—Tu cuerpo está atravesando un proceso. Si te ves incapaz de aceptar los cambios físicos, solo te queda tapar los espejos y usar ropa grande hasta que te acostumbres. Volver a la fosa no es opción.
Aquel jueves a la hora del receso, Josh le había explicado al señor Brown el motivo de la sobredosis y, tras unos instantes de silencio, el consejero le recordó que perder peso no era su meta ni remotamente un paso de su recuperación.
—La recuperación es una carrera —repitió—. Estabas corriendo y te caíste. Pero eso no significa empezar de cero. Te levantas y sigues desde donde estabas.
Había aprendido que su imagen de perfección era falsa. La había construido y mantenido a base de calificaciones buenas, cansancio, tristeza y hambre, y que su perfección era solo una fachada para tapar sus inseguridades.
Lo hizo sacar un cuaderno y anotar: "Estoy aprendiendo a confiar en que mi cuerpo funcionará y sanará. Estoy aprendiendo a amar y aceptar todo de mí."
En una de las últimas hojas de su cuaderno, le pidió que desahogara toda su frustración y ansiedad en colores, y Josh casi los destrozó. Usó el rojo para plasmar el enojo mediante garabatos, y el verde para la envidia, y olvidó el propósito del amarillo, pero al final, con la tinta negra del bolígrafo, rasgó la mitad del papel, sin entender que eran las grietas de su adolorido corazón arrastrándose hacia la luz.
—Ahora pinta la esperanza.
Y mientras coloreaba, se perdonó a sí mismo, por alimentar el monstruo que lo estaba destruyendo; a sus padres, por cargarlo sin haberlo pretendido; y a Lydia Dashiell, por rechazarlo sin imaginar que le rompería el alma en mil pedazos.
—Escribe cinco cosas que te gustaría lograr antes de tu cumpleaños número cien. Pero primero sal. A donde sea, con quien sea. Respira, piénsalo, y luego escribe.
Pese a que Josh no pensaba que pasear influenciara sus decisiones, obedeció.
El sábado, Ashton lo recogió de su casa, tras saludar primero a los padres de Josh, para llevárselo a cenar pizza. Juntaron dos mesas y Josh quedó de espaldas a la puerta del cálido establecimiento, entre Melanie y Tristan, frente a Ashton Moore.
No fue el reflejo de los tubos fluorescentes en el suelo de ajedrez ni los azulejos rojos de la pared, sino la comida lo que incendió la ansiedad de Josh.
Era una noche fría, por lo que agradecieron la calidez que el local atestado transmitía en azulejos rojos y suelo de ajedrez. Y cuando trajeron la comida, Ashton miró a Josh.
Fue el único en percatarse de su expresión.
Josh había empalidecido ante las ocho pizzas grasientas y humeantes, bañadas en aceite y harina refinada, sobre la mesa. La ansiedad se esparció por su cuerpo sin previo aviso y el bullicio, las risas y el intenso olor a frito se amontonaron sobre él.
Una bola de angustia se revolvió en su estómago y, antes de que subiera por su esófago, Josh se apartó. Ni siquiera pudo anunciar adónde iba, porque ya no veía los rostros de sus amigos, sino figuras grises que disparaban aún más sus nervios.
Con el pulso descontrolado, Josh empujó la puerta de cristal y se precipitó al exterior.
El helor de diciembre le enfrió el rostro, enrojeciendo su nariz, así que se colocó la capucha y hundió las manos hasta el fondo de los bolsillos. Con rabia e impotencia, rebuscó en los bolsillos, buscando dinero. No sería capaz de comer: no era el ambiente al que estaba acostumbrado, no podía pensar en nada excepto en cómo se veía y lo que los demás pensarían de él. Y ya no lo soportaría.
Compraría pastillas, o laxantes, o agua, para llenarse el estómago de otra cosa. Pero aún estaba preguntándose dónde las conseguiría cuando oyó la campanilla del local tintinear.
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Obsessions (Las obsesiones de Josh)
Teen FictionMenos calorías, más ejercicio, menos comida, más hambre, menos peso, más huesos. Menos tú, más anorexia. Josh Higgins es un chico popular. Todos lo conocen, todos lo quieren. ¿Quién imaginaría que, detrás de su vida tan perfecta, hubiera un monstruo...