- Yo quiero morir. Pero no va a pasar, voy a seguir con mi familia.
- ¿Crees que haciendo eso vas a borrar el egoísmo que tuviste cuando me viste arder en el fuego?
- Basta.
Me moví para correr y salir de allí, pero Ramiro me ocupó el paso.
- ¿A dónde vas? ¿Sabes que yo tendría una vida perfecta junto a Melodi? Tú lo arruinaste.
- Yo no arruiné nada -grité con lágrimas en los ojos.
- Sí -la voz chillona de Melodi me sobresaltó, haciendo verter leche en mi brazo por accidente- Yo amaba a Ramiro. Y él a mí. ¿Por qué dejaste que esto pasara?
- Porque no podía salvarlos -dije con la voz amortiguada por el inmenso nudo en la garganta- Déjenme en paz.
- No te vamos a dejar en paz, Lali -dijeron a la vez.
- ¡No!
- Vamos a estar toda tu vida atormentándote. Toda la vida.
- ¡Basta! ¡Basta!
- Morimos por tu culpa.
- ¡No! ¡No, no, no!
El vaso de leche se cayó al suelo. La leche fría mojó mis pies y mis piernas. Los vidrios rotos se clavaron en mis pies descalzos y me rasguñaron la piel como las uñas de un gato. Corrí hasta la encimera, sintiendo los vidrios hundirse en la planta de mis pies. Agarré los platos de vidrio, y comencé a arrojarlos. Ellos repetían «Lali, fue tú culpa».
Los platos impactaron en la pared, haciéndose añicos. Los vasos golpeaban sus cuerpos invisibles, rompiéndose en el suelo y en las paredes. Como mi vida.
Las cosas comenzaron a volar, y yo las estaba arrojando. Estaba perdiendo el control. No podía... parar, no... no.
Perdí mi cordura. Mi autocontrol.
Mis gritos me asustaban a mí misma.
- ¡Basta! ¡Déjenme en paz!
No podía detenerme. Era como si otra persona me controlaba. Mi otra yo.
Los gritos de Aleli comenzaron. Las pisadas firmes y rápidas de mamá y papá se acercaron. Ellos gritaron también. La cocina estaba llena de vidrios. Los platos estaban añicos, los vasos también. Los cajones estaban tirados y desparramados en el suelo. Había sangre. Y grité del espanto.
Observé a mis amigos muertos, y ellos estaban apuntándome con sus dedos quemados en carne viva. Grité otra vez, asustada. La sangre ahora estaba por todos lados. En partes de los vidrios hechos añicos, derramándose de mí.
La sangre era mía.
Mis brazos temblaban, y los observé con temor.
Mamá corrió hasta mí y me abrazó fuertemente. Dejé de llorar y levanté mis brazos detrás de su espalda para observarlos mejor. Papá gritó de espanto. Aleli lloró y se tapó la cara asustada.
Mis brazos estaban todos cortados. Cortes finos, gruesos, profundos estaban desde mis antebrazos hasta mis muñecas y las manos. Mamá se separó de mí para observarme a los ojos. Yo la miré sorprendida, en estado de shock. Las dos observamos mis piernas, y había sangre también. Cortes.
Cortes largos y profundos, como si yo me los hubiera hecho. Los vidrios me habían cortado por completo, y no me había dado cuenta de eso. Ahora, era como si estuviera devuelta en mí misma, y no sentía tanto dolor y tristeza como antes. Como si esos cortes, como si eso dolor desahogara lo que sentía por dentro, llevándolo hacia afuera. Como el humo evaporándose al cielo, a la tormenta, para que siguiera lloviendo.
Mamá gritó descontroladamente, y me estrujó en sus brazos. Papá sostenía su teléfono con sus manos temblorosas, y Aleli, me observaba como si no fuera su hermana mayor.
- Mamá -ignoré los llantos y el desastre de la casa- Ellos -señalé.
Ella no me hizo caso, siguió llorando en mi hombro como si me estuviera muriendo.
- Ellos, me atormentan.
Levantó la mirada.
Sus ojos estaban hinchados y rojos, como si de verdad hubiera estado llorando por horas. Había espanto en su rostro. La estaba arruinando.
- ¿Quiénes?
- Ellos.
- ¿Dónde?
Señalé
- Allí. Jazmin. Melodi. Ramiro. Me odian. Me atormentan. Siempre están ahí.
Mamá ahora, ahogó un grito. Se tapó la boca con la mano, mirándome asustada. Como si fuera un monstruo. Un monstruo de un ojo, con dientes filosos y labios carnosos, con cuerpo sangrante y negro de suciedad. El monstruo no hacía nada, sólo era feo, y todos se asustaban.
- No estoy loca -dije seriamente.
- Lali -lloró.
- No estoy loca mamá -le grité a punto de llorar.
- Por favor Lali, no grites -dijo acercándose a mí para volverme a abrazar.
- ¡No! -me alejé rápidamente de ella.
Se quedó helada y sorprendida por mi reacción.
- No estoy loca, tienes que creerme.
- Lali -dijo negando con la cabeza y sus lágrimas barrieron la sangre de mis brazos- No... yo no... no puedo... no puedo creerte. No hay nadie allí.
- ¡Sí! -Señalé- ¡Están ahí! ¡Nos están mirando ahora! -Dije observando a papá para que me pudiera creer- No estoy loca -lloré- Créeme Papá, por favor.
- Lali -dijo tapándose la cara- No hay nadie allí, tus amigos están muertos.
- ¿Lo ves? Ellos tienen razón -dijeron- Estamos muertos, por tu culpa.
- ¿No los escuchan? -Grité desesperada- Me dicen que están muertos por mi culpa -Grité otra vez- ¡Todo el tiempo!
Me agarré de la cabeza y me caí hacia atrás. Los vidrios cortaron mi espalda y grité del dolor. Ahora sentía todo. Sentía dolor por dentro y por fuera.
Mamá se abalanzó hacia mí para levantarme, y mi sangre la manchó por completo.
Antes de desmayarme, vi a Jazmin tocar los hombros de Aleli. Ramiro trataba de alejar de mí a mamá, y Melodi, se escondía detrás de papá.
Quise gritar, pero no pude, todo se tornó de negro.
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El sol de mi tormenta© 《Laliter》✔
Teen Fiction🌸El mejor tipo de personas son las que entran en tu vida y te hacen ver el sol donde alguna vez viste nubes🌸 Lali es una chica de diecisiete años que sufrió en un accidente trágico en un hospital. Ella y sus tres amigos, Eugenia, Ramiro y Melody i...