26: Perdida

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Me dejó en la misma habitación que me dio cuando me quedé por primera vez en este lugar. En ese tiempo estaba acostumbrada a cargar con un gran bolso y cosas colgando de aquel bolso porque básicamente vivía en donde me aceptaran, ya fuera donde George, donde Peter o en otro sitio; y recuerdo perfectamente que una de las primeras cosas que me dijo a solas fue si acaso planeaba vivir con él.

— Podrías ser un hombre realmente feliz aquí — sugerí, quitándome la manta para entregársela, pero él rechazó el gesto y me la devolvió.

— Hace frío por las noches en este lugar — me aconsejó, y luego pareció meditar sobre lo que le había dicho. — ¿Todavía piensas que merezco ser feliz siquiera?

Suspiré.

— Algunas veces pienso que te gusta apuñalarte por lo que has hecho y lo que te ha pasado.

— Algunas veces me apuñalan, o intentan ahogarme por ello — ironizó.

Bajé la mirada.

— Entonces sí me mentiste y yo sí estaba en lo correcto — musité. — Algunas veces intentan ahogarte por ello... por lo que has hecho — hilé sus propias palabras y escuché que ahora era él quien resoplaba cansinamente.

— Minerva, puedo ser un desgraciado, un malnacido con problemas de ira y agresividad... histérico, paranoico, negativo, dañino, mal hijo, mal padre, mal amor, mala persona...

Lo miré con sorpresa.

— Puedo terminar mis días ahogado en la droga o qué se yo, muerto, probablemente, y me lo merezco, pero yo nunca te mentí — dijo, encolerizado de pronto. — Y no tengo que demostrártelo, porque no soy nadie para...

Se me escapó una risa estúpida y constipada. Mis ojos estaban llenos de lágrimas.

Él era todo, pero no me iba a arriesgar a creerle porque estaba consciente de su historial, de todo lo malo y todas las cosas que no se irían con el tiempo. Y sí, las personas pueden cambiar, soy el vivo ejemplo de eso, aunque no pocas veces me tienta volver a ser la misma mujer patética que cae en el alcohol porque no sabe qué hacer con su vida, pero yo no podría soportar que todo esto sea una mentira más.

No puedo...

— Buenas noches, Brian — dije con toda la voz que pude sacar, y previne que en algún momento me derrumbaría llorando, pero no ahora, estaba pasmada y abrumada. Me di la vuelta y...

— No... — dijo en voz baja y quizás pensó que no lo escuché porque no insistió. Me encerré en la habitación y me dejé caer tras la puerta con una sensación de inquietud y horror en el pecho, una sensación que llegaba a doler.

Y ni una sola lágrima cayó de mis ojos, tal y como lo pensé, porque era algo mucho más profundo. Tan solo estaba ahí, en la oscuridad, sentada en el suelo con la mano en el pecho sintiendo mi corazón latir.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que me levanté y me envolví en la manta que había estado usando para escudarme del frío. Caminé hacia la cama y me dejé caer, tumbada mirando el techo, perdida en mis pensamientos y, sinceramente, tampoco podría decir cuánto pasó hasta que comencé a oír música a lo lejos.

Blues. Lo que más le gusta a Brian.

No podría dormir.

Me quité la manta de encima y también me ocupé de quitarme las botas para que no hicieran ruido cuando caminara. Luego de eso salí de la habitación y recorrí la casa como un fantasma, siguiendo el sonido de la melodía, esperando encontrarlo. No fue muy difícil al final, estaba en su habitación, al lado de la gramola que tenía allí. Me daba la espalda, no podía saber qué miraba específicamente, pero se encontraba quieto, como hipnotizado por esas canciones.

Era extraño, la quietud no era Brian, su esencia se iba en ella.

Avancé y cuando estuve a centímetros de él, me apoyé en su espalda y lo rodeé con mis brazos. Sentí el saltito de sorpresa que dio cuando se percató de mi toque, pero inmediatamente se relajó en mi abrazo.

— ¿Qué haces? — me preguntó con inquietud.

— No puedo dormir — dije. — No quiero estar sola — añadí.

Ahora éramos dos.

Se volteó y me abrazó apropiadamente. Me gustaba estar a su lado, me gustaba que no fuera tan alto, que en mi abrazo mi rostro estuviera cerca del suyo.

— Te imaginas, Minerva Pound... — soltó vagamente, separándose un poco de mí para tomar una de mis manos y moverse conmigo. Sonreí al darme cuenta de que su intención era que bailáramos una de esas piezas. — La vida sería mejor si pudiera bailar contigo todas las noches.

Meneé la cabeza.

— No estoy segura de que una vida así de aburrida sea adecuada para ti — le respondí.

— Para el guitarrista de los Rolling Stones no, a él le va más el alcohol, las drogas fáciles de conseguir, las fiestas interminables...

— ¿Qué cambia? ¿Dónde termina él y empiezas tú?

Me miró y con ese gesto estuvimos mucho más cerca, pero siendo él, no iba a hacer nada a no ser que yo lo hiciera, así que miré hacia la dirección opuesta y apoyé mi barbilla sobre su hombro. Lo sentí reír.

— Podría vivir así, créeme. Podría cambiar...

Si tan solo fuera verdad.

— ¿Qué te lo impide?

— No preguntes más — me pidió.

Nos quedamos callados hasta que pronto acabó el disco y ya no había música que disfrazara el silencio. Volvimos a mirarnos.

— Mejor ve a dormir — sugirió. — Prometo no volver a poner otro disco, si es que la música no te hace conciliar el sueño.

Él estaba... cumpliendo su palabra.

Y yo estaba... indignada.

— Yo... — balbuceé.

— Tienes que trabajar, además — me recordó luego con desdén. Su voz, su mirada, todo en él lucía tan apagado. Daba la impresión de que tras haber vivido tanto, ya no le quedaba nada, y no veía nada en el futuro. Era desesperante verlo básicamente rendirse.

Lo solté y me alejé unos pasos hacia atrás.

— La verdad es que... — comencé, con un nudo en la garganta y mucho miedo. — Brian, la vida sí sería buena, tan buena... si pudiera bailar todas las noches... contigo.

Sí, como una tonta, también podía imaginarlo y cuando lo hacía, me gustaba lo que veía.

Estoy perdida. 

Cotchford Farm || Brian JonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora