40 | Chocolate

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Envuelto en el rumor de la lluvia, Josh jugaba a morderse el pellejo alrededor de las uñas y, a veces, del labio. Era más fácil arrancárselo. Recostado contra el respaldo de la silla y sumergido en su chubasquero gris, esperaba pasar desapercibido, en esa mesa solitaria de la biblioteca casi vacía.

Cuando bajó al comedor, descubrió que, en la mesa en la que siempre se sentaban, pese a estar el grupo casi al completo (Zac se había ausentado y las chicas aún no llegaban), Ashton había traído un plato con más galletas de las que tenían permitidas agarrar al pasar por la fila de las bandejas.

—¿Tenías que ponerlas justo ahí? —inquirió en voz baja al llegar, y Ashton, enderezándose, esbozó una lenta sonrisa.

—Es para quién quiera —dijo—. No vamos a hacer ninguna competencia.

Y Josh bufó, exhausto.

—No puedo comer en público.

Ashton, que hundió las manos en los bolsillos de su sudadera deportiva, frunció el ceño.

—¿Por qué? ¿Hice algo mal?

—Todos van a pensar lo peor de mí si me ven comer.

Y su amigo torció la cabeza hacia un lado.

Todos están tan ocupados en sus miserables vidas que solo una persona con tu mismo problema te prestaría atención —repuso—, ¿o crees que a Craig le quedaron ganas de hablar más?

—Me da mucha ansiedad.

—Hasta que no lo enfrentes, no vas a superarlo.

—Ya lo sé, pero hoy no quiero —lo cortó Josh en seco—. No estoy de humor. Lo siento.

—¿Entonces no vas a comer?

—No lo sé.

Se encogió de hombros con simpleza. No era tan fácil como sentarse a comer con el mismo grupo que el día anterior había cuestionado lo que comía y si vomitaba o no.

Así que se había refugiado en la biblioteca.

En su cabeza, repetía las palabras de Ashton, consciente de que tenía razón. No lo superaría hasta que le demostrase a todo el mundo que ya no le importaba lo que pensaran o dijeran de él, incluso si tenía que recurrir a aparentar.

Sí le importaba. Y sí le afectaba.

Pero no era tan fuerte.

—Hola, Josh.

Al muchacho le rebotó el corazón contra las costillas al oír la voz de Liz.

La chica estaba de pie, con su botella de café helado en la mano y su enorme magdalena de chocolate envuelta. El suéter rosa salía de la cinturilla de sus holgados jeans, de dobladillos deshilachados.

Las mejillas de Josh vibraron. Enrojecía por segundos, cuanto más la miraba, pero culparía al frío si ella lo apuntaba. En realidad, le avergonzaba mirarla a la cara después de acusarla indirectamente del caos de ese fin de semana.

—No sabes cuánto lo siento.

Antes le habría importado más no quedarse a solas que disculparse con una animadora, pero en ese momento, supo que ella solo aceptaría sentarse si él era honesto. Al final, era la última persona a la que se imaginaba sentándose en su misma mesa en un lugar como la biblioteca. Liz no leía nada fuera de letras de canciones.

Sin embargo, la muchacha apartó la silla frente a Josh con suavidad para sentarse.

—De eso quería hablar —admitió Liz—. ¿Me puedes explicar qué piensas de mí en realidad?

Obsessions (Las obsesiones de Josh)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora