12 | Todo lo que quería

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El primer día de clases, con tal de no enfrentar a Ashton, buscó a Lydia hasta hallarla en el banco de la entrada; entonces le preguntó si traía pastillas y ella asintió.

Se revolvía el cabello rubio constantemente, obligado por la ansiedad de verse rodeado de gente, en el instituto que tanto detestaba, con un profundo pánico a ser acorralado y golpeado, y no se daba cuenta de que Lydia veía su esternón al trasluz de la camiseta gris.

—Las necesito —suplicó—. Y laxantes.

Y Lydia le recordó que serían veinte dólares.

—Han subido los precios —dijo cuando lo vio alzar las cejas—. ¿Estás seguro de que lo quieres?

Josh se humedeció los labios.

—Sí.

—No te lo daré si no tienes para pagarme.

—Te lo pagaré.

—¿Entonces por qué estás tan nervioso?

El chico tragó de nuevo. Ya lo sabía, y odiaba no controlar el temblor de sus manos. No se debía a ella, sino a que se sentía observado.

Tiró de la camiseta para que no se le pegara al abdomen. Habría apostado la vida a que sus piernas ensanchaban cuanto más tiempo transcurría, y más se inflaba su cara, y más pesados se tornaban sus huesos.

Pero eran imaginaciones suyas.

—¿Jay?

Josh elevó la cabeza para mirarla. No estaba acostumbrado a sostener una conversación tan larga con un chica que le gustaba.

—Es Josh —corrigió en un murmullo, pero Lydia hizo una mueca.

—¿Te pasa algo?

Él respiró hondo.

Aunque tal vez no era buena idea, quería creer que sí. Quería creer que, si ya no contaba con sus amigos, por lo menos contaba con ella. Es decir, le había comprado una vez y se estaba preocupando por él: eso significaba que tenía corazón, aun si se trataba del mejor amigo del capitán del equipo de fútbol.

—¿Puedo... preguntarte algo?

Tenía miedo. Su corazón latía tan rápido que le dolía el pecho, y estaba segura que, de no ser por el ruido en los jardines del barullo de otras personas en sus conversaciones, Lydia lo habría oído.

—¿Qué?

A Josh se le había secado la boca. Le faltaba valor para sostenerle la mirada, y probablemente se arrepentiría, pero quizás existía una oportunidad de ser feliz para él aún.

—¿Te...? —Rindió los hombros, nervioso, y liberó el aire contenido en un brusco suspiro—. Sé que no nos conocemos mucho, pero... No sé, tal vez podríamos ser amigos. Supongo. No hemos hablado de otra cosa además de las pastillas.

Se hizo un silencio tan pesado entre ellos que un escalofrío recorrió a Josh.

Clavó los ojos verdes en los azules de Lydia, que permaneció congelada como si fuera una estatua de mármol tanto tiempo que, sin previo aviso, unos cuantos segundos se convirtieron en cinco minutos eternos.

Y de pronto, ella se rio.

—¿Qué?

—¿Tú y yo? —repitió la chica, incrédula, y Josh vio sus cejas juntarse en una expresión burlona que le tiñó de rojo las mejillas—. ¿Estás de coña?

Había empezado a recoger su mochila cuando Josh alargó el brazo para detenerla, pero ella dio un paso atrás.

—No es una broma si crees que...

Obsessions (Las obsesiones de Josh)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora