31 | Insuficiente

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El partido tendría lugar después de los parciales. A lo largo de esa semana, Josh Higgins comió dos paquetes de Oreos cada noche hasta que dejó de sentirse culpable. El lunes por la tarde, condujo hasta el instituto por primera vez por su cuenta para tomar el SAT. Sabía conducir, pero su padre no se lo había permitido hasta que dejase de matarse de hambre. Y su madre le dijo que se llevase el coche.

Ya no se atracaba. Paraba cuando se llenaba y comía lo que su estómago le pedía. Pese a que aún se decepcionaba si obtenía una nota más baja de la esperaba, respiraba hondo y se recordaba que no tenía nada de malo. Dejó de criticar sus notas por debajo del cien por ciento, y la gramola con leche y yogur, y los dulces de los domingos.

De hecho, el martes, cuando se sentó en el comedor con sus amigos, Liz le ofreció su botella de café helado, que compraba en la librería de la planta baja de la escuela.

Y él lo probó sin pensar en las calorías.

—¿Quieres? —preguntó entonces ella, sentada al otro lado de la mesa, frente a él.

Había empujado con cuidado la enorme magdalena de chocolate hacia Josh, que no se movió porque entonces Zac, a la izquierda de Liz, se giró a mirarla de arriba abajo con sus inexpresivos ojos claros.

—¿Te vas a comer todo eso?

Casi de inmediato, antes de que Josh pudiera cruzar miradas con él, Ashton Moore se inclinó sobre la mesa para suavemente empujar su cabeza, despeinando su lacio cabello castaño.

—Es orgánico, idiota —dijo con su inmensa sonrisa en los labios, sin siquiera mirar a Josh, que tragó con fuerza.

—Siempre come lo mismo —se quejó Zac, y Luca musitó un leve "tienes que ser amable, Zac" antes de que Liz arquease las cejas, haciéndose la ofendida.

—No quiero desmayarme en el entrenamiento.

Estaba bromeando, igual que Ashton, y de ese modo consiguieron desviar el tema al estúpido comentario de "las chicas más lindas comen azúcar" de Tristan.

Pero a Josh se le habían cerrado los oídos.

A pesar de que el frío de marzo aún se filtraba entre las rendijas de las ventanas y las puertas, Zac ya había dejado las sudaderas y chaquetas del equipo de fútbol de la escuela para demostrarle a toda la cafetería que las mangas negras de las camisetas se le ajustaban a los brazos trabajados.

Iba al gimnasio y se notaba.

Josh era el único que lo intentaba y fracasaba, una y otra vez. Daba igual si comía lo mismo que Ashton, o imitaba sus ejercicios, o apretaba el abdomen en cuanto se acordaba: al final, seguía siendo el que no parecía deportista.

Y no estaba preparado mentalmente para convertirse otra vez en el chico con sobrepeso del grupo.

El viernes, en cuanto sonó la campana del recreo y Ashton se acercó a la mesa de Josh, que aún estaba recogiendo sus libros, este le preguntó si haría su concurso de velocidad.

—Prefiero irme a la biblioteca —musitó.

—No lo haré —le aseguró Ashton—. Es una lástima, porque sirven hot dogs, pero hay partido esta noche y no quiero que nadie se enferme. ¿Vas a ir?

—Sí.

Se lo había prometido a Liz, pero no se lo había confesado a nadie. Nadie tenía por qué saberlo, en realidad.

El partido no iniciaría hasta las ocho. Sabía que Ashton tendría que irse con tiempo suficiente a la escuela para asistir a la charla motivadora del entrenador Hutton, así que, cuando llegó a casa justo después de la escuela, bajándose del auto de su amigo, sacó el teléfono de su bolsillo para desbloquearlo y preguntar por el chat grupal quién iría más tarde para sumarse a ellos.

Sin embargo, no había enviado aún el mensaje cuando terminó de cruzar el patio trasero de su casa y, al atravesar las puertas abiertas, su hermana lo llamó. Estaba en la cocina.

—¿Quieres que vayamos juntos al juego? —le preguntó, y Josh alzó la cabeza.

—¿Vas a ir?

—Claro.

Rara vez asistía Shelby a los partidos: solo si sus amigas la presionaban lo suficiente o jugaba alguien que le gustase. Hasta donde Josh sabía, nunca le había gustado ninguno de sus amigos, aunque durante una temporada estuvo obsesionada con la altura de Luca y su educación al tratar a las chicas. Por eso había conseguido mantener a su novia tanto tiempo.

—¿Con tus amigas?

—No.

La sequedad de la respuesta obligó a Josh a fruncir el ceño. Dio un par de pasos en dirección al mostrador de la cocina, hasta dejar el teléfono sobre el mismo, apagado.

—¿Estás saliendo con alguien?

El raudo vistazo que le echó Shelby confirmó que estaba en lo correcto.

Tenía una vaga sospecha de que así era, pero había querido creer que no. A través de las enormes cristaleras del salón de estudio, la había visto pasear por los pasillos del instituto, a veces con su amiga Kristen y otras veces con Craig Armstrong.

Pero quería creer que esas últimas habían sido solo coincidencias.

—¿Cómo lo sabes?

—Dime que no es Craig —suplicó, y ella alzó las cejas, más impresionada porque la hubiese descubierto que porque no le cayera bien el chico.

—Pero... ¿cuándo...?

—¿Craig en serio? —repitió su hermano, atónito—. ¿No hay más chicos en la escuela o...?

—¿Qué tiene de malo? —protestó Shelby, que encogió un hombro—. Es el hermano de tu amigo Tristan.

—Justamente por eso deberías alejarte de él.

Y Shelby rodó los ojos.

—¿Le conoces siquiera?

—Conozco a su hermano —repuso Josh— y he visto cómo Craig liga con las asistentes de los profesores. Ah, y cómo miente para salir del salón de estudio.

—Te molesta porque eres un matadito —soltó su hermana entonces—. Si fuera Ashton, no lo criticarías.

—Me parece igual de mal que lo haga Tristan.

Shelby resopló. De mala gana, se recogió el cabello dorado tras las orejas antes de empezar a prepararse el licuado de piña y aguacate que llevaría al partido.

El celeste de su corto suéter de lana contrastaba con la piel bronceada del abdomen, pero en cuanto llegaran las vacaciones de verano, le pediría permiso a su madre para irse una semana o dos a California con Kristen y Leigh, y alguna otra de sus amigas, para no perder ese tono de piel que tanto le apasionaba.

—No le conoces —repitió, y Josh entornó los párpados sin ánimos de discutir.

Aunque era lo suficientemente mayor como para decidir si quería salir con alguien o no, algo dentro de Josh se removió al descubrir que el elegido había sido el hermano de Tristan.

Por el momento, solo podría vigilarla desde las gradas. Sin embargo, y a pesar de que Shelby le importaba, no perdería la oportunidad aquella noche de sentarse un poco más cerca del campo, metido en una gruesa sudadera gris, desde donde pudiera ver a Liz de perfil, junto a las líneas, en su uniforme verde y con el pelo recogido en una coleta alta.

Recordaba el sabor amargo que le quedó la última vez al no haberla dibujado, por lo que aquella noche no olvidó el cuaderno que su padre le había regalado.

Obsessions (Las obsesiones de Josh)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora