Cine

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Había pasado semanas y no sabía del paradero de Saúl. La laptop en la que escribía se quedó encima de la mesita, varada en el tiempo. Pasaron dos semanas, llegaron postales. Saúl se había escapado de su exesposa saliendo de viaje, eso decían las breves notas que dejaba en el reverso de las llamativas fotografías.

Charlotte se levantaba muy temprano para pasear a los perros del edificio y después iba al colegio donde la inscribió Saúl. A lo que sabía, él se encargó del papeleo y pagar un soborno para que ella pudiera cursar el año escolar al que pertenecía por su edad. Aunque no estudió varios años atrás, Charlotte sabía demasiado y no se le dificultaban las tareas, eso me pareció inusual. Con el tiempo descubrí que los fantasmas le transmitían conocimiento.

Comencé a preparar la cena. Después del trabajo compraba ingredientes y me disponía a cocinar. No era bueno, pero lo hacía para que Charlotte no lo hiciera y sólo se enfocara en sus estudios. Ella me ayudaba los fines de semana. Nunca lo acordamos como tal, quien hacía qué de los deberes, simplemente hacíamos lo que podíamos para ayudarnos mutuamente y vivir bien. Mi vida cambió, la esencia de mi pequeño departamento era armoniosa y cálida con la presencia de Charlotte, ella me motivaba a que me moviera y saliera de mi miseria. Extrañé la presencia de Saúl. Al mirar su computadora en la mesita, pensaba en él, en sus ocurrencias y su tono de voz imponente.

En las noches Charlotte tomaba lugar en el comedor y hacía sus tareas. Yo me refugiaba en la sala a tocar. Algunos días practicaba, en otros improvisaba. Esa se había vuelto mi rutina, una que me gustaba. Charlotte solía tararear mientras estudiaba, su gentil voz acariciaba mis oídos, me hacía anhelar tener su presencia siempre en casa. No quería pensar en el día que ella creciera y encontrara su media naranja, alejándose así de mi vida para siempre. Pensar en eso me enfermaba y deprimía. ¿Cuándo volará de este nido extraño? Solía preguntarme.

Un día, mientras cocinaba, entró Charlotte a la cocina. Se le veía pensativa. Tomó un vaso, vertió agua del grifo y suspiró un par de ocasiones.

—¿Qué tal la escuela? —pregunté sin dejar de ver la zanahoria que picaba.

—Bien —respondió con brevedad.

—Me alegro.

Picaba la zanahoria, el sonido de la cuchilla chocar con la tabla de madera me reconfortaba de alguna manera.

—Bueno... —habló después de beber el agua— a mis compañeros de clase les pareció muy extraño saber que no he ido al cine ninguna vez. Hablaban de películas. Confesé por error y dije: «yo no he ido al cine». Guardaron silencio y me miraron extrañados.

—Ya veo. «Tal vez se sintió excluida por no hacer actividades normales, como cualquier adolescente. ¿Qué haría Saúl en esta situación?», pensé.

—¿Tan malo es no hacer cosas que suelen hacer los demás? —preguntó triste.

—No, pero... deberíamos ir al cine. Hace mucho que no voy. «Me trae malos recuerdos, no voy desde que iba con Dafne», pensé.

—¿De verdad? —escuché su animado tono de voz.

—Sí, ¿qué tipo de películas te gustan? —pregunté contagiado con su ánimo.

Dejé mis labores y me giré para mirar a Charlotte, tenía los ojos vidriosos. De verdad se sintió excluida.

—No lo sé. —Jugó con los dedos de su mano.

—Tal vez una de princesas.

Terminé en un cine con Charlotte. No podía dejar de preguntarme cómo fue su vida antes de llegar a la ciudad. No lo hacía por lástima, sino porque ella me parecía interesante. Fingía, pero para sí misma, para intentar ser feliz, daba todo lo mejor posible a su manera. Era una guerrera. Sin embargo, cuando era feliz de verdad, sus ojos se volvían estrellas.

En mi melancólica soledad con ellos ( Completa y disponible en papel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora