El único desorden alimenticio que existía en la mente de Max era la gula antes de inducirse el vómito, y solo las mujeres caían en ese tipo de cosas. Su padre, por su lado, no había sido consciente de la realidad de los trastornos hasta que le afectó a Josh mismo, que desde que era un niño había luchado por controlar lo que comía, por hacer dietas y bajar de peso sin resultado, sino que ganaba más cada año.
Otra vez los había decepcionado.
—Es tan imprudente.
Al levantar la cabeza para mirar a Shelby, que había hablado, se le escapó un jadeo a su hermano.
—¿Quién? —preguntó, distraído, y ella se llevó una cucharada de puré a la boca.
—Max. Dice lo primero que piensa —dijo—. ¿Estás bien?
Josh tragó con fuerza.
No estaba bien. Náuseas rodaban por las paredes de su boca, hasta el cielo y la lengua; incluso la vista se le nublaba conforme más segundos transcurrían. Ya no veía a su madre, ni a la novia de Max, ni al pequeño Joe.
—Ahora vuelvo.
Corrió escaleras arriba y se encerró en el baño; le dolía el pecho y moría por comerse sus propios dedos de ansiedad. No quería llamar la atención, sino que lo dejasen en paz.
Tal vez si se quedaba ahí el suficiente tiempo, se olvidarían de él, la cena acabaría y él podría bajar más tarde a cenar solo, en la isla de la cocina, con luces tenues, mientras los demás dormían.
De todos modos, no necesitaba compañía. No la quería.
Josh se apoyó en el lavabo, gacha la cabeza. El estómago se le había revuelto y las náuseas circulaban por su boca, alimentando su estrés. Se secó la frente, puesto que le ardía, y descubrió que pequeñas gotas de sudor resbalaba por su piel.
Comenzó a jadear como si hubiese corrido cinco kilómetros sin rozar el suelo y se asustó tanto que se volvió hacia el retrete.
Creyó que se le abriría el pecho en dos, pero en lugar de eso, se inclinó y vomitó.
Le punzó el estómago. Cayó de rodillas, temblando, aferrado al retrete.
Y cuando trató de articular algún nombre, el bolo alimenticio subió por su garganta y Josh se encontró expulsando agua verdosa de perejil y trozos de colores hasta por la nariz.
—Josh...
Josh se giró con la boca embadurnada de vómito y los ojos vidriosos a la puerta a su derecha, frente a los lavabos.
El pequeño Joe con su cara de espanto.
—¿Qué esperas? —formuló sin aire; sentía sus pulmones agrietarse de la presión del oxígeno—. ¡Ve por alguien!
Se le agrietaban los pulmones por la presión del oxígeno. Las lágrimas escocían en sus ojos, así que los cerró; se giró en cuanto vio a Joe desaparecer a toda velocidad de su vista y vomitó una tercera vez.
—¡Josh!
Su padre se precipitó en el baño a toda velocidad, hincó una rodilla junto a él y le preguntó qué tenía.
—Estoy temblando —murmuró el muchacho sin abrir los ojos.
Le faltaban las fuerzas para decirlo, y para mirarlo, porque estaba asustado.
—Es normal, tranquilo —le aseguró, frotándole la espalda—. ¿Ya terminaste?
La piel naturalmente fría de Josh quemaba.
Incluso su padre sintió el calor de su cuerpo rozarlo. Josh entreabrió los labios, intentando hablar sin éxito, con los párpados plegados. Sus manos habían palidecido de agarrar con tanta fuerza la taza.
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Obsessions (Las obsesiones de Josh)
Teen FictionMenos calorías, más ejercicio, menos comida, más hambre, menos peso, más huesos. Menos tú, más anorexia. Josh Higgins es un chico popular. Todos lo conocen, todos lo quieren. ¿Quién imaginaría que, detrás de su vida tan perfecta, hubiera un monstruo...