Una mancha de humedad

2.5K 543 74
                                    

Amanecí en mi cama sin saber qué fue de mí después de vomitar y seguir bebiendo hasta perder la consciencia. La cabeza me retumbaba, similar a martillazos soltados en el concreto. Los rayos de sol que lograban filtrarse en la ventana me daban aún más dolor.

Levanté la sábana que me cubría y me percaté que sólo vestía mi bóxer. Asustado con pensar la idea de que cometí una locura, salí de mi cuarto esperando encontrarme con Saúl y respuestas. Efectivamente, Saúl se encontraba en el sillón alargado que se adueñó. Yacía acostado, su cabello castaño se extendía y hacía de funda del cojín donde estaba su cabeza. Su rostro tenía una palidez cadavérica y su barba comenzaba a dar señales de vida. Abrazaba un cojín y miraba absorto el televisor sin volumen.

—¡Dime qué pasó! —pedí explicaciones, alterado.

—Ah, no grites. Me duele la cabeza. —Cubrió su rostro con su brazo.

—¿Por qué no estoy vestido? —pregunté preocupado.

—¡Buenas tardes! —saludó Charlotte energéticamente, había salido de la cocina.

—Ah, sí, la invité para que nos cocinara —informó Saúl con un tono de voz despreocupado.

La sonrisa de Charlotte se desvaneció cuando me miró, sus mejillas se arrebolaron y, sin decir nada, rápidamente regresó a la cocina.

—No puede ser. —Tomé un cojín del sillón y cubrí lo que pude de mi cuerpo.

—Exageras. —Saúl retiró su brazo y me echó un vistazo—. Hubiera sido peor que estuvieras totalmente desnudo, flaco.

—Ah... ¡Deja de ser tan machito! Cocina tú —regañé.

—No sabes nada. —Volvió a llevar su brazo a su rostro—. El sabor de la comida hecha por una amorosa mujer no tiene comparación. Pueden preparar lo más insípido del mundo y aun así sabrá delicioso.

—Excusas para encubrir tu machismo.

—Entonces... —Volvió a bajar su brazo—, cocíname tú. —Fijó su mirada en mí.

—No. —respondí tajante—. ¿Qué pasó en la madrugada?

—Grabé un video... después te lo enseño. —Cubrió su rostro con el cojín que abrazaba.

Regresé a mi cuarto molesto, el no saber qué pasó me hacía sentir vulnerable. Fui a la cocina después de que atendí mi higiene y vestí ropas informales. Charlotte comía en el pequeño comedor redondo junto con Saúl, reían ambos de algo que miraban en un celular.

—¿Qué miran? —pregunté.

—Es muy bueno —dijo, risueña, Charlotte.

Me acerqué y Saúl guardó el celular.

—No lo mires, te hará daño —dijo.

—¿Por qué no? —Hice un puchero y crucé los brazos.

—Es lindo, me gusta. Pero me da risa una parte en especial —comentó, sonriente, Charlotte.

No dije nada más, los malestares de beber tanto me quitaban lo poco sociable que podía ser. Charlotte me dijo que me sirviera de la sopa que hizo, hice caso como si fuera un niño obediente. Después de servirme la comida, sintiéndome ajeno a mi departamento, fui al pequeño comedor redondo y me senté en una silla.

—Reviví —informó Saúl cuando terminó lo último que quedaba en su plato—. Nada como una sopa picante para curar la cruda.

—Chicos... —nos llamó Charlotte pensativa.

—¿Qué sucede? —cuestionó Saúl con un tono de voz amoroso.

—¿Me ayudan con algo en mi departamento? —preguntó tímida.

En mi melancólica soledad con ellos ( Completa y disponible en papel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora