Saúl con llaves en las manos, se acercó a la mansión. Vi dos carros a través de las rejas del portón, estaban tapizados con las hojas de los colosales árboles que adornaban la entrada. A pesar de que había hojas de color caramelo regadas en todos lados, se apreciaba en orden el lugar. Saúl entró, caminó por la cochera y abrió la puerta, pasó y la dejó abierta para mí. Sorprendido lo seguí. Un aroma penetrante a vainilla me recibió en el interior del hogar. No sabía con exactitud a dónde mirar, Saúl vivía en un sitio demasiado pudiente y aun así, él prefería quedarse en mi pequeño departamento.
—Pensé que la mayoría de los escritores eran pobres —solté aquello al ver un gigantesco cuadro de una pintura hecha con láminas de oro, plata, cobre y piedras preciosas.
—No todos, yo pude dedicarme a ser escritor porque no era pobre. Esta es una de las casas que me heredaron mis padres. Aquí vivía con mi exmujer y tengo todo lo que aprecio. —Saúl caminó por el pasillo hasta las escaleras de mármol.
—¿Y qué haces encerrado en mi departamento cuando puedes estar como príncipe aquí? —cuestioné y lo seguí por las escaleras.
—¿No es obvio? —Hizo eco su voz.
—No. —Negué con la cabeza.
—Esto no me inspira.
Continuó subiendo las escaleras, nuevamente contemplaba su figura, la que comparé con la de un gato distinguido que no se dejaba acariciar.
—¿Por qué no? —pregunté curioso.
—Porque es muy mundano, no hay magia en lo banal. Muchas personas creen que perdurará su existencia y mejorará su calidad como ser humano al obtener todo capricho cual creen que invoca felicidad. Al final, todos morimos, todo se destruye, todo desaparece con el tiempo. Considero que es mejor vivir en los recuerdos de quienes leen mis escritos que en un lugar así. —Paró en seco—. Cuando muera, viviré un poco más. Sí, en quienes lean mis novelas. Seré similar a un parásito. —Giró su cuello y me miró sonriendo.
—Creo que en lo más mínimo podemos encontrar inspiración, sin importar su procedencia y valor.
—También creo eso. Creo en muchas cosas, chico músico. Cosas que se contradicen entre sí y puedo justificar fácilmente. —Continuó subiendo las escaleras.
Fui la sombra de Saúl al andar por las escaleras hasta en el tercer piso. Caminamos en un pasillo amplio donde varias puertas invitaban a la exploración de diferentes espacios. Observé por un momento mi reflejo difuso en el suelo marmoleado. Cada paso que di fue replicado por un eco sutil, uno que iba a par de los latidos de mi corazón. Saúl giró el picaporte de una de las puertas y entró, fui detrás de él. Era su habitación. Lo primero que vi fue la luz de los rayos del día escurrirse por debajo de las cortinas. Saúl prendió la luz y pude ver el candelabro que colgaba y se encargaba de iluminar el lugar. Una enorme pintura de un ángel yacía en un muro. Absorto, dejé de prestarle atención a lo demás y contemplé todo lo que pude del ángel.
Se trataba de un ángel de ojos de espacio y cabellos de hilos de telarañas. Ardía en llamas, sus detalladas plumas se volvían carbón en las orillas. Sin embargo, a pesar de que el fuego infernal lo rodeaba, se apreciaba feliz, dichoso por estar en aquel fuego.
—Lo pintó mi exesposa —informó Saúl—. Es muy talentosa. Se llama el fuego del amor. Por eso el ángel se ve feliz —explicó Saúl al ponerse a mi lado y ver el cuadro.
—Es precioso —dije asombrado.
—Ella antes pintaba así, cosas que robaban humanidad en los observadores. No obstante, la gente cambia y se adapta, no siempre para bien. Dejó de hacer cuadros así y optó por cosas sin amor, coloridas y fáciles de contemplar en un vistazo. —Miró con tristeza la pintura.
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En mi melancólica soledad con ellos ( Completa y disponible en papel)
Teen Fictionversión y edición 2022 Disponible en papel ¿Qué tiene en común una chica que ve fantasmas con un escritor divorciado? La respuesta es René, un joven solitario que tiene como distracción tocar su guitarra en la calle, en la madrugada. Gracias a su pa...