcamos bastante como para hacer ese tipo de descortesías.

— ¿Qué tienes? — pregunté tras un suspiro. Había dejado de llorar hace unos minutos y todo dolía, en realidad necesitaba algo mejor que un trago.

Eric se quitó la mano de la frente y me miró. Le sonreí y asentí, yo también lo entendía a veces.

* * * 

Ella no miente — me dijo.

Reí.

— Y, querida Minerva, esta no es tu droga, así que no corres el riesgo de quedarte hundida en ella como yo — siguió. Ella le hacía más parlanchín, más alegre. Nos había hecho olvidar la tristeza por un rato para hablar de cualquier cosa con el corazón en la mano y los dientes castañeando sin tener frío.

— Pero es tentador — confesé. La sensación de tenerla dentro era agradable, era como si ya no necesitara dormir o pensar, pensar en todo siempre y con tanto esmero.

— Claro que lo es, una vez con ella y no hay vuelta atrás — me aseguró.

Volví a sonreír y me dejé caer hacia atrás en el suelo. Estábamos en el medio de su salón principal, sentados sobre una alfombra tan suave que comencé a acariciar inconscientemente mientras me centraba en sentir cosas, muchas cosas.

— Estás enamorado — asumí. No podía ser otra cosa. Cuando eres capaz de confesar que ya no tienes remedio, que ya no hay vuelta atrás, lo estás.

— Sí que lo estoy — lo confirmó y se recostó a mi lado, ambos mirando el techo.

— Siento que podría quedarme aquí, quieta, sintiendo la textura de tu alfombra... pero también tengo estas ganas de saltar y bailar y... — él se puso de pie de un salto y me dio su mano. Lo miré, extrañada, y le di la mía. Me jaló tan fuerte que fue como un segundo el que pasó hasta que estuve frente a él, a centímetros de su rostro.

— ¡Casi me matas! — exclamé.

Creo que la cercanía hizo que hasta el efecto de ella se detuviera por un pequeño momento en el que nos miramos, respirando rápidamente, y lo consideramos.

— Nah... — dijimos, alejándonos entre risas.

— Si no existiera Brian Jones, Eric... — le aseguré mientras caminábamos hacia quién sabe qué lugar de esa gran mansión. Bueno, Eric seguramente lo sabía, era su propiedad.

— Si no existiera Pattie Boyd, Minerva — repitió, sin soltarme.

Pero yo lo solté a él y me detuve en seco.

Cotchford Farm || Brian JonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora