Capítulo 1

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Issia

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Issia

Tres filas de dieciséis ladrillos. Esa era la distancia que existía entre la banca en que estaba sentada y donde iniciaba el césped.

El sol estaba en su pleno apogeo y eso me impedía ver con facilidad si él ya venía hacía acá. Eso hacía que mis nervios aumentaran, pero gracias a las terapias había aprendido a controlarme y mantenerme al margen de la situación.

El aire golpeaba mi rostro y lo refrezcaba al mismo tiempo; el cabello se me revolvía y golpeaba mis hombros desnudos. Escuchaba la risa de varios niños a mi al rededor, y al mismo tiempo el cantar de los pájaros; cada sonido me recordaba algo: era libre.

Sonreí sin siquiera notarlo, lo hacía de verdad, sintiendo emoción en cada gesto y cada poro de mi piel. Los recuerdos no se habían esfumado, pero el dolor si se había marchado.

Sé que era otra, y aceptarlo me hacía sentir bien, porque así era. Había verdadera alegría en mi ser, una que hace mucho creía extinta.

Elevé la vista al cielo, y mientras veía un ave volar, agradecía seguir con vida y poder comenzar a vivirla como debía ser.

Los últimos meses no habían sido fáciles, pues aprender a vivir con algo que te atormentó por años, llevaba un proceso. Tuve mis recaídas, sí, pero cada mañana me recordaba lo fuerte que era y lo mucho que las personas fuera del hospital también lo creían. Sabía que el cambio lo ponía yo, pero ellos fueron una parte de suma importancia para que este se diera.

Los demonios se habían ocultado muy bien, o quizás por fin se habían ido, aún no lo sabía con exactitud, pero tenía la certeza que no volverían a atormentarme, no ahora.

Sentía la mirada de más de una persona puesta en mí, y sabía que no era porque estuviera sola en esa banca en medio del parque; sabía que era por los tatuajes que se lograban apreciar, gracias a la escasez de mangas de mi blusa. En el pasado, tenía por seguro que ni siquiera me hubiera atrevido a salir sin un suéter, pero esa chica se había muerto, porque yo no hacía más que sonreírles para expresarles la confianza que sentía de mí.

No tenía porque ocultarme, ni mucho menos sentirme menos ante ellos. Sabía quien era, sabía cuanto valía, y el que dirán se había quedado atrás.

—¡Vaya! ¡Mira que sonrisa tan divina! —señaló la persona por la que tanto esperaba y tanto anhelo tenía en ver. De inmediato me levanté de mi lugar y me lancé hacía él para envolver mis brazos al rededor de su cuello. Sus brazos no tardaron nada en envolver mi espalda—. También te extrañé, Issia. ¡Te ves... wow! ¡En verdad! ¡Estás preciosa!

Lo solté y él también lo hizo, luego ambos dimos un paso atrás.

—Gracias. Tú te ves... como tú —apunté y esto consiguió que elevara los ojos al cielo.

—Gracias, supongo. ¿Qué fue lo que hiciste con tu cabello? —investigó—. ¿Y esos tatuajes? No me digas que todos estos meses estuviste en un reclusorio.

Hasta que la olvideDonde viven las historias. Descúbrelo ahora