47 | Un pastel para dos

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Para cuando Josh salió del cuarto de la colada, en el piso inferior, tras dejar su ropa, descubrió que Liz Louissant estaba en el jardín trasero de la casa, enfrascada en una conversación con Shelby, que no se había molestado en levantarse de la esquina de la piscina en la que jugaba con el pequeño Joe.

—¿Esa es la chica que te gusta?

Josh, que no se había dado cuenta de que su padre estaba en la cocina, lo miró.

—¿Qué hace ella aquí?

—No sé. Llegué a casa cuando ella estaba aparcando.

—¿Hablaste con Liz? —preguntó Josh, alarmado, y su padre lo miró de reojo.

—Solo le dije que pasara.

A Josh se le plegó el corazón dentro del pecho. Apartó el cuenco de ensalada que estaba a punto de comerse, preguntándole si de verdad era ella, y su padre repitió que había una capitana de animadoras en el jardín. Entonces el chico se puso tan nervioso que tuvo que limpiarse las palmas de las manos en los jeans antes de acercarse a la puerta.

Shelby estaba acompañando a Liz a la cristalera que abrió ante ellos.

—Feliz cumpleaños —fue lo primero que dijo y Josh, sin saber qué hacer, parpadeó—. Es tu cumpleaños, ¿no?

Josh, que se rascó el cabello rubio, vio a su hermana poner los ojos en blanco cuando se acercó a abrazar a su novia. Sin embargo, se dio la vuelta antes de que el chico pudiera preguntarle qué pasaba.

—Sí, pero... no íbamos a hacer nada especial.

—¿No querías que viniera?

—Siempre quiero que vengas —repuso él, de pie ante ella—, pero no lo sabía. No le dije a nadie que vendrías.

—Descuida, tu hermana ya le dijo a todo el mundo quién soy.

El tono receloso en su voz pareció indicar más de lo que sus palabras señalaban, pero justo cuando Josh estaba a punto de preguntar, su padre intervino:

—¿Cómo te trata mi hijo?

—Es el mejor.

Liz le estrechó la mano bajo la atenta mirada de Josh, que comenzó a hacer muecas por el estrés. Como siempre, Liz lucía preciosa; la blusa celeste, de volantes, le llegaba justo a la cinturilla del jean blanco; una de sus trenzas rubias reposaba sobre su pecho mientras que la otra caía contra su espalda.

Él, en cambio, aún tenía el cabello húmedo por la ducha y una camiseta gris tan ancha que parecía flotar dentro de ella. Mientras los observaba hablar sobre lo que Liz estudiaría (artes escénicas), continuó devorando en silencio las canicas de chocolate de una de las bolsas que su padre había abierto, tan ágil que ninguno se dio cuenta de que la había vaciado ni cuando este los dejó a solas, saliendo al jardín por la puerta trasera.

—Es amable —murmuró ella, apoyándose sobre el mostrador.

—A veces.

—Esto es para ti.

Sin ahondar más en la conversación, Liz le entregó la bolsa de cartón que había preparado para él. En una fiambrera naranja de plástico, había guardado una galleta de crema de cacahuete y chocolate, con el número diecinueve dibujado con trazos de colores también de chocolate. Además, le había traído otro tarro de mantequilla de cacahuete orgánica por si quería añadir a su galleta horneada y un paquete de galletas Oreo.

Y el corazón de Josh empezó a palpitar como si hubiese corrido una maratón.

—Taché las calorías —dijo Liz, que sacó el tarro de crema de maní para mostrarle la etiqueta de información nutricional rayada— porque no sé si las cuentas o...

Obsessions (Las obsesiones de Josh)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora