52 | El último día

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El viaje a Dakota del Sur no resultó tan agotador físicamente como lo fue mental. Lo que Josh no esperaba era tener dos compañeros nuevos de trabajo, tres años mayores que él, y se habría llevado bien con ellos de no haber sido por la cantidad de horas que pasaron juntos en el camión.

Mientras rellenaba las tablas de anotaciones, los oía conversar. Los dos iban al gimnasio, calculaban sus macros, levantaban pesas. Aunque sabía que él estaba en recuperación, no podía evitar compararse e incluso se saltó dos comidas aquella tarde para que no lo juzgaran por comer carbohidratos.

Para cuando dieron las diez de la noche, una presión insoportable se había asentado sobre su pecho.

"Pasan tres horas diarias en el gimnasio. Y tú tienes que perder cuatro kilos. Con esa mandíbula cortan el aire. Y se perfilan la nariz. ¿Has visto sus brazos?"

Josh apretó el volante entre sus manos.

Dos de sus trabajadores, de veintidós y veinte años, hablaban al fondo del camión sobre cómo cada músculo de sus cuerpos era natural y producto del duro esfuerzo que realizaban todos los días. Se alzaron las camisetas para comparar estómagos y Josh no pudo resistir la tentación de mirarlos a través del espejo retrovisor.

Se veían mil veces mejor que él. Más planos, más fuertes, más tonificados.

Había pasado las últimas tres semanas con audífonos para escuchar música en lugar de sus absurdos comentarios. Sabía que no tenía que verse como ellos. ¿Por qué a su alrededor continuaba latente aquella obsesión que casi le quitó la vida más fuerte que nunca?

Cuando sintió que el nudo le apretaba la garganta, les avisó que se detendrían en una gasolinera. No les dijo por qué ni ellos tampoco preguntaron. Aprovechó mientras ellos comprobaban el aire de las ruedas e iban al servicio para entrar y comprar, aunque fuera, una lata de refresco y una barrita de cereales.

En realidad, quería galletas, pero le daba pánico que lo vieran acabarse el paquete de una sentada y le preguntaran cómo tenía tanta hambre.

Y mientras estaba esperando detrás de una sola persona para pagar en la caja, su teléfono vibró en el bolsillo trasero.

Ashton Moore le estaba llamando.

Descolgó tan rápido como pudo, con el pecho inflado por la esperanza que le causó ver su nombre en la pantalla después de tantos meses, pero se esfumó tan pronto como Ashton activó la opción de videollamada.

—¡Josh, te presento a Shawnty!

Su nueva novia. Josh vio a Ashton junto a su chica, Shawnty, una chica de piel oscura extremadamente delgada y una cascada de rizos sobre los hombros. Se preguntó cómo Ashton habría conocido a una modelo y en cuestión de minutos, descubrió que él ya se había mudado a Wisconsin para iniciar sus clases a finales de agosto, y que Shawnty buscaba oportunidades para modelar ropa enviando sus fotos a campañas de moda, con la esperanza de que un día la eligieran.

Aguantó cuarenta minutos de conversación, sin apenas abrir la boca, hasta que Shawnty recibió una llamada.

—Es una entrevista —le avisó a Ashton, y se fue.

Josh la vio besarlo rápidamente y desaparecer, y aunque Ashton retomó la conversación, el chico dejó de escucharle. Necesitaba interrumpirle.

—Ash, no me siento bien.

—¿Qué te pasa?

Por la forma en que su amigo lo miró, supo que lo había preocupado.

Pero él le habló de sus compañeros y sus temas de charla, y empezó a sentirse estúpido por la facilidad con la que dejaba que otras personas con sus comentarios afectaran su imagen. Se crujió los nudillos por los nervios. Otra vez sentía que tenía trece años y su hermano mayor lo molestaba.

Obsessions (Las obsesiones de Josh)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora