Mala copa

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—No quiero. —Hice un puchero y crucé los brazos.

—Será divertido, vamos. Tengo necesidades. —Arqueó una ceja.

—No, ve solo. Y no regreses... ¿Sabes qué te puedes contagiar de algo? —cuestioné molesto.

—Exageras, usa preservativo, y ya —habló despreocupado—. Vamos, entre amigos es mejor. No iremos a cualquier lugar, conozco uno dónde hay unas chicas muy hermosas. —Me ofreció su mano.

—No. —Negué con la cabeza y suspiré—. No quiero...

—Tranquilo, también hay chicos. —Me guiñó un ojo.

—¡No es por eso! —exclamé alterado.

—¿Entonces, te da miedo? —preguntó y sonrió divertido—. Vamos, mínimo bebemos algo en el lugar. ¡Es viernes! —dijo como si fuera un chiquillo.

—¿De verdad eres un escritor?

—Y uno al que le va muy bien. Yo invito, vamos.

Saúl me sacó a estirones y jalones del departamento. Como un perro con correa lo seguí. Pidió un taxi y dio las indicaciones al chófer. Enojado, con la cara larga, guardé silencio en todo el trayecto. Saúl intentaba animarme, así que yo intenté convertirlo en un pollo. No pude.

Al llegar al excéntrico lugar, mis sentidos se vieron confundidos: luces y penumbra, ruido fuerte, bullicio, gente entrando y saliendo. Sentí que las personas de ahí eran gallos escandalosos. Saúl tomó mi mano y me arrastró a ese infierno. Terminé sentado en un sillón junto a él. Era esponjoso y cómodo, no cuadraba con el sitio incómodo y escandaloso. Las meseras, que se vislumbraban con dificultad por las luces chillantes, vestían pequeñas prendas que dejaban a la vista su cuerpo. Era como estar en un matadero donde podías elegir la res que deseabas comer. Figurativamente.

Saúl pidió una botella de whisky. La mesera fue de lo más falsamente amable posible.

Emocionado, Saúl miraba bailar a las chicas en un escenario que poco sobresalía en la penumbra. Prendió un cigarro y sirvió el whisky en los vasos con hielos que dejaron para ese propósito. Bebí, no era la primera vez que lo hacía, y hacerlo me traía malos recuerdos. Saúl pidió a una chica y se fue al privado para que le bailara, dejándome solo con la botella. Aburrido, bebí matando el tiempo entre tragos de algo que me parecía horrible. Me pregunté qué hacía ahí y por qué lo seguía.

Entre tragos y tragos, regresé a aquel día. El día que escapé de mi hogar y del pueblo.

Vivía sin mirar a dónde iba, simplemente hacía lo que me pedían y no más. Aquello me llevó a ser un buen estudiante y un buen hijo. No me sentía feliz, tampoco triste, no sentía que existiera del todo. Me encontraba refugiado en la comodidad que ofrecía la obediencia.

Cuando me gradué, en un soleado día de verano, me comprometí con Dafne. Decidimos casarnos después de la universidad. Ella era mi burbuja principal, un refugio hipócrita. A Dafne le gustaba la buena vida, por eso fingía ser una buena novia, una comprensiva. Pero lo que de verdad quería y anhelaba era la fortuna de mi familia.

Al ser una persona ausente de mi realidad, descuidé las necesidades de mi prometida. Desconsolada por tener un novio frío e indiferente, Dafne se refugió en los consejos de mi padre, para al final salir a citas juntos y terminar casándose. Mi padre le dio a Dafne lo que yo no podía y más. Y un acceso seguro a la fortuna. Actué indiferente a la situación, hasta que su felicidad, la hipócrita faceta feliz que mostraban, comenzó a irritarme.

Después de pasar por algo que me marcó, decidí darme otra oportunidad e irme lejos, a un lugar donde pudiera ser otra persona y no el pollo que era. Con el tiempo me acostumbré a estar solo, a hacer siempre lo mismo y mi único consuelo era tocar la guitarra. Recordando mi triste pasado, el lugar me dejó de parecer tan molesto, todo se volvió lejano.

—Vaya, te la has bebido toda —dijo Saúl al regresar del privado.

—Buu, uuu —hablé en mi ebriedad—. Soy un fantasma, todo está lejos y atravieso a las personas. Soy un ser intangible, buu buu uuu. —No podía mantener mi mirada en Saúl, todo estaba borroso y daba vueltas.

—Sí que lo pareces. —Soltó una carcajada y alzó su mano solicitando una mesera.

Saúl pidió más botellas. Bebí en silencio, recordando el día que me fui de mi pueblo natal, en un día nevado, bajo los efectos del alcohol y con el miedo de haberme muerto.

—Te ves peor, creí que esto te animaría —comentó Saúl—. Ve a un privado, que te bailen y te den besitos.

—No, eso no me haría feliz. Intenté decírtelo, terco —hablé arrastrando las palabras—. Soy un muerto en vida, no tengo sentimientos... no tengo nada. Vivo por inercia, sin motivaciones reales. ¿Por qué estoy vivo? —Llevé mis manos a mi cabeza y me recargué con los hombros en la mesa—. Odio mi vida, mi empleo, mi soledad, el exilio al que me condené. Y a Dafne.

—¿Dafne? —Prendió un cigarro.

—Sí, ella, esa falsa... me mintió todo el tiempo. Hizo que me sintiera en casa a su lado y al final mostró su verdadero ser, su asqueroso y avaricioso ser. Era mi novia de toda la vida y se casó con mi padre —conté arrastrando las palabras.

—Qué triste. Tienes que olvidarla, un clavo saca otro clavo. —Chasqueó sus dedos.

—¿De verdad eres escritor? Das consejos pésimos.

—Qué grosero, jovencito —dijo y se carcajeó.

—Te convertiré en pollo —amenacé en un hilo de voz.

—¿Cómo lo harás? —Clavó su mirada en mí.

—Te imaginaré como un pollo y en mi realidad serás uno. Tendrás una cabeza fea de pollo en tu escuálido cuerpo de fumador empedernido.

—Ay, no. Eres mala copa. ¿Qué hice? Vámonos a casa. —Apagó el cigarrillo en el cenicero feo que había en la mesa.

—No. —Me paré enojado—. No iré a casa.

Avancé disgustado.

—René. —Saúl tomó mi mano—. Cálmate. Desquita esas energías con una chica.

—¡No! No es no. ¡Terco! ¡Sin amor no vale la pena las caricias, besos y más! —grité disgustado.

—Demonios, vámonos a casa. —Cubrió su rostro con su mano.

Sentí el peso de las miradas clavadas. No me importó, eran pollos para mí.

—Me siento mareado. —Cubrí mi boca.

Salí corriendo al baño, conteniendo las ganas de vomitar. 

En mi melancólica soledad con ellos ( Completa y disponible en papel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora