Desperté agotado, el sueño seguía acumulado en mí. Me animó saber que era viernes, el último día de la semana que trabajaba en la oficina. Siendo fiel a la costumbre, me alisté y salí con prisa del pequeño departamento con el libro de Saúl en mis manos.
El cielo se encontraba nublado, dándole tonalidades grisáceas a todo. Las nubes, que parecían de algodones en diferentes gamas de grises, formaban llamativos remolinos. Me parecieron espíritus danzando entre sí. Todo era hermoso, hasta que Lila apareció en la parada del camión.
—¡René! —saludó feliz—. Qué bueno que te veo.
—Hola, buen día —respondí serio.
—Quería hablar contigo —comentó con una alegría fingida.
—Dime, te escucho.
—En la iglesia que asisto hay un profesional que ayuda a los chicos confundidos como tú. Les da una terapia de conversión muy buena —habló animada, suponiendo que tenía en las manos la solución a mis problemas.
—Ya veo —respondí tajante.
—Puedes venir este sábado, le platiqué de ti. —Sonrió.
No respondí. Miré a Lila enojado, me pregunté desde mis adentros por qué era así. Demasiado chismosa, mitotera, manipuladora, fingida, hipócrita, mentirosa... Su gordita cara se trastornó para mí, alargándose y emplumándose. Sus ojos se hicieron más pequeños, y sus labios y nariz se trasformaron en un pico. Lo único que escuché provenir de ella fueron cacareos.
—Estoy ocupado —dije.
—Coc co co coc —respondió Lila.
Abrí el libro y mientras esperaba el camión, me dispuse a leerlo donde lo había dejado. Mientras leía, no podía concebir la idea de que Saúl lo hubiera escrito. Trataba sobre un amor profundo entre una vampira y el niño humano que crío con mucho amor.
Abstraído en la lectura, no me di cuenta en qué momento pasó el camión y Lila no me avisó. Lo perdí.
Viendo la hora en el reloj de mi muñeca, me apresuré a tomar un taxi. Sin embargo, no pasaba ninguno. Caminé deprisa, mientras buscaba con la mirada algún taxi que tomar. Para empeorar mi situación, las nubes dejaron caer el agua que contenían. Después de caminar evitando algo la lluvia, un taxi pasó. Mojado y de malas, llegué tarde al trabajo. Cuando fui a mi cubículo, el jefe me mandó hablar a través de su secretaria. Él era una persona irritante, alguien que evitaba a toda costa. Desganado fui a su oficina.
—Buenos días, ¿quería verme? —pregunté en la entrada de la oficina.
—René, entra —ordenó con una voz severa.
Me senté, alterado. Para controlarme, fijé mi mirada en el brillante escritorio. Únicamente un simple cactus de plástico lo adornaba.
—Llegaste cuarenta y tres minutos tarde —notificó enojado.
Levanté mi mirada, supuse que me despediría. Contemplé su calva, se reflejaba la luz de la lámpara en esta. Por un momento quise transformarlo en un pollo, pero evité con trabajos hacerlo. Debía escuchar su sermón.
—Lo siento... no volverá a pasar —dije.
—Espero que no. —Juntó sus manos y clavó su oscura mirada en mí—. Lo que más me preocupa son los rumores que corren sobre ti.
—¿Qué rumores?
—Sobre acoso hacia tus compañeros. No puedo permitir esa actitud dentro del edificio. —Ajustó su corbata.
—Es mentira, ni siquiera hablo con mis compañeros. —Crucé mis brazos y fruncí el ceño—. Usted puede verlo a través de las cámaras de seguridad —refuté enojado.
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En mi melancólica soledad con ellos ( Completa y disponible en papel)
Teen Fictionversión y edición 2022 Disponible en papel ¿Qué tiene en común una chica que ve fantasmas con un escritor divorciado? La respuesta es René, un joven solitario que tiene como distracción tocar su guitarra en la calle, en la madrugada. Gracias a su pa...