Algunos podrían ver esto como la definición de una vida pintoresca: llorar en casa de Eric Clapton por Brian Jones. La realidad era que apestaba. Apestaba que Eric estuviera con una resaca de quizás qué droga que lo tenía medio aturdido; apestaba que entre los dos hiciéramos un espectáculo de pena que nadie quisiera ver.
Él también estaba triste, aunque se rehusaba a decirme por qué y, por mi parte, también me rehusaba a decirle por qué lo había llamado desde un teléfono público en medio de Sussex hecha un desastre que apenas podía hablarle.
Estábamos jodidos, y yo estaba demasiado sobria.
— ¿Tienes whisky? — pregunté.
— Cariño, tengo cosas mucho mejores — me aseguró, tumbado en su sofá con una mano en la frente. Abstinencia... podía notar que estaba muerto por meterse algo al sistema, pero quizás se estaba conteniendo porque tiene visitas.
Y no es que nos conozcamos bastante como para hacer ese tipo de descortesías.
— ¿Qué tienes? — pregunté tras un suspiro. Había dejado de llorar hace unos minutos y todo dolía, en realidad necesitaba algo mejor que un trago.
Eric se quitó la mano de la frente y me miró. Le sonreí y asentí, yo también lo entendía a veces.
* * *
— Ella no miente — me dijo.
Reí.
— Y, querida Minerva, esta no es tu droga, así que no corres el riesgo de quedarte hundida en ella como yo — siguió. Ella le hacía más parlanchín, más alegre. Nos había hecho olvidar la tristeza por un rato para hablar de cualquier cosa con el corazón en la mano y los dientes castañeando sin tener frío.
— Pero es tentador — confesé. La sensación de tenerla dentro era agradable, era como si ya no necesitara dormir o pensar, pensar en todo siempre y con tanto esmero.
— Claro que lo es, una vez con ella y no hay vuelta atrás — me aseguró.
Volví a sonreír y me dejé caer hacia atrás en el suelo. Estábamos en el medio de su salón principal, sentados sobre una alfombra tan suave que comencé a acariciar inconscientemente mientras me centraba en sentir cosas, muchas cosas.
— Estás enamorado — asumí. No podía ser otra cosa. Cuando eres capaz de confesar que ya no tienes remedio, que ya no hay vuelta atrás, lo estás.
— Sí que lo estoy — lo confirmó y se recostó a mi lado, ambos mirando el techo.
— Siento que podría quedarme aquí, quieta, sintiendo la textura de tu alfombra... pero también tengo estas ganas de saltar y bailar y... — él se puso de pie de un salto y me dio su mano. Lo miré, extrañada, y le di la mía. Me jaló tan fuerte que fue como un segundo el que pasó hasta que estuve frente a él, a centímetros de su rostro.
— ¡Casi me matas! — exclamé.
Creo que la cercanía hizo que hasta el efecto de ella se detuviera por un pequeño momento en el que nos miramos, respirando rápidamente, y lo consideramos.
— Nah... — dijimos, alejándonos entre risas.
— Si no existiera Brian Jones, Eric... — le aseguré mientras caminábamos hacia quién sabe qué lugar de esa gran mansión. Bueno, Eric seguramente lo sabía, era su propiedad.
— Si no existiera Pattie Boyd, Minerva — repitió, sin soltarme.
Pero yo lo solté a él y me detuve en seco.
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Cotchford Farm || Brian Jones
FanficSe había enamorado de George Harrison en cuanto Maureen los presentó, años atrás. Lástima que había una Pattie Boyd en medio. La vida no es siempre como uno desearía que fuera. Ahora: sin trabajo, sin hogar y con una fuerte adicción al alcohol, Min...