9: Cotchford Farm

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La entrada principal a Cotchford Farm era relativamente normal. No dejaba mucho ver lo esplendoroso que podía ser una vez que conocieras el interior, pero cuando entras, todo es distinto. Brian abrió la puerta y se apoyó en ella, viéndome mientras yo me encogía de hombros enseñándole mis cosas.

— ¿Vienes de visita o vas a mudarte conmigo? — preguntó, pasándose una mano por la barbilla de forma apreciativa. Le envié una mirada rencorosa que le hizo sonreír y apartarse para dejarme pasar con un gesto.

Avancé con inseguridad.

— No te preocupes por mis bolsos. No puedo estar en un solo lugar por mucho tiempo, eso es lo que pasa — expliqué en voz baja. — No significa que me vaya a quedar contigo, claro — continué y él empezó a reír bajito. — ¿Qué?

— No tienes que explicarte, Minerva. — dijo, mirando cortamente hacia atrás mientras me guiaba por un pasillo hasta el salón principal y todas las otras habitaciones.

Era, mayoritariamente, madera y ladrillos, pero nunca vi algo tan bien construido hasta ahora. Las terminaciones, la ubicación de cada cosa allí adentro, todo era armónico. En un estado de ensoñación, hubiera adorado tener el dinero que Brian tiene como para poder darse el lujo de comprarse esta casa y vivir en ella, dormir sabiendo que era el dueño y señor de Cotchford Farm, la casa de Winnie the Pooh.

— Espera a que veas el jardín — me dijo cuando terminamos de pasear tras dejar mis cosas por allí. Ya ni recuerdo cómo me deshice de los bolsos que llevaba al hombro. Tampoco cómo oscureció sin que nos diéramos cuenta.

Ambos observamos por un gran ventanal que daba hacia afuera. No veía mucho.

— ¿Ahora? — dudé. — Si quieres puedo volver mañana. Admito que llegué bastante tarde hoy a visitarte. —solté. Las dudas me habían retenido un poco y había terminado viajando a su casa a eso de las seis de la tarde, poco después de comer algo y dejarle una nota (que reescribí algo así como diez veces) a George.

— ¿Tienes algún problema si te ofrezco una cama? — preguntó.

Casi me atoro con mi propia saliva.

— ¿No? — respondí con un tono dubitativo. — Bueno, no lo sé, ¿Tienes algún problema con darme algún lugar donde dormir?

— ¿Bromeas? ¡Este lugar es enorme! Ni metiendo a cien personas adentro me sentiría más acompañado que ahora — respondió.

Lo miré y asentí apreciativamente. Todavía era algo que me sorprendía el hecho de que Brian fuera simplemente un hombre en una gran casa, solo, totalmente solo y perdido. Hasta ahora no había demostrado frente a mí cuán perdido estaba, y George se había equivocado, lo primero en lo que me fijé no fue en lo roto que estaba, sino que en las cosas positivas que podía rescatar de ese hombre cuyas historias me hicieron sentir que era una horrible persona.

— Bueno, es un hecho — dije. — ¿Tienes algo de tomar?

— Cariño, George me contó sobre lo tuyo — me detuvo.

Fruncí el ceño de inmediato, indignada.

— Él también me contó un tanto sobre lo tuyo — me defendí.

— Tenías que saber lo que supiste — buscó en su bolsillo y encontró un cigarrillo de hierba que encendió con una rapidez que no había visto antes en ninguna persona. Acto seguido, lo tenía entre sus labios y le daba caladas profundas y decididas. — Aún así, me intriga que hayas querido conocerme de todos modos.

No quería seguir hablando de eso, así que avancé hacia donde recordaba que estaba su cocina y busqué por un vaso.

Finalmente fue él quien me lo pasó.

Lo llené de agua en el lavabo y me la bebí de un gran sorbo, mirándole y él a mí.

— Fue aquella noche — dije finalmente. — Lo que hablamos antes de dormir.

— ¿Qué hay con eso? — contestó, animándome a continuar. El hombre realmente necesitaba saber por qué la gente lo quería cerca estos días en los que todo el mundo cree que es un monstruo.

No lo culpo.

— Eres vulnerable. — me encogí de hombros. Verlo fumar me tranquilizaba de algún modo. Sus largas caladas y la forma en la que expulsaba el humo, algunas veces por la nariz, era algo que iba con él, con su ominosa figura sumergida entre la niebla de lo que desconozco.

Su voz no hacía nada más que conducirme hacia él una y otra vez.

— Tú también — dijo.

— ¿Ves? — reí. — Algo en lo que entendernos.

Aceptó la broma con una sonrisa de medio lado, ladeando un poco la cabeza cuando se puso una de las manos en la cadera e hizo una pose extraña que me hizo sonreír de vuelta.

— ¿Realmente no tienes a nadie alrededor? ¿Alguna ama de llaves? ¿Jardineros? ¿Ayudantes?

Negó.

— Los jardineros vienen cuando no estoy. Últimamente no estoy en condiciones de ver a nadie. Tom se encarga de todo — explicó.

No quise preguntar quién era el tal Tom. Bostecé.

— Vamos, te hará bien dormir algo — dijo y dejó la pose extraña para caminar junto a mí por la casa vacía y oscura. — Mañana conocerás lo mejor de esta finca.

— ¿Es que ya no lo conocí? — me hice la ignorante.

Nuevamente, sentí una de sus risitas por lo bajo y sonreí para mí misma.

Brian Jones había logrado que no pensara en George Harrison durante la mitad de una tarde esplendorosa. ¿Qué podría salir mal si me quedaba a darle un vistazo al jardín por la mañana? 

Cotchford Farm || Brian JonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora