Me acostumbré a no escuchar más al gato, al muro que había entre Charlotte y yo y a que Saúl ya no durmiera conmigo. Nos contó que compró un departamento cerca, ya no tenía motivos reales para quedarse a dormir. En un par de ocasiones llegué a visitar el departamento junto con Charlotte. Como se trataba de algo de Saúl, el lugar no escaseaba en nada y derrochaba de lujos. Era muy agradable y cómodo, se encontraba en el sexto piso de un edificio elegante, contaba con su propio guardia de seguridad. La vista desde el ventanal, que era prácticamente una pared de cristal, era asombrosa: se veía toda la ciudad debajo, simulando ser pequeñas estrellas y el cielo parecía estar al alcance de la mano.
Saúl estaba más tranquilo con la idea de mudarse y dejarme a solas con Charlotte, sabía que era incapaz de acechar a su querida. A pesar de que se mudó, todo parecía volver a una rutina palpable, ya que seguido Saúl nos visitaba.
Llegué del trabajo cansado. Saúl se encontraba en la sala con Charlotte, miraban una película, reían divertidos. Al verme, me llamaron para que me les uniera. Dejé el maletín, me quité el abrigo y el saco y me acerqué. Saúl se paró del sillón alargado y fue hacer palomitas. Charlotte puso pausa a la película y me saludó animada, como siempre.
La película no tenía mucho tiempo de iniciar, así que la pusieron desde el principio para mí. Creí que sería una noche tranquila en un viernes de invierno. No obstante, el timbre de la casa sonó. Me paré de mi lugar en el sillón, supuse que era Alex. Al abrir desganado la puerta y ver quien llamaba, se derrumbó mi mundo tranquilo. Enfrente de mí estaba quien fue la dueña de mis ilusiones por mucho tiempo: Dafne. Mi corazón dio un vuelco agresivo y doloroso.
—Hola, cuánto tiempo. ¿Puedo pasar? Hace mucho frío —dijo.
La observé perplejo por un breve momento. Vestía un abrigo rojizo, como un diablo, y cargaba con una maleta de mano. Su rubio cabello caía en cascada por sus hombros hasta su delicada cintura, sus mejillas estaban rojas y sus labios hacían juego con el abrigo. En sus ojos vi caleidoscopios, eran igual de enigmáticos como los recordaba.
—¿Quién es? —preguntó Saúl desde su lugar—. Si es Alex, dile que se largue.
—Dafne —dije su nombre impactado.
—René... hace frío —dio queja.
Se abrió paso al interior pasándome de lado, percibí su perfume. Fue como ver un precioso ángel escurrirse en mi departamento. No había cambiado físicamente, seguía siendo la chica que parecía perfecta.
—Buenas noches —saludó amablemente y dejó la maleta en el suelo.
—Buenas noches. —Saúl se levantó y se paró enfrente de Dafne—. Soy, Saúl, mucho gusto, bella dama.
—Dafne, encantada. —Estiró su mano.
La sonrisa de Saúl se borró, pensativo tomó la mano ofrecida.
—Dafne... ¿Qué haces aquí? —pregunté un tanto ido.
—Tengo que hablar contigo de algo muy importante, es sobre tu padre.
—Prepararé café. —Saúl se escapó a la cocina.
—No me interesa —dije tajante.
—Está muriendo. —Se acercó y se puso frente de mí, retándome con su mirada—. Tienes que verlo antes de que muera.
—No... él siempre fue una persona sana.
—René, ve al pueblo lo antes posible.
—No.
—Quiere ver a su único hijo antes de morir. Es su última voluntad... ¡No seas más egoísta! —gritó alterada.
Charlotte clavó su mirada desde su lugar. Avergonzado, la miré y ella se deslizó, ocultándose en el respaldo del sillón. Dafne parecía decidida a llevarme de regreso al pueblo. Saúl la invitó al comedor, para beber café con panecillos y así conversar más calmados y cómodos. Al estar reunidos en el comedor, prosiguió contándonos el motivo de su visita.
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En mi melancólica soledad con ellos ( Completa y disponible en papel)
Teen Fictionversión y edición 2022 Disponible en papel ¿Qué tiene en común una chica que ve fantasmas con un escritor divorciado? La respuesta es René, un joven solitario que tiene como distracción tocar su guitarra en la calle, en la madrugada. Gracias a su pa...