Del cumpleaños de Charlotte había pasado un par de semanas. Era viernes. La alarma sonó, me quedé pensando en lo mucho que odiaba despertarme temprano. La apagué cuando me molestó su insistencia. Me alisté para ir al trabajo y desayuné un cereal. Una vez preparado, abrí la puerta del departamento para irme. Me encontré con Saúl, quien estaba a punto de entrar.
—Hoy no iras a trabajar —dijo con mucha autoridad.
—Claro que sí. —Fruncí el ceño.
Eché un vistazo a Saúl, estaba más arreglado de lo normal. Portaba con mucha elegancia un traje satinado negro que hacía juego con una camisa roja. También se había rasurado la barba y llevaba recogido su largo cabello en una media coleta. Y apestaba a perfume.
—Te necesito —reveló y su vozarrón resonó por todo el departamento.
—Por supuesto. —Pasé de largo a Saúl.
—René —me nombró afligido—. Tengo un evento... no quiero ir solo. Son unos engreídos, me van a tragar con la mirada. Por favor. ¡Ven conmigo! —gritó exagerando su tono de voz.
—Tengo que ir a trabajar. —Seguí avanzando.
—Pide el día de hoy, te lo suplico. —Saúl sujetó mi mano y me frenó.
—¿Es muy urgente? —Arqueé una ceja y miré irritado a Saúl.
—Lo es... por mi vida que sí lo es. —Lanzó una penosa mirada que intentaba imitar a la de un cachorro.
—Está bien... faltaré al trabajo. —Suspiré desganado.
—Bien, ponte tu mejor traje y camisa —ordenó.
—Este es mi mejor traje y camisa. —Hice un puchero.
—Parece que trabajas en un banco, es de mal gusto. Veamos. —Saúl me lanzó una mirada penetrante—. No te quedarían los míos, eres muy... finito.
—Ya no te acompaño. —Avancé enojado.
—¡Es una broma! Vamos, un viaje largo nos espera.
—Supongo que me dirás en el camino.
—Sí —asintió.
Salimos del edificio, caía una lluvia torrencial. Saúl había aparcado su carro enfrente del edificio y, a pesar de que llovía intensamente, en el parabrisas había una multa. No presté atención al carro. No sabía de marcas ni nada, simplemente me pareció que derrochaba de lujos. Subí desganado en el lugar del copiloto y me recibió un aroma agradable mezclado con el olor del cuero de los asientos. Saúl manejó mientras cantaba las canciones que se reproducían en su carro. Me fastidió un poco su vozarrón marcado agitándose en el ambiente.
—¿Hasta dónde iremos? —pregunté aburrido.
—Hasta Villas de Pino.
—¡Eso está muy lejos! Está cómo a cinco horas de aquí. —Miré asombrado a Saúl.
—A seis... si le piso. —Sonrió divertido—. Pero con esta lluvia no es conveniente.
—Moriré. No puedo viajar seis horas contigo escuchándote cantar.
—Atrás de tu asiento hay algo —dijo serio.
Desabroché el cinturón y estiré mi mano, había un ukelele en los asientos traseros. Tomé el instrumento pequeño, abroché el cinturón y me puse a tocar. Saúl apagó la música.
—Adoro que toques —soltó Saúl emocionado sin dejar de ver la carretera.
—En mi pueblo natal es muy apreciada la música, casi todos saben tocar un instrumento. De niño inicié con el piano porque mi padre lo tenía de adorno y me dio lástima. Al final me casé con la guitarra.
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En mi melancólica soledad con ellos ( Completa y disponible en papel)
Teen Fictionversión y edición 2022 Disponible en papel ¿Qué tiene en común una chica que ve fantasmas con un escritor divorciado? La respuesta es René, un joven solitario que tiene como distracción tocar su guitarra en la calle, en la madrugada. Gracias a su pa...