50 | A los dieciocho

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"Es verano. Eso significa helado, batidos, pizza de noche, poca ropa. Y a ti te sobran cuatro kilos."

Josh Higgins abrió el armario y agarró unos jeans oscuros.

Era domingo, cumpleaños de Liz. Todavía le tenía miedo a su padre, ya que su figura imponía, pero había pasado aquella semana mentalizándose de que tal vez lo vería.

Por fin se había sacado el permiso de conducir de camiones y ese fin de semana realizó su primer viaje de Kearney a Holdrege, sin más ayuda que el GPS y un compañero en el asiento de pasajero, dos años mayor que él, que se dedicaba a cambiar la estación de radio y preguntarle si se detendrían en la próxima gasolinera a comprar hot dogs. A pesar de los nervios, había regresado a su cálida casa, donde su madre lo esperaba con los brazos abiertos, y ahora ansiaba que su jefe le asignara también la entrega de lavadoras a Grand Island.

Después de dos días y medio manejando un camión, de músculos tensos y espalda agarrotada, y noches rellenando tablas de anotaciones, necesitaba ver a Liz. Ella aliviaba su cansancio.

—Mis padres tienen juicio otra vez —le había dicho Liz esa noche, por teléfono, cuando él por fin la llamó para preguntarle si no era demasiado tarde para ir a su casa—. Discuten cada vez que se ven y hoy... mi madre olvidó mi cumpleaños. También mi padre, así que no importa. Mi hermana me felicitó.

Josh tenía hambre, pero había aprendido a escuchar a los demás por encima de sí mismo. La comida podía esperar.

Después de ducharse y lavarse el cabello, se remangó la camiseta gris y, con sus tejanos desgastados, le pidió permiso a su madre para agarrar el coche dorado y manejar hasta el condominio donde vivía Liz.

Ella misma le abrió.

—Entonces... ¿no están tus padres?

Liz negó con una sonrisa; entre sus manos, sostenía una caja de arándanos de la que comía. Lo guió hacia el interior de la cocina, de cálidas luces que iluminaban el mostrador blanco, y le mostró el recetario que había abierto sobre este.

Había pegado un lazo de cuadros azules a la portada amarilla, y otros trozos de papeles tintados de café en las esquinas. Aunque se había recogido dos mechones de cabello rubio tras la nuca con una gran pinza rosa, usaba cortos pantaloncillos de deporte y un fino suéter blanco que le colgaba de un hombro.

—Quería hornear un pan de café —murmuró la chica, ignorando los insistentes ojos oliva de Josh sobre ella—. Para mi hermana, en realidad. Pero si quieres hacer otra cosa...

—¿Ninguno de tus padres recordó tu cumpleaños?

Liz se enderezó para liberar un débil suspiro.

—No, pero no importa —dijo antes de hacer una mueca—. Estoy medio acostumbrada. Creo que el último cumpleaños con el que hice una fiesta fue por mis dieciséis.

—Pero eso lo propuso Mel, ¿no?

—Sí. —Otra vez sonrió, rasgando sus ojos caramelizados—. Da igual, Josh. Nunca me ha importado mi cumpleaños.

Pero él sabía que mentía.

Liz amaba organizar fiestas, y decorar las paredes y ventanas con cortinas brillantes de flecos, poner música, hacerse fotos con sus amigas y establecer una temática para los invitados, ya fuera cuentos de hadas, celebridades o países europeos.

De nuevo la chica señaló el recetario y le preguntó si quería hacer alguna otra cosa, y él negó.

—Un pastel está bien, pero, ¿por qué no lo haces para ti?

Obsessions (Las obsesiones de Josh)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora