Ritual

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No supe distinguir el momento que presencié, si era real o parte de un sueño. Todo se movía de un lado a otro, las paredes se contraían y expandían. Gente enmascarada que se encontraba recargada en los muros susurraba palabras que me irritaban. Quise correr, pero mi cuerpo no me obedecía, como en lo típico en los sueños.

Caminaba. Seguía a una especie de monjes enmascarados de vestimenta negra. Cargaban báculos con cascabeles. Los chocaban seguido en el suelo, haciéndolos resonar. Los rezos se intensificaron. La cabeza me dolió aún más y se nubló mi visión. El ambiente se oscureció y, lo que parecía el pasillo de una caverna, se hizo ancho.

Velas de cebo negro iluminaban el frío lugar donde hacían eco los cascabeles de manera estruendosa.

Sin controlar mis movimientos, terminé echando una mirada al techo. Bultos colgaban. Eran humanos. Unos recientes, otros momificados. Goteaban en el suelo los líquidos de los cadáveres. El aroma era insoportable y aun así avancé, sin controlar mis impulsos, guiado por los monjes enmascarados.

La caverna de humanos colgados nos llevó a una entrada custodiada por lo que parecían ser dos esculturas de seres andróginos. No vestían prendas, tampoco poseían atributos femeninos detallados. Supuse que eran mujeres al no ver nada masculino en ellas. Para mi sorpresa, no se trataban de esculturas. Las damas abrieron de golpe los ojos, vi en estos un espacio poblado de estrellas. Todo se agitó. No podía huir de lo irreal del momento. Me atemorizaron. Ellas no parecían humanas del todo. Caminaron donde las velas no alumbraban y, sin desearlo, las seguí.

En su andar no emitían ningún sonido. Tampoco sus pulmones se llenaban de aire, eran como fantasmas.

Los monjes se quedaron atrás, ya no resonaron los cascabeles. Seguí avanzando, siguiendo las damas ágiles. Pararon. Una puerta doble de granito les impidió el paso. Se colocaron de un extremo a otro, empujaron la puerta y al lograr abrirla se quedaron quietas, fingiendo de nuevo ser esculturas. Mi cuerpo avanzó y se adentró a la oscuridad. Al caminar, me recibió agua helada estancada. No sentí frío. Caminé y caminé, sin importarme nada, como si supiera a donde me dirigía.

Resaltó en la oscuridad de la nada un viejo espejo, me vi reflejado por completo en este. Por un momento vi a aquel demonio, el de cornamenta, con cráneo visible, patas de carnero, cola escamada y corazón descubierto rodeado por raíces putrefactas. Sin voluntad, me enfoqué en su corazón. El eco de los latidos era enloquecedor. Como gritos desgarradores de almas sometidas a un fuego ardiente. Estiré la mano y el reflejo del demonio lo hizo igual.

Incoherentemente, mi mano izquierda atravesó el espejo. Odié no tener el control de mis acciones. El reflejo del demonio desapareció y quedó el mío. Mi visión se enfocó en el reflejo de mis labios, estos lentamente se movieron.

—Yo soy tú —dijo el reflejo de manera fúnebre.

Todo se oscureció.

Un agradable aroma a flores me regresó a la realidad. Abrí los ojos, vi un techo desconocido y sumamente extraño. Estaba hecho como en el interior de una inmensa roca tallada con incrustaciones de cuarzos. Los filosos minerales brillaban con el reflejo de la luz de un elegante candelabro en forma de flor. Parecía que me encontraba en una cueva.

Toqué lentamente con la mano el lugar donde reposaba, sentí la frescura y suavidad de incontables pétalos. Llevé uno a mi vista, era el de un tulipán rojo. Me sentía débil y cansado, no tenía las fuerzas suficientes para abandonar la cama de pétalos. Me pregunté qué demonios pasaba. Escuché el taconear de unos pasos, me martilló la cabeza las pisadas que hacían eco. Cerré los ojos, fingí estar dormido.

—Parece muy contaminado por el mundo, es muy impuro para lo que necesitamos —dijo una voz femenina jovial.

—Es la única descendencia del señor —comentó otra mujer.

En mi melancólica soledad con ellos ( Completa y disponible en papel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora