8 | Sálvate tú

3.1K 341 211
                                    

Durante el trayecto hacia su casa, Josh le dijo a Ashton que iría con ellos.

—Y comeré —añadió, cruzado de brazos; su amigo no quitó los ojos oscuros de la carretera—, para que dejes de quejarte.

Ashton hizo una mueca.

—Me quejo porque no entiendo qué te pasa —se defendió.

—Que estoy estresado.

—Estoy estresado. ¿No te estresa el instituto?

Josh lo vio negar, con el ceño fruncido, y sopló. Era imposible que a Ashton le estresara un lugar donde todos le querían, donde era capitán del equipo de fútbol y tenía tantos amigos como quería. Él, en cambio, sentía su ritmo cardiaco acelerarse conforme atravesaba los pasillos de la escuela, y se le anudaba el estómago, y náuseas rodaban por las paredes de su boca, porque le aterraba obtener una mala calificación, o ser corregido frente al salón, o verse juzgado por sus compañeros de clase. Pero Ashton no lo podría entender. A él todo le salía bien siempre.

Sin embargo, cuando escuchó que se debía al estrés y revisó a Josh de la cabeza a los pies, se dio cuenta de que se mordisqueaba los labios hasta sangrar, sacudía una rodilla constantemente y perdía peso demasiado rápido.

—Ya entiendo.

Cuando Josh se bajó del auto y entró por la puerta trasera de su casa a la cocina, encontró una nota de su hermana Shelby sobre el mostrador de granito: se había ido a comer con unas amigas tras dejar al pequeño Joe en casa. El pequeño Joe estaba delante de la televisión, como un muñeco ignorado, así que Josh, aprovechando que no lo veía, agarró un plato, lo ensució con mermelada y migas de pan, y lo dejó en el fregadero. Luego se bebió un litro y medio de agua.

Debía reservar calorías para aquella noche en el cine. No haría ninguna diferencia en su peso, se dijo. Subió a su cuarto sin saludar a su hermano, arrojó la mochila contra la cama y, sacando el frasco de pastillas del bolsillo, se tomó una.

El sabor a químico consolaba el vacío en su estómago.

Al mirar por la ventana, vio una golondrina cruzar el cielo gris de marzo. No solía fijarse, pero en ese instante le pareció la criatura más tétrica y solitaria que podía posarse en su alféizar. Y se sintió igual de solo.

En lo más oscuro y recóndito de su corazón, no creía tener verdaderos amigos, ni alguien a quien contarle sus miedos, o su ansiedad. Solo sus padres sabían lo que había vivido en las antiguas escuelas, porque Shelby parecía haberlo olvidado y él jamás se atrevería a confesárselo a ninguno de sus amigos. Ellos creían que era uno de los chicos populares, no de los marginados.

Se duchó para evitar comer y, en cuanto llegó su madre de casa de Max, a quien visitaba cada viernes, le avisó que saldría. Escondió el frasco de pastillas en el bolsillo de su impermeable, pese a que no hacía frío, para que nadie lo encontrase en su dormitorio. Su madre le preguntó adónde iría y, por primera vez en su vida, Josh se alegró de contestar que sus amigos lo habían invitado al cine.

—Parece que todo está mejorando, ¿no?

Josh asintió. Pero esa sensación incómoda en el estómago, como si un gusanillo se paseara entre sus intestinos, no desaparecía. Aunque quería creer que tenía la fuerza para comer frente a sus amigos, no era cierto.

Ashton Moore apareció en su Chevy rojo a las nueve. En la parte trasera, Melanie y Liz se habían acomodado ya, y pasarían inmediatamente después por Zac, así que Ashton le pidió a Josh que ocupara el asiento delantero.

—Tris y Luca han ido por sus novias —le avisó.

Luca había conseguido las chocolatinas y las patatas de bolsa para repartirse una vez entrasen al cine. Zac, echándose el largo cabello castaño hacia atrás, aunque luego volvía a cubrirle los ojos, conforme bajaban el pasillo de butacas hasta los asientos que ocuparían, negó cuando Luca le tendió un paquete de patatas, y Josh, que estaba tras él, lo vio:

Obsessions (Las obsesiones de Josh)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora