14: Niños

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— ¿Te gustó tu incursión al mundo de Brian? — me preguntó George. Nos habíamos juntado a tomar un café en un lugar neutro y discreto, estaba casi vacío y las personas que nos rodeaban parecían pasar de él, aunque fuera un jodido Beatle. Debía admitir que sabía escoger dónde salir, a qué hora y todo eso. — ¿Fue él quien te convenció de no volver al departamento?

— No — respondí. — Pensé que era tu amigo, ¿Por qué tanta desconfianza?

— Ya te dije, Minnie. Él es...

— Un miserable, como todos los músicos — dije, recordando a Brian y sus palabras, recordando despertar para ser él lo primero que veo, él con una jodida taza de té entre las manos. El príncipe Jones, como una vez lo llamaron en una canción.

— No todos han abandonado a sus hijos, ni han golpeado...

Alcé una mano y suspiré, quería que se detuviera.

— Voy a ir a lo de mis padres, no te preocupes más por mí — aseguré. — Nadie me convenció de nada, solo quiero volver a comenzar y sé que me mantendré sobria estando en casa con ellos, nunca quise decepcionarlos, no lo haré ahora.

Nos quedamos en silencio un rato mientras llegaba nuestra comida. George era de esas personas que comía y comía y jamás quedaba contento, así que nuestra mesa se llenó de emparedados y pasteles; extrañaba comer con él, pero era doloroso estar frente a frente sabiendo la verdad.

— ¿Cómo está todo con Pattie?

Me miró y se encogió de hombros.

— Como siempre — respondió. — Viajaremos a la india próximamente.

— ¿Solos o con la banda y sus esposas?

— Probablemente todos.

Pensé en Maureen, pero preferí callar. Ni siquiera quería tocar el tema, ¿Para qué? Yo no era nadie para confrontarlo por nada, además no era una soplona, enfrentarlo por eso solo le llevaría a concluir que la única persona que pudo haberme dicho fue Brian, y no quería que llegara a él.

Lo que me quedaba era hablar con ella. Ella había sido mi amiga primero que todo, en el comienzo de las cosas. Ella me había presentado este mundo, ella me había introducido a mi peor enamoramiento y finalmente terminó llevándose lo que más quería en el mundo aún teniendo a alguien a su lado. En fin, los músicos son malditos, la máxima de Brian Jones me daba cobijo cuando comenzaba a sentir frustración y desesperanza. No debería haber esperado tanto de George, tampoco haberlo puesto en el pedestal que estaba antes de saber lo que hacía en su vida privada.

Así es como eran las cosas.

— ¿Realmente vas a dejar la bebida? — preguntó tras otro largo silencio.

Asentí. Estaba decidida.

Lo único que hizo fue sonreírme. George Harrison nunca me vio.

* * *

Lo bueno de tener a mamá solo para mí era que podía confiarle todo lo que venía guardando hace tanto y en soledad. Tras un largo abrazo y pregunté por toda la familia para rellenar nuestros silencios, que últimamente eran muchos, pero distintos a los que tuve con George o con cualquier otra persona; mis silencios con mi madre o mi padre eran por lo ingratos que habíamos sido mutuamente. Lamentaba tanto haberlos dejado de lado como el que ellos también a mí, pero hoy eso es pasado. Nos sentamos en el comedor y tomé de su mano, sintiéndome un poco avergonzada de haber llegado hasta esto, pues cuando uno se va de casa piensa que es para siempre, para avanzar, no para retroceder y volver.

— ¿Qué sucede, Minerva? — me preguntó, apretando mi mano.

— Me despidieron, mamá. Me despidieron del trabajo en el asilo con los niños y los ancianos... yo, yo... — boqueé un par de veces y terminé llorando, sin poder seguir. Mamá me soltó la mano y acarició mi cara, apartando las lágrimas con sus dedos.

— Hija... — dijo casi en un susurro. Hace mucho que no la escuchaba llamarme así.

Seguí llorando en silencio.

— No tengo dónde ir, mamá — admití. — ¿Es muy patético? — alcé la mirada y la posé en sus ojos. Me miraba como si yo fuera la niña que había criado, la que aún no perdía el rumbo en la adultez, la inocente.

— No — respondió. — Esta es tu casa y nada de lo que hagas es patético. Si te caes, te levantas, ¿Me oyes? Solo que de a poco.

Asentí sin dejar de llorar.

— Es el alcohol ¿Cierto? — me preguntó. Ella lo sabía, claro que lo sabía, por eso había comenzado todo, todas nuestras disputas y desprecios.

— Sí. Intento dejarlo.

— ¿Estarías dispuesta a ver a un médico, Minerva? — preguntó cuidadosamente. Lo había hecho antes, eso de preguntarme si me trataría, pero siempre me alteraba y le decía que no tenía un problema, por ende, no necesitaba ayuda médica como una adicta sin remedio. La realidad es que sí lo era y sí necesitaba ayuda. Volví a asentir, intentando calmar mi respiración y dejar de llorar.

Lo único que me alegró fue ver una sonrisa en su rostro cuando vio mi disposición a dejar toda la mierda.

Jamás creería quién me había convencido de hacer todas estas cosas...

* * *

— Estoy bien, estoy a salvo — dije al teléfono, enredada jugando con el cable mientras me encontraba tumbada en el sofá. Mamá había salido a comprar y papá aún no volvía del trabajo. Habían pasado un par de días y ya tenía una cita con el doctor, no había bebido un sorbo de absolutamente nada con alcohol en algo así como una semana y mis padres estaban siendo un gran apoyo para mí justo cuando los necesito. Me arrepentía tanto de la lejanía durante estos últimos años, por los que disfrutarlos ahora es... esperanzador.

— ¿A quién te pareces más? A él o a ella — preguntó la voz al otro lado del teléfono, haciéndome reír.

— A él, totalmente — respondí. — ¿Qué planes tienes?

— No muchos, intentar negociar con la embajada para que me dejen viajar a América. Como me atraparon con hierba no quieren dejarme salir del país — explicó.

— Eres un lío — observé.

— ¿Hablaste con George? — me preguntó.

— No. Preferí alejarme — confesé. — Solo quiero mejorar.

— Estás empezando...

Nos quedamos callados.

— Gracias — dije. — No sé por qué quieres que mejore, ni siquiera sé cómo me convenciste de tomar este camino, pero gracias.

Fue como si lo sintiera sonreír, aunque no pudiera verlo y sonreí en la soledad de la sala de estar de mi casa de la infancia.

— Aunque no pueda tomar el mismo camino porque mi vida es un camino sin retorno, no quiero eso para ti — respondió.

— Dios, te besaría — solté inconscientemente, solo para oír su risa encantada.

— Estoy justo aquí, no iré a ningún lugar... — sugirió pícaramente. Me sonrojé, mi cara estaba ardiendo.

Podía acostumbrarme a esta tranquilidad, a esta nueva sensación. Brian me hacía tan fácil extrañarlo y saber que si corro a Cotchford farm me esperaría con un té y besos, muchos besos. Nuestra estúpida amistad nos había vuelto niños cada vez que nos veíamos y me gustaba. Quizás demasiado.

Cotchford Farm || Brian JonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora