Tres pequeños soles

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—Nací en un pueblo vistoso, rodeado por bosques de gigantescos árboles. Donde los tulipanes florecen en invierno y suele hacer mucho frío siempre. En cuestión, el pueblo se llama Kantoj de Sorčistinoj —comenzó Charlotte—. En ese pueblo hay una secta que cree en un demonio llamado Čiuj. Él pide como sacrificio a las Damas de Noche. —Tomó un sorbo de té y fijó su mirada en la cara de asombro de Saúl—. La primera niña nacida en un matrimonio consagrado en la secta deberá ser entregada a Čiuj. El demonio la criará y cuando cumpla los quince años de edad se unirá a ella, carnalmente —dijo con timidez—, para al final devorarla.

—Horrible —dijo Saúl mientras anotaba en su libreta—. Suena a trata de mujeres disfrazada de secta.

—Se supone que es algo secreto, quien lo divulgue morirá —habló Charlotte y fijó su mirada en la libreta de Saúl—. Supuestamente —prosiguió—. Las Damas de Noche nacen con un poder sobrenatural, por eso pertenecen al demonio. Él incrementa el poder, les da sabiduría y cuando crecen, al devorarlas, el demonio toma todo de regreso y más. Según es para mantener prospero el pueblo y libre de maldiciones.

—Debe ser una secta muy hermética, yo crecí y me críe en el mismo pueblo. Jamás escuché de la secta o el demonio —informé un tanto escéptico.

—Tal vez no prestaste mucha atención. —Llevó un bocado de pastel—. Mi caso es especial —habló con la boca llena—. Mi madre escapó de la secta, se casó y cuando se embarazó de mí, al saber que era una niña, se alejó de su familia para poderme tener.

—¿Por qué hizo eso? —Saúl llevó su mirada radiante a Charlotte.

—No lo sé, es raro. En lo poco que me explicó mi madre en la carta que me dejó, la secta se enteró de ella, de su embarazo. El doctor que la atendió la delató, era un miembro de la secta. Por eso mi madre tuvo que dejar a su esposo, se hizo pasar por muerta. A él lo hubieran matado, la única solución era fingir su muerte. Son muy cerrados, solamente entre miembros se pueden casar.

—¿Por qué nos cuentas algo tan delicado? —cuestionó Saúl y al momento prendió un cigarro.

—Porque así entenderán lo que soy. Yo... —Tragó saliva—. Puedo ver fantasmas —confesó con timidez.

Su confesión hizo que mi corazón diera un pequeño vuelco y algunos recuerdos, suprimidos, intentaron regresar a mí.

—¡Increíble! —expresó emocionado Saúl con su imponente vozarrón.

Los demás comensales clavaron su mirada en Saúl, guardaron un incómodo silencio que juzgaba. El sonido del piano quedó solo, luchando por invocar armonía y paz en el lugar. La llama de la vela ubicada en el centro de la mesa, tambaleó un par de veces, pareció por un momento que se apagaría, pero logró mantenerse. Sentí escalofríos recorrer mi cuerpo, sabía que no era mentira lo que ella contó.

—¿No les parece extraño? —cuestionó tímidamente Charlotte.

—No. Soy un escritor, para mí todo es posible y real.

—Tu secreto está a salvo —hablé tímidamente—. Cuenta conmigo si necesitas algo, no estás sola —dije sin pensarlo, motivado por mis sentimientos en ese momento.

—¡También cuenta conmigo, pequeña! Dime «dulce papá» de ahora en adelante —pidió Saúl.

—No te veo como a un dulce papá —habló, risueña, Charlotte. Sus mejillas se sonrojaron.

—Se siente viejo porque tiene barba —comenté burlón—, pero no es tan viejo. Cuando se rasure la barba veremos el bebé que es realmente.

—Eres cruel. —Frunció el ceño—. Bien, está decidido. Ustedes me inspiran demasiado, los cuidaré como si fueran un tesoro valioso.

—Lo dices porque estás feliz —hablé bromeando.

—Lo estoy, he encontrado a mis musas de nuevo. —Inhaló del cigarrillo y guiñó un ojo.

—Me siento dichosa de conocerlos. —Sonrió Charlotte, feliz.

—Ahora es tu turno, René. —Exhaló el humo.

—¿Mi turno? —pregunté atontado.

—¿Cuál es tu historia? —cuestionó Saúl, muy intrigado.

—¿Tengo que contarla?

—Sí, ella lo hizo y es algo tremendo que no lo hagas tú. ¿Vienen del mismo pueblo, no?

—Sí... pero yo tuve una vida muy normal. Nada de sectas extrañas.

—Igual, cuenta. De mí ya saben: era casado. Me dejó mi mujer, según ella, por no dedicarle el tiempo que merecía. Me dedico a escribir y nada más. —Se encogió de hombros.

—¿Dónde estudiaste? —pregunté.

—En una universidad privada que pagaron los riquillos de mis padres. —Sonrió complacido.

Charlotte movía la cabeza de un lado a otro, sonreía al vernos, parecía divertida con la situación.

—¿Cuál es tu comida favorita? —pregunté.

—Los mocosos que evaden preguntas —respondió serio.

—Yo quiero saber de ti, René. Cuéntanos cuando nos tengas más confianza —dijo Charlotte.

—No es que no les tenga confianza... Aunque los conozco de poco y fue por situaciones extrañas.

—Pensaste que me arrojaría, fue muy dramático... —Sonrió, apenada, Charlotte.

—Cuéntenme cómo se conocieron —pidió Saúl.

—Un fantasma me poseyó, quería sentir la lluvia. René me vio del otro lado del edificio, saltó y me alejó del borde del techo. Creyó que me suicidaría —contó rápido Charlotte.

—¡Qué lindo! —Volvió a gritar Saúl—. Eso es muy romántico, digno de un cuento de amor.

—¿De verdad eres escritor? —Fruncí el ceño.

—Ahí vas de nuevo. —Fijó su mirada en mí y entrecerró sus ojos.

—Muero. —Eché mi cabeza en la mesa—. Necesito dormir o moriré.

Saúl tomó un tenedor y lo pasó suavemente por un mechón de mi cabello.

—Parecen fideos —expresó risueño.

—Pareciera. —Ella se rio y llevó su tenedor al mismo mechón con el que jugaba Saúl.

Era todo tan cálido, como un sol de invierno que da caricias apacibles con sus rayos a las flores congeladas. Disfruté del momento más de lo que podía reconocer, no sabía por cuánto tiempo seguiría así, al lado de personas similares a pequeños soles.

Y así, de un momento a otro, comencé a orbitar cerca de ellos.

En mi melancólica soledad con ellos ( Completa y disponible en papel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora