5: Volver a casa

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Conseguí un trabajo en una cafetería gracias a un amigo que tenía contactos con el mánager de dicho establecimiento. No era, ni lejos, el trabajo para lo que estudié en la universidad, pero al menos era una fuente de dinero y tan solo requería que me mantuviera despierta sirviendo café y cobrando dinero por él. Fácil.

Los primeros días me urgía llegar al día de pago tan solo para gastarlo todo en bebida. Estar sobria me hacía sentir, la mayoría del tiempo, angustia, soledad y desesperación, es por eso que no me gustaba y caía una y mil veces en el vicio. Por supuesto, mi meta no era gastar todo el dinero en ponerme ebria sino que volver a encontrar un piso en el centro de la ciudad para dejar de fastidiar a George.

Sí, él me decía que no fastidiaba y que podía quedarme por siempre en el lugar, pero no se sentía correcto permanecer ahí tras casi un mes desde que sucedió el incidente que me dejó sin el trabajo de mis sueños y viviendo en un lugar gratuitamente. Me incomodaba saber que ese no era mi lugar, que no estaba pagando con dinero de mi bolsillo por él y que George casi por caridad me lo prestaba.

Un día viernes, después del trabajo, decidí no volver a su casa y aproveché que uno de mis amigos me había invitado a una fiesta para quedarme donde me llevara la noche. Me las arreglé para permanecer ebria por días, fue así como me di cuenta de que lo único que quería era dejar de sentir, volverme insensible al mundo; de esa manera podría olvidarme de mis sentimientos, mi soledad y mi autoestima.

Imagina lo que es ser libre, eso es lo que quiero alcanzar.

Brian cruzó mi mente un par de veces en el estado en el que me encontré ese fin de semana. Usualmente, ebria o no, tiendo a soñar despierta con un millón de cosas que me gustaría hacer, decir, sentir o vivir, y me encontré pensando en él en los momentos más solitarios de la borrachera, esos en donde comienzas a cuestionarte por qué estás rodeada de tanta gente y, aún así, sintiéndote sola. Pensé en la idea de estar en esa casa llena de melancolía y recuerdos de la infancia, pensé en lo que sería estar en Cotchford Farm al lado de Brian vistiendo como el rey del lugar, viviendo prácticamente en un cuento en donde todos somos buenos, tengo amigos, tengo dinero, tengo trabajo y vivo feliz para siempre.

Pero siempre hay un momento lúcido, y ese momento vino de la mano de las advertencias de George sonando una y otra vez en mi cabeza.

¿Cuán roto puede estar Brian Jones? ¿Cuánto mal puede haber hecho?

No fue hasta el domingo por la noche, un poco tocada y con frío, que vagué por horas en la calle y terminé encerrada en un teléfono público marcando el número de la granja de George, en donde vivía actualmente con Pattie.

Rogué que estuviera allí.

— ¿Bueno? — lo oí y me largué a llorar. No sabía si de emoción por encontrarlo en casa o de la tristeza por tener que recurrir a él cuando no me quedaba nadie más, cuando todo lo bueno de mi vida terminé apartándolo por lo que soy.

— George... — dije y mi voz sonó entrecortada por el llanto. — George, estoy jodida. Necesito permanecer así todo el tiempo, necesito más, ayúdame.

— Minnie — me llamó con ese ridículo apodo con el que todo el mundo me llama desde que nací y mis padres consideraron que era adorable. Sollocé por el tono de su voz, sonaba tan triste y decepcionado. Él ni siquiera parecía haberse enterado de que me había fugado de su casa, prácticamente. — ¿Dónde estás?

— Lejos — respondí, temerosa. — No he estado en tu apartamento desde el viernes.

Silencio. Parecía meditar sobre mi escapada de adolescente inmadura.

— ¿Y quieres volver? — preguntó finalmente. No contesté. — ¿Has estado bebiendo?

— Sí...

Rayos, no podía mentirle, y quizás hasta se notaba en mi voz, ya no lo sé.

— Mañana tendrás que conseguirte una licencia porque no irás a trabajar de nuevo en un estado lamentable — opinó. — Tienes las llaves, Minerva, vuelve a casa.

Algo en mi interior se estremeció de la ternura al oír que le llamaba mi "casa" a su apartamento. Nos quedamos en silencio y me contenté con oírle respirar, sabiendo que esperaba desde el otro lado una respuesta.

— Está bien — musité, sorbiendo por la nariz mientras me secaba las lágrimas con el dorso de la mano cubierto con mi suéter. — Volveré a casa. — añadí tan solo para sentir en mis labios el sabor de llamarle hogar a ese espacio que le pertenecía.

— Procuraré visitarte cuando me sea posible — prometió, aunque sé que esas promesas puede que nunca se cumplan, pero no perdía nada en tener esperanza por ellas.

— Sí — fue lo único que dije y colgué, dejando lentamente el auricular en su lugar con un clic mientras me reclinaba contra una de las paredes de la cabina y pensaba.


Algunas veces pienso que necesito detener toda esta mierda para que no siga pasando, que soy la única que puede hacer que las cosas sean distintas desde ahora y para siempre. Podría dejar de beber, de fumar, de drogarme con porros de mala calidad y todo estaría bien, pero luego caigo otra vez y me da igual. Cuando caigo, me quedo en el suelo porque estoy acostumbrada a él y porque quizás me gusta un poco quedarme allí; es la única forma de vida que he conocido por años y, aunque esté trabajando actualmente para ganar algo de dinero, eso no me hace una persona decente y buena.

En caso de que te estuvieras preguntando, sí, esta vida no es una vida, pero es la mía.

Cotchford Farm || Brian JonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora