—¿A qué te refieres con que "no era lo que esperabas"?
Sin mirar a Josh, Ashton abrió su taquillero en el vestíbulo del instituto. Era lunes por la mañana y durante todo el viaje en el Chevy rojo del chico, Josh le había estado reprochando contarles a sus amigos lo que ocurría con él.
—Si alguien se entera... todos se burlarán de mí, Ash. Y todos sabrán cómo hacerme daño. Será una vergüenza. Se suponía que quedaba entre tú y yo.
—Y así fue —se defendió Ashton—. Liz lo averiguó porque es lista.
—Pero Liz no lo entiende.
Ashton cerró de golpe su casillero. Estaba clavando los ojos oscuros en los de Josh, que resplandecían.
—¿Porque nunca ha tenido un problema real? —repitió, y los ojos verdes de Josh relampaguearon.
—¿Te lo dijo?
—Me lo dijo Mel —repuso Ashton, dirigiéndose a la escalera principal, y Josh lo siguió.
—Pero hablamos el viernes —protestó—. ¿En serio en un fin de semana te enteraste de todo?
—Los padres de Liz se están divorciado —lo cortó Ashton—. Su madre nunca está en casa, ella no sabe con quién irse. Su madre le ha dicho que no le importaba a quién eligiera. Tiene que cuidar a su hermana pequeña porque la mayor se fue de la casa. Me parece un problema suficientemente real. Ah, y no le va bien en la escuela, aunque lo parezca.
Su tono de voz había cambiado. En silencio, Josh lo acompañó escaleras arriba, hundidas las manos en los bolsillos del jogger negro; de repente, la culpa lo obligaba a morderse los labios hasta arrancarse el pellejo.
Quizá debía de haberlo pensado dos veces antes de reprocharle cosas a Liz de las que no tenía ni idea. Al final, sí era un ignorante, justo como ella había dicho.
—A lo mejor no entiende cómo funciona tu enfermedad —prosiguió Ashton en voz baja—, pero se lo puedes explicar. Puedes escribirle una carta.
—No quiero que una chica lo sepa.
Ashton lo miró de reojo, pero no dijo nada. Se imaginaba por qué.
Le asustaba que Liz no supiera manejarlo, igual que le había aterrado que su mejor amigo lo rechazara o se burlase de él. Ni siquiera sus padres entendían qué pasaba por su cabeza cuando veía la comida frente a él, así que no podía esperar que un compañero de clases lo hiciera.
Hasta que no atravesaron el pasillo, de camino a la clase de Inglés, Josh no volvió a despegar los labios:
—No quiero que haga preguntas —aclaró— y que se lo cuente a Melanie, y Melanie se lo diga a alguien más, y toda la escuela se acabe enterando.
—Estás exagerando.
—Zac no me vería igual si lo supiera —repuso Josh— ni Tristan. Y si me molestan... acabarán molestándote porque somos amigos y...
—¿Eso es lo que te preocupa? ¿Crees que dejaré de ser tu amigo?
Ashton se había detenido para mirarlo a los ojos, arqueada una ceja. Y Josh, resignado, se encogió de hombros. Era lo que le había preocupado desde el principio.
—Sí.
A Ashton se le escapó una leve risita de incredulidad.
—Josh, si alguien te insulta, él dejará de ser mi amigo, no tú.
Durante la clase de Inglés, que compartía con Ashton, sacó a escondidas su cuaderno nuevo de dibujo y, en una de las hojas del final, porque nunca rellenaba las páginas en orden, comenzó el boceto de los lacitos negros que se habían entremezclado en los mechones rubios de Liz el viernes anterior, como los recordaba.
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Obsessions (Las obsesiones de Josh)
Teen FictionMenos calorías, más ejercicio, menos comida, más hambre, menos peso, más huesos. Menos tú, más anorexia. Josh Higgins es un chico popular. Todos lo conocen, todos lo quieren. ¿Quién imaginaría que, detrás de su vida tan perfecta, hubiera un monstruo...