31: Volver al inicio

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— Me voy — le dije, inspirando el aroma de su ropa antes de despegarme de él con los ojos hinchados y sintiendo que mi cuerpo temblaba aún más con los espasmos al no poder ser capaz de dejar de llorar y controlarme. — Esto no...

— No... — dijo él como en un lamento, acariciando mi cara con una mano que temblaba al igual que yo.

— George — me asomé hacia donde se encontraba el Beatle en el mismo lugar en el que lo vi cuando aparecí en la sala. Evitaba mirarnos, estaba realmente incómodo y lo entendía, pero era mi única salvación y necesitaba volver a traerlo al presente. — George...

— Minerva — dijo, mirándome sin dejar la pose retraída y extraña.

— Podrías esperarme afuera y llevarme a casa, por favor — le supliqué, apartando la mano de Brian para ocuparme yo misma de secar mis lágrimas y evitar que me viera así de mal, pero dudaba que me estuviera viendo de verdad.

— Ok — George definitivamente evitaba a toda costa mirar hacia dónde estábamos por más de un par de segundos.

— Minerva... Minerva Pound... ¡Minerva! — gritó Brian cuando lo empujé y corrí por mis cosas a la habitación principal.

* * *

Al llegar arriba cogí mi bolso y comencé a echar adentro todo lo que me pertenecía, que tampoco era mucho, pero las cosas estaban por todos lados, ya eran parte del paisaje, parte de la casa, yo había permitido que eso pasara con esta ilusión de normalidad, de cotidianidad de plástico.

Di un pequeño salto cuando él entró y cerró la puerta tras de sí.

— No puedes irte por lo que dije, Minerva, es...

— Brian, no me voy por lo que dijiste — lo miré, cansada de llorar, cansada de todo. Se acercó a mí y yo me alejé de él al mismo tiempo, lo cual le hizo entender que ya no podía tocarme. No más. — ¿No ves que tiene razón? Esto no es sano, no ha pasado un mes y ahora entiendo que nunca voy a poder olvidar lo que pasó, lo que te hice en la piscina... no somos sanos...

— No digas eso — musitó. — Tú no quieres decir eso...

— Y ahora estás tan inseguro de mí que no dejas que él me vea, ¿Qué viene después? ¿Alejarme de mi trabajo, de mis padres? — lo cuestioné.

— Tú sabes por qué tengo miedo de que lo veas — soltó. — Tú lo amabas.

— Sí, y ahora lo sabe él, lo saben todos, y no porque yo lo haya decidido — dije, encolerizada.

— Estoy seguro de que él ya lo sabía, Minerva, y estoy seguro de que tú también, en el fondo, sabes que es así — declaró, y su seguridad al decirlo me irritó aún más.

— ¡Deja de inventar cosas! ¡Deja de mentirme! ¡Déjame en paz, Brian!

Y volví a llorar silenciosamente mientras terminaba de meter con rabia todo lo que me pertenecía al bolso. Él no hizo nada por detenerme, solo mirar, y al final ya no me quedaba nada más que marcharme y encontrar a George abajo, probablemente en su carro, esperándome.

De algún modo, salir se me hizo casi imposible sin voltear a verlo una vez más. Mi estúpido corazón blando y herido lo adoraba y necesitaba, no sabía qué hacer después de dejarlo y probablemente quería quedarse más que nada.

Si tan solo él hiciera algo, pero estaba ahí parado como si nada, cabizbajo, como si yo no existiera ya en el mundo.

— Fui tan... — balbuceé, quedándome a la mitad solo por el dolor. — Tan feliz aquí...

Una vez más, no podía decirle a la persona que amaba lo que sentía, pero esta vez solo yo sabía que lo sentía y ese secreto se quedaría a salvo adentro conmigo.

Me miró y me mordí el labio inferior antes de desaparecer por la puerta y correr nuevamente hacia abajo, asegurándome de aterrizar en el asiento de copiloto del carro de George en poco tiempo.

Ahí estaba él, mi amigo de siempre, el escapista del último tiempo, mirando hacia el frente con una mano en el volante.

— ¿Lista? — preguntó y yo asentí.

Encendió el motor mientras yo, abrazando mi bolso, miré una vez más hacia la fachada principal de Cotchford Farm.

Nunca más.

* * *

— ¿No quieres que vayamos a mi dep...?

— No — lo detuve de inmediato. — Llévame a mi casa, quiero estar sola.

— ¿Con tus padres? — siguió.

Ahí es cuando noté que George y yo ya no éramos más los que solíamos ser, y ni siquiera sé si puedo decirle amigo con todo esto.

— Me mudé — le informé secamente. — Tengo mi propio apartamento.

— Oh — dijo, sin apartar la vista del camino. — Solo indícame el camino y llegaremos.

Lo miré con los ojos inyectados en sangre, supongo que no debía verme muy bien tras llorar hasta que las lágrimas dejaron de caer y solo quedó un dolor en el pecho y en el cuerpo.

— A ti no te importa, ¿Verdad? — dije con ironía.

— No voy a forzarte a hablar ahora sobre... todo eso — respondió. — Solo quiero que sepas que lo siento, lo siento mucho por haberte dejado sola... la banda está pasando por un momento terrible, aunque eso no justifica que... — suspiró. — Tan solo desearía que nunca te hubieses cruzado con él.

Me pasé ambas manos por la cara intentando calmar las ganas que tenía de gritarle lo que sentía, que nunca en la vida me había sentido mejor que cuando él dejó de preocuparse de mí por cualquier motivo que tuviera y el mundo consistía en Brian y yo, solo Brian y yo y un poco de las locuras de sus compañeros de banda.

Estar nuevamente a su lado invocaba el mismo sentimiento de siempre: la soledad. Estaba ahí conmigo, pero a la vez no. Ni siquiera sabiendo lo que sabe.

Y ahora comprendía mejor las raíces de la Minerva alcohólica, de la perdida, de la sola.

— No hables de Brian conmigo... nunca más — le pedí.

El silencio volvió para quedarse.

Cotchford Farm || Brian JonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora