Viaje/ parte 2

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Fui la sombra de Saúl, caminé detrás de él intimidado. El salón donde me adentré era lo más ostentoso que llegué a ver en mi vida. El suelo era de mármol reluciente y se reflejaban los candelabros que adornaban el techo con su caída en cascada de piedras semipreciosas. Había varias fuentes de marfil esparcidas por el salón con esculturas de sirenas, faunos y ninfas. Los inmensos espejos que colgaban de los muros reflejaban todo lo sucedido en el momento, también daba la sensación de que el salón era infinito. Por un momento vi mi reflejo en uno de los espejos que abarcaba un muro. Me pareció ver otro yo de mí, de otra dimensión. Una orquesta en el fondo del salón se encargaba de ambientar el lugar desde un escenario que envidiaría cualquier teatro. Terminé sentado, cabizbajo, en una de las mesas redondas, con manteles de seda y flores lilas en jarrones en el centro. Un mozo llenó la copa de mi sitio. Lo analicé, estaba más arreglado que yo. Suspiré mentalmente y me bebí mi vergüenza.

—Te ves tenso, Gabriel —Saúl llevó su mano en mi hombro y lo masajeó ligeramente.

—Es que...

—¡Saúl! Hijo del demonio. —Se acercó un hombre de avanzada edad y se sentó a un lado de Saúl—. Años que no te veía. Ya sólo te limitas a mandarme tus locuras en correo y ni un hola les prosigue —dijo con una amigable entonación.

Se trataba de un señor de rostro redondo, con muchas arrugas, de barba blanca alargada como Santa y cabello canoso y muy chino que se fusionaba con la barba. Los párpados caídos cubrían el bosque de otoño que eran sus ojos. Era muy rechoncho, el traje de color vino que vestía se le veía un poco ajustado. Hablaba con mucha seguridad en sí mismo, me recordó un poco a Saúl.

—Vamos, Román. Haz tu magia y no te quejes —dijo risueño Saúl.

—Pensé que ya no escribirías, me encanta que lo sigas haciendo. —Bebió de la copa de vino que le llenó un mozo.

—Él es mi editor, Román, también es mi tío —me aclaró Saúl.

—¿Y este jovencito quién es? —preguntó y fijó la mirada en mí.

Román se ajustó los lentes y me echó un vistazo que me incomodó.

—Es mi asistente, Gabriel.

—Hola —saludó cordialmente—. Ten cuidado de este loco —advirtió con una divertida entonación—. Es un diablillo —dijo y soltó una carcajada.

—Hola —saludé tímidamente—. Lo tendré en cuenta. —Sonreí tímido.

—Melissa dijo que no vendrías, que estabas de viaje... —soltó aquello Román.

—¿Ella está aquí? —preguntó exaltado Saúl.

Vi su rostro perder color y el bosque de su mirada se opacó.

—Lo está y ha venido acompañada de su agente y amante.

—Bueno. —Juntó sus manos y suspiró—. Es momento de irme. —Saúl se puso de pie—. Total, no tenía muchos ánimos de fingir ser alguien serio y profesional. Adiós, tío. Vámonos, Gabriel mío.

—Adiós, diablillo. La fiesta no será divertida sin ti —soltó otra carcajada sonora.

Cabizbajo seguí a Saúl hasta la salida.

—No deberías huir —solté aquello antes de cruzar la puerta blanca de la entrada.

—Está con su amante... —dijo en un hilo de voz y paró en seco.

—¿Y qué? Se divorciaron, ¿aún te importa? —pregunté y levanté una ceja.

—No... no quiero que me restriegue en la cara su amante. Es todo. Entiéndeme, René —pidió sin dejarme de dar la espalda.

En mi melancólica soledad con ellos ( Completa y disponible en papel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora