Un guitarrista solitario

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¿Cuál era el precio de mantener vivos los sueños? Me preguntaba seguido aquello, más cuando miraba a las personas indiferentes pasar cerca de mí, ignorando el sonido de mi guitarra.

La ciudad era fría, distante, sacada de un sueño olvidado; eso sentía. Para mí, todo era ajeno, perteneciente a otra dimensión donde yo no podía entrar. Las personas me parecían sombras errantes que solían transitar en el mismo lugar, una y otra vez, como fantasmas anegados. Estas no tenían cabezas humanas, sino de pollos. Sí, de pollos que esperaban a ser llevados al matadero para luego consumirse.

Pollos enfermos

Pollos sin sueños

Quieren un poco de espacio...

Quieren ser como las estrellas

Pollos distantes...

Mañana no se hará realidad sus sueños

Pollos tristes

Pollos errantes

¿Quieren un poco de consuelo?

Ya no se mientan

Mañana no se hará realidad...

—¡Cállate, vago! —gritó enojado un transeúnte ebrio que se tambaleaba por las calles—. Cantas horrible y tu canción es estúpida —dijo con su voz quebrada.

Lentamente se alejó. Arrastraba sus pasos. Le pesaba la vida, tanto como a mí o más.

Miré el reloj de mi muñeca, eran las dos de la madrugada.

Guardé mi guitarra en su estuche y me alejé de la banca donde me encontraba. Me despedí de la hermosa vista del sitio. A la lejanía, los edificios, a la cercanía, un lago con patos y muchos árboles enmarcando la escena. En el lago se reflejaban las nubes lloronas, las que lagrimeaban tímidamente.
Avancé lentamente, llevando conmigo el peso de mis sueños y el de la guitarra. En el parque, una niebla espesa se agitaba por el lugar y las farolas luchaban en contra de ella. Un vaho escapó de mis temblorosos labios, se unió a la divertida niebla. Temblando, apresuré el paso, el clima de ese día representaba mi interior: había demasiado frío.

Regresé a la comodidad de mi pequeño departamento ubicado en el tercer piso de un viejo edificio. Quise creer que mi gato me esperaba emocionado. Sin embargo, al verlo tan cómodo echado en mi sillón, me di cuenta de que no le hacía falta, al menos que tuviera hambre.

—Adoptaré otro gato, uno más amoroso —amenacé al verlo estirarse en el mueble.

Mi gato se lamió las patitas y pasó a ignorarme. Haciéndose un ovillo, volvió a dormir.

Me pregunté si me imaginaba de niño una vida así, una tan solitaria, donde hasta mi gato me ignoraba. Me tumbé en mi cama tapizada de pelos blancos y, entre preguntas que aparentemente quitaban el sueño, terminé entregándome a Morfeo.

—Pequeño niño, de sueños rosas, tus manitas dan color a lo que toca... Tus manitas dan color a mi vida... —cantó alguien en la lejanía de un recuerdo manifestado entre sueños—. No quiero irme, quiero verte crecer, quiero ser parte de tu vida, quiero estar siempre para ti.

«Quiero»... Esa palabra se manifestaba seguido en mis pensamientos.


En mi melancólica soledad con ellos ( Completa y disponible en papel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora