6 | La princesa del negocio

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—Háblale ahora.

Josh sopló al oír a Ashton. De nuevo estaban en la entrada del instituto y, bajo la fachada color crema, entre las columnas de la puerta principal siempre abierta, Lydia Dashiell revisaba su celular.

—Me va a rechazar.

—Te gusta, ¿no?

—Sabes que yo no le gusto.

Al sonreír con diversión, los ojos oscuros de Ashton Moore lanzaron un destello.

—Si te rechaza, diremos que tú la rechazaste a ella. Es más creíble de todas formas.

Josh volvió a mirar a Lydia y su largo cabello negro rozándole la cadera.

—¿Qué se supone que le diga?

Ashton encogió un hombro.

—Solo pregúntale si irá al siguiente partido.

De modo que Josh se ajustó la mochila a la espalda y caminó hacia ella. No tenía la confianza de Ashton ni su autoestima, pero ahora que pesaba cuarenta y ocho kilos, quizá ella lo vería guapo. El camino desde la entrada hasta la fachada de columnas cuadradas, de ladrillo rojo, se le hizo más corto de lo normal. Pero para armarse de valor, se recordó que, si salía mal, Ashton lo respaldaría.

—Hola.

Lydia tenía los audífonos de diadema puestos, como de costumbre, con la música tan alta que no se dio cuenta que había un chico de pie ante ella hasta que Josh le tocó un hombro. Entonces se los quitó.

—Hoy no traigo —dijo de inmediato.

Josh dejó de respirar. Los ojos azul de la muchacha parecían penetrarle el alma, tan claros que él podía ver su propio reflejo en ellos.

Pero como no contestó, ni hizo amago de separar los labios, Lydia frunció el ceño.

—Espera, no te he visto antes, ¿o sí?

Josh tragó con fuerza. Contenía la respiración sin quererlo, demasiado inseguro como para poner en orden sus pensamientos.

—Yo... Sí, me siento... En clase de Álgebra, estoy detrás de ti.

Lydia hundió ambas manos en los bolsillos de su sudadera marina.

—Tú eres el que siempre anda con Moore, ¿o no?

Como siempre, Ashton seguía destacando por encima de él.

—Es mi mejor amigo —murmuró.

—Creía que los chicos como tú no hablaban con gente como yo —masculló, cruzando los brazos sobre el pecho; había entrecerrado los ojos como si desconfiara de él—. ¿Qué quieres?

—Tu número.

Fue todo lo que se le ocurrió decir.

Sin embargo, ella sonrió de lado, como si se burlara de él.

—No puedo dártelo, pero te traeré lo que quieras. Hoy solo tengo cigarrillos por dieciocho dólares.

Confundido, Josh frunció el ceño.

—¿Lo que quiera de qué?

Entonces fue el turno de Lydia de imitar su gesto.

—¿No vienes por hierba?

No supo qué contestar, porque no había querido creer nunca que ella de verdad se encargaba de vender droga dentro de la escuela. Se suponía que eran inventos porque tanto ella como su novio siempre acababan involucrados en problemas académicos.

Obsessions (Las obsesiones de Josh)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora