25: Extrañamiento

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Para ser dos adultos en la mitad de sus veintes, no éramos muy inteligentes. Nos congelábamos en el jardín fumando cigarrillos y bebiendo té, mirando lo que una vez fue verde cubierto de blanco, y todo parecía tan surreal.

Brian me había envuelto en una frazada, mientras que él se había quedado con lo puesto: esa gran chaqueta que traía desde el evento.

— ¿Qué pasó contigo? — me preguntó.

Lo miré como si estuviera bromeando, ¿Qué pasó conmigo? ¿Ese día y los que vinieron? Oh, claro, aterricé en la casa de mi amigo adicto a la heroína y me embriagué tanto que casi me lanzo por el balcón luego de haber considerado que jamás podría salir del círculo vicioso de las recaídas, el amor no correspondido, la vergüenza que sentía por lo sucedido con Maureen, la culpa por ese arrebato que de no ser Brian un buen nadador lo hubiera mandado al otro mundo...

Sí, eso pasó ese día, y los siguientes no fueron mejores. Volvía a casa solo a asearme y algunas veces ni a eso, lloraba bastante cuando mis amigos se picoteaban los brazos y dejaban de preocuparse de mí. La vida nunca apestó tanto como en esos días.

— No he bebido en un mes y quince días — dije. — Serían dos meses, pero ya sabes, no es tan fácil y...

— Un mes y quince días está bien, Minerva — me cortó.

Asentí. Era una particularidad tan suya eso de decir las cosas de manera golpeada cuando siente que está en lo correcto o cuando quiere zanjar un tema sin más; Brian era todo un caso. Algunas veces pensaba que su problema es que lo desbordaban los sentimientos y no tenía intención de controlarlos, o aprender a hacerlo, simplemente los dejaba fluir y salían de la manera que salían.

Aunque eso molestara al mundo.

— ¿Te hace sentir mejor? — lo escuché preguntar.

Vacilé.

— No es bonito. El mundo no es bonito de ver con ojos sobrios ¿Sabes? — dije.

Y ahora reía. Lo miré discretamente y no pude evitar sonreír.

— ¿Sabes? Ya no me sorprende lo que hiciste, sabes mentir — volví a hablar con algo más de decisión, y la sonrisa se borró de mi rostro cuando lo pensé mejor. — Allá en el estudio lucías feliz. Recuerdo haber estado viéndote cuando presentaron el circo, ahí con esa flauta, riendo, mirando al mundo con unos ojos llenos de... no lo sé.

— Bueno, es algo llamado hierba, ya te lo dije, yo no-miento — respondió e inmediatamente capté que se había puesto a la defensiva como un animal herido.

— No, claro. Nunca mientes...

— Si pudiera... si fuera como tú dices, entonces mi banda, MI banda no querría echarme a la calle, ¿Entiendes? Si fuera como dices me hubiera quedado a decirles a todas esas mujeres que me haría cargo solo para quedar bien, pero no, resulta que desaparecí y me odian... ellas, Anita, todos esos con los que toqué hoy susurran a mis espaldas "así es Brian", "¿Cómo ella va a ser amiga de Brian?"...

Lo último fue dolorosamente familiar: Es lo que me habían dicho Keith y Mick, ya no recuerdo quién en específico, pero incluso yo sentí la hostilidad en esas palabras.

— Estas paranoico, no todos te odian...

— ¡Tú me odias! — exclamó. — ¿No es así? ¿Ahora me vas a decir que no lo haces para hacerme sentir mejor? ¿Vas a ser igual que todos esos?

Dejé mi taza de lado y me puse de pie.

— No voy a seguir hablando de esto contigo ¿Vale? — dije con firmeza. — Voy a entrar.

— Minerva... dime la verdad — me detuvo solo con su voz. Estaba frente a la puerta que daba hacia adentro y no pude empujarla y entrar. Miré el pomo con los dientes apretados del frío y de la rabia.

— No te odio, Brian — no podría, pensé. — Yo solo quiero lo mismo, que me digas la verdad.

Lo sentí reír con ironía, una risa corta y cargada de algo que me molestaba. Me volteé y lo enfrenté, entonces él levantó el rostro y quedamos frente a frente. Me sonreía con una sonrisa cansada pero burlesca.

— ¿Vamos a volver a George? — dijo. — ¿En serio? — siguió. — ¿Cuán grande es todo ese amor que tienes por él? ¿Cómo es que alguien puede amar de esa manera a otra persona? — y pareciera como si quisiera que le pasara a él, que alguien lo amara así.

Pobre tonto. Ahora era yo la que sonreía, pero me dolía sonreírle así.

Probablemente dejé de "amar" a George desde que dejé de pensar en él, de esperar por él y encontré que allí afuera de esa burbuja juvenil y estúpida yo podía tomar decisiones importantes como comenzar a mejorar, reconciliarme con mis padres, pensar en mí.

Probablemente fue cuando tuve un tazón propio en una casa en la que pasaba mucho tiempo, ¿Una casa dije? Qué va, una granja, una gran y rústica granja con una piscina que no quiero mirar porque verla me traería el dolor más grande que he sentido hace mucho.

Sí, y probablemente él nunca lo sabría, pero es como debe ser.

— Voy a dormir un poco, mañana trabajo y no sé cómo voy a llegar desde aquí a... bueno, no importa, si tengo que salir a las cuatro de la mañana de aquí, lo haré. Ya cumplí con quedarme y todo lo que pediste. Por favor, vamos a dormir — le pedí.

No dijo nada.

Cotchford Farm || Brian JonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora