18 | Batallar la muerte

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El viernes Josh se saltó el desayuno y la pastilla de la depresión. Pesaba cincuenta y dos kilos, según la báscula de casa, y no lo soportaba. Podía rebajar a cuarenta y cinco kilos si se lo proponía.

Apretaba el abdomen porque se sentía inflado, a pesar de que era una sensación fantasmal, y mientras esperaba a Ashton en el pasillo, justo después de que sonara la campana del recreo, se arrepintió de haberse puesto aquel jersey marrón.

No le quedaba tan grande como el año pasado, sino que se le ajustaba a los brazos y al torso, y ya no podía esconder la forma de su cuerpo.

Estaba ganando peso, pero nadie lo halagaba. Se veía y sentía deforme, y notaba cómo su rostro se hinchaba con el paso de los días, igual que sus piernas. Pero nadie intentaba siquiera consolarlo, pues se verían obligados a mentirle.

"Si de verdad fueras guapo, la gente lo mencionaría. Alguien lo diría. No lo eres."

Inquieto, Josh pegó la espalda a la pared.

Los estudiantes pasaban frente a él, en dirección al comedor y lo saludaban, pero Josh era incapaz de devolverles siquiera una sonrisa forzada. No los miraba a la cara; no tenía fuerzas porque la voz de su enfermedad hablaba más alto.

Se preguntó si sería buena idea regresar al aula y agarrar el chaquetón de invierno aunque la calefacción del instituto lo mantuviera cálido.

Necesitaba disimular su abdomen.

"Te ves enorme."

Por fin Josh se enderezó y separó de la pared para recorrer el pasillo hasta los baños de hombres. Le urgía revisar su reflejo, porque sentía que pesaba doscientos kilos en lugar de cincuenta.

Todavía había gente bajando el corredor, así que ignoró el bullicio y las luces del techo para acercarse a la entrada del servicio.

Y sin previo aviso una chica se atravesó en su camino.

—¿Eres Josh Higgins?

Josh frenó en seco para mirarla.

Una chica de alocados rizos dorados y una carpeta enorme de reglas y cartulinas que se escapaban de sus manos se había interpuesto entre él y los aseos.

Controlando su ansiedad, se enderezó y la analizó desde los rizos hasta los jeans oscuros, pasando por el suéter verde y los lentes redondos.

—Sí, ¿por qué?

Probablemente había oído hablar de él, como cualquiera en aquella escuela, pero la chica no se inmutó.

—Porque te veo por todas partes —dijo— y eres precioso.

A Josh se le detuvo el corazón.

No lo había dicho en un tono atrevido, sino con dulzura, como si fuera una realidad que estaba resignada a aceptar. La vio despedirse con la mano y, justo antes de que desapareciera de su vista, consiguió entreabrir los labios para contestar con un "muchas gracias" tan fuerte como pudo.

Era solo una chica más, como tantas otras que lo veían por los pasillos, pero Josh nunca había reparado en ella. Y si una extraña podía creer que él era guapo, entonces, tal vez, lo era. Quizá era su mente la que pretendía sabotear la poca autoestima que le quedaba, no los demás. Pero no se lo dijo a nadie, ni siquiera a Ashton, se llegó por la espalda para echarle el brazo sobre los hombros y conducirlo a las escaleras.

Ese viernes, como cada siete semanas, sirvieron hot dogs. Y se le encogió el corazón en el pecho cuando Ashton, una vez en el comedor, trajera a la mesa un plato lleno de hot dogs para él.

Obsessions (Las obsesiones de Josh)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora