53 | Detrás de la tristeza

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Aunque sabía que no decepcionaba a sus padres si no entraba a la universidad, por alguna razón Josh seguía sintiéndose un fracaso. Mientras todos sus amigos estudiarían una carrera, él se conformaría con su empleo en la compañía de mudanzas y transportes. Ni su madre ni su padre habían insinuado que no fuera una buena idea, pero tenía miedo de que pensaran que desperdiciaba su inteligencia.

No le daría tantas vueltas si no se comparase con su hermanastro inconscientemente. Tampoco había ido a la universidad, cambiaba de trabajo como de novia y su padre solía decir que siempre viviría dependiendo de sus suegros, o de su novia, porque era incapaz de sostenerse a sí mismo.

Josh no quería caer en lo mismo.

—He soñado con Max.

Su madre, desde el otro lado del sofá en el que esperaba al padre de Josh, lo miró. El chico dibujaba trazos que aún no tomaban forma en su libreta negra. Se había puesto unos jeans y una ancha camiseta blanca porque estaba esperando a que Shelby saliera de la ducha para llevarla al centro comercial.

—¿Qué soñaste? —le preguntó su madre.

—Que me trataba bien.

Rara vez soñaba con su hermano. No se veían desde Pascua, donde apenas intercambiaron palabra, y en cierto modo quería saber de él. Aunque la mitad de las veces se metiera con él (y eso matara las ganas de Josh de intentar llevarse mejor con él), siempre lo había admirado. Ya no necesitaba que lo aprobase; lo había perdonado, aunque nunca se hubiese disculpado, y quería que supiera que no le guardaba rencor. Su madre no dijo nada.

Max no escribía nunca primero ni pasaba por casa a menos que necesitara algo. Y cuando Josh le confesó su miedo a ser rechazado otra vez a Shelby, esta lo animó a escribirle el primer mensaje.

Habían aparcado delante del centro comercial y su hermana, que se había hecho ondas en la cabellera rubia gracias a las trenzas con las que dormía, se bajó las gafas de sol de la cabeza a los ojos y abrió la puerta.

—No pierdes nada por llamarle —le dijo al bajarse—. Llámalo mientras compro mis mascarillas. Te juro que no tardo.

Tardaría porque Shelby no sabía comprar una sola cosa. Había estado trabajando de niñera para gastarse ese dinero, así que recorrería el centro comercial entero en busca de cremas, mascarillas faciales, productos para cabello e iluminadores hasta acabarse su presupuesto.

Cerró de un portazo y, cuando él la vio alejarse, con sus cortos jeans y la camiseta celeste de tirantes, suspiró. Tenía miedo, pero alargó el brazo para alcanzar el celular de su bolsillo y marcó el número de Max.

El corazón le estaba haciendo pedazos el pecho.

Un tono. Dos, tres.

Se arrepintió.

—Hola.

La inconfundible voz de su hermano, pesada, como si estuviera caminando en una cinta de gimnasio, atravesó la línea y Josh no tuvo suficiente tiempo para colgar.

Tragó saliva antes de hablar. Deseó haberse equivocado de persona.

—Hola, Max.

—¿Cómo te va?

Josh no supo qué decir. Nunca se habían tenido confianza. Quizás el día que Max se marchó de casa con su novia lo ayudó a decirle a su hermanastro que lo quería por primera vez, pero la distancia desde entonces había enfriado esos mismos sentimientos.

—Bien, ¿y a ti?

—También —lo oyó responder—. No sé nada de ti, nunca me cuentas nada. ¿Estás ya en la universidad?

Obsessions (Las obsesiones de Josh)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora