Años e invierno

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Me sentí podrido como el gato de mi pesadilla. Aquel suceso me robó parte de mi ser, me volví más ausente, percibía todo lejos de mi realidad. Saúl no demoró en captar mi indiferencia hacia todo. Solía verme con sus ojos de óleo opacos, como si me viera desde el interior de un féretro. Una vez dejó de escribir y, mientras fumaba, me analizó por un par de minutos que me parecieron horas. Intenté ignorar el peso de la energía de su mirada, concentrándome en practicar. No pude. Escuchaba sus pensamientos reclamándome.

Después de esa noche, dejó de dormir en mi habitación. Lo hacía en el sillón o no llegaba a dormir en el departamento. Supuse que se dio cuenta de que era un caso perdido y decidió no invertir más de su valioso tiempo en mí. Lo comprendí, era natural que se desilusionara de una persona tan patética como yo.

Charlotte siguió siendo amable. Sin embargo, era palpable el muro que había entre nosotros. Herí sus sentimientos al rechazarla. No me quejé de los ligeros cambios sucedidos en mi apreciado triángulo, yo mismo me había abandonado a mí. Volví a salir en las madrugadas con la guitarra en la mano, mataba el tiempo tocando en mi parque favorito con lago. Me hacía sentirme en un sueño, ajeno a todo y la vez en una nada que coexistía con el todo.

El invierno llegó y cumplí un año más de vida. Para celebrar, salí a cenar con Saúl, Charlotte y Alex en un restaurante pudiente de mesas llamativas que hacían juego con sillas extravagantes y grandes ventanales, los cuales daban vista a la ciudad en su apogeo de noche. La gente pasaba de un lado a otro, resonaban los cubiertos al unísono con las voces de los consumidores. Los meseros se veían agitados, caminaban acarreados, con bandejas en las manos, de un lado a otro.

Saúl inició la conversación en la mesa que ocupábamos. Se quejó porque no celebramos su cumpleaños. Charlotte le recordó que él estaba de viaje y escapaba de su exesposa en aquel tiempo.

—Eso es muy inmaduro —dijo Alex al saber lo que hizo Saúl—. Entonces eres bisexual. Interesante. —Esbozó una extraña sonrisa que me dio miedo.

—No te soporto. —Saúl torció la mueca y prendió un cigarrillo.

Un mesero apareció y le comentó a Saúl que no se encontraban en zona de fumar. Frustrado, apagó enojado el cigarro y cruzó los brazos.

—Alex, no seas pesado —regañó Charlotte con mucha confianza.

Llevé mi mirada a ellos, me sentí ajeno al momento, como si contemplara una pintura. Me gustó ver a Charlotte tan sonriente y arreglada como una fina muñeca de porcelana, pero no me gustó que estuviera sentada cerca de Alex, tan cerca. Lucía con mucho encanto uno de los lujosos vestidos que Saúl le compró por su cumpleaños, acentuaba su figura y el rojo de la fina tela resaltaba su nacarada piel. La ropa hacía juego con los labios carmesí. No llevaba lentes puestos, sus alegres ojos sólo eran enmarcados por sus vistosas pecas. Su cabello de sol se encontraba peinado en una coleta alta que dejaba a la vista su delicado cuello alargado. Fijé más la mirada, se hizo borrosa su presencia, me pareció que un manto oscuro la cubrió. Cuestioné mi cordura y la veracidad del momento. Charlotte me sonrió tímidamente y regresé a la conversación que llevábamos.

—¿Entonces veinticuatro años? —me preguntó Alex.

—Sí —respondí tajante.

—¿Adoptarán? —preguntó serio.

—Claro —aseguró Saúl.

Había olvidado que Saúl se hacía pasar por mi pareja ante Alex, al escucharlo tan seguro, volví más a la realidad y me causó gracia su afirmación.

—¿Y es fácil hacerlo? —investigó Alex.

Charlotte se rio ligeramente, sabía que le tomaban el pelo a su amigo.

En mi melancólica soledad con ellos ( Completa y disponible en papel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora